El eco de los cascos aún resonaba en los patios cuando Alianne corrió por los pasillos de mármol, respirando agitadamente, el corazón atrapado entre miedo y furia.
Rowan desaparecía entre los escoltas del rey…
Y ella no podía permitirlo.
Las puertas del salón del trono estaban entreabiertas.
Dentro, la figura del Rey Aldren se movía de un lado a otro, como una tormenta contenida.
La luz de las antorchas hacía que su sombra pareciera más grande, más cruel.
Alianne entró sin anunciarse.
— Padre.
El rey se detuvo.
No la vio como su hija.
La vio como una pieza más del tablero.
— Llegas tarde —dijo con tono helado—. Tu prometido te espera para los preparativos. La boda será en siete días.
Alianne dio un paso hacia él.
— Dijiste dos semanas. Lo prometiste.
— Y cambié de opinión. Ese es mi derecho.
Ella apretó los puños.
— ¿También es tu derecho arrancar a mi guardián sin razón?
— Con razón, Alianne —respondió él, con una calma que cortaba—. Sir Rowan se acerca demasiado a ti. No es conveniente. Ni para el reino… ni para ti.
Alianne sintió que el aire se volvía más denso.
— ¿Temes que se acerque a mí como persona… o como mujer?
El rey entrecerró los ojos.
— Vigila tus palabras.
— ¡No! —la voz de Alianne tembló, pero no de miedo—. Basta de silencio. Basta de órdenes. ¡Estoy cansada de que decidas por mí! De que me encierres. De que me uses como moneda de cambio.
El rey dio un paso hacia ella, imponente.
— Vas a casarte con el príncipe Kael. Punto. Es el acuerdo más importante de este reino. Asegura nuestra frontera norte. Asegura tu futuro.
— ¿Y mi felicidad? —susurró ella.
Él la miró como si le hablara en un idioma desconocido.
— La felicidad no es una prioridad para los reyes.
Un temblor recorrió el pecho de Alianne.
Ese era su padre: un hombre al que jamás le temblaba la voz al destruir lo que otros amaban.
— ¿Y Rowan? —preguntó ella, con un hilo de valentía que se le escapaba por los ojos—. ¿Qué le harás?
— Lo trasladaré al norte. Donde pertenece. Lejos de ti.
— Eso es un castigo.
— Es protección. Te protege a ti de cometer errores… y lo protege a él de morir por uno.
Alianne sintió un golpe en el alma.
— Yo lo amo.
Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas.
Fueron suaves.
Pero ensordecieron la sala.
El Rey Aldren cerró los ojos por un segundo.
Y cuando los abrió, estaba lleno de hielo.
— Entonces será aún más fácil separarlos.
Alianne retrocedió como si la hubieran empujado.
Sus ojos se llenaron de lágrimas que no caerían mientras él estuviera presente.
— No puedes obligarme a olvidar.
— No —respondió él, acomodando su capa con un gesto seco—. Pero puedo obligarte a obedecer.
Él pasó junto a ella como si fuera un fantasma, no su hija.
Pero cuando alcanzó la puerta, se detuvo.
— Quédate lejos de Sir Rowan. Este es mi último aviso.
— No es una advertencia… —susurró ella, con la voz quebrada—. Es una crueldad.
El rey no respondió.
Simplemente se marchó.
Y Alianne, sola en el salón enorme y silencioso, cayó de rodillas, con la mano en el corazón.
— Rowan… —murmuró entre lágrimas—. No dejaré que te pierdas. No esta vez.
El viento, desde una ventana abierta, entró de golpe.
Como si el reino entero hubiera escuchado su promesa.
15/11/2025...
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