El Caballero que Nunca Debió Amarla

Capítulo 10 – El Camino que Los Separó.

I. Rowan – El Norte que No Eligió.

El amanecer era gris, tan gris que parecía que el sol se negaba a salir.
Quizás también él estaba de luto.

Rowan cabalgaba entre dos guardias del rey, con las manos libres pero el corazón encadenado. El sendero hacia el norte era estrecho, húmedo, bordeado por árboles que se inclinaban como si quisieran esconderlo de la mirada del mundo.

El saco con sus pertenencias colgaba del caballo.
Dentro, doblada con cuidado, estaba la cinta azul de Alianne.

La tocó con los dedos, apenas, como si temiera desgastarla.
Una punzada ardió en su pecho.

“No debí mirarla así. No debí amarla así…”

Pero ya era tarde para arrepentimientos.

El guardia de la izquierda habló sin mirarlo.

— Vaya lío te buscaste, muchacho.

Rowan no respondió.
El guardia continuó, quizás incómodo por el silencio.

— Le aconsejaría que olvidara a la princesa. Es una mujer prometida.
— Lo sé —dijo Rowan con voz baja.
— Entonces haga lo correcto. No mire atrás.
Rowan levantó la mirada hacia el cielo nublado.

— Es que… ya miré.

Y ese fue el problema.

Un trueno retumbó a lo lejos, aunque no había tormenta.
Los guardias se tensaron.

— ¿Oyeron eso?
— Sí.
Rowan también lo oyó. Y lo reconoció.

No era un trueno.

Era un cuerno de guerra.
Uno del norte.

— ¡Debemos apurarnos! —gritó un guardia—. Podría ser una emboscada de los clanes rebeldes.

Pero Rowan no aceleró de inmediato.
Miró atrás, hacia el castillo cada vez más pequeño, cada vez más distante.

— Alianne…

Por un instante, deseó escapar.
Robar un caballo.
Volver.
Correr a ella.

Pero la realidad lo alcanzó como un golpe frío.

Si volvía… moría.
Y Alianne con él.

Tenía que sobrevivir.
Para volver a ella, no hoy… pero algún día.

Por eso, apretando los dientes, espoleó al caballo y siguió adelante, hacia la tormenta que no estaba en el cielo… sino en su destino.

II. Alianne – La Corona Más Pesada.

En el castillo, las campanas sonaban alegremente, contradiciendo la tristeza que caía sobre Alianne como una sombra espesa.

La arrastraban por los pasillos.
Doncellas, consejeros, modistas… todos hablando, todos tocándola, todos diciéndole qué debía ponerse, cómo debía sonreír.

— La boda será en seis días. —dijo su doncella principal.
— El príncipe Kael envió una nueva joya para usted.
— El Rey Aldren quiere que practique la caminata real esta tarde.
— Y mañana las lecciones de etiqueta matrimonial…

Alianne no escuchaba nada.
La mente solo repetía una escena:
Rowan, solo, en la lluvia, marchándose.

Su pecho dolía tanto que le costaba respirar.

Finalmente, logró quedarse sola en su habitación.
Cerró la puerta.
Se apoyó en ella.
Y se dejó caer al piso.

— No puedo hacerlo… —murmuró, con la frente en las rodillas—. No puedo casarme con un hombre al que no amo.

Las lágrimas cayeron por primera vez desde que habló con su padre.
Lágrimas silenciosas, desesperadas.

Se levantó con dificultad y caminó hacia su tocador.
Sacó el espejo pequeño que siempre llevaba consigo.

Rowan se lo había dado meses atrás, cuando cumplió diecisiete.
Nada especial.
Nada valioso.
Excepto para ella.

Lo sostuvo contra su pecho.

— Rowan, vuelve… —susurró—. Por favor… vuelve.

Ese ruego no estaba destinado a escucharse.
Pero afuera, un viento fuerte golpeó la ventana, como si quisiera responderle.

Alianne se estremeció.

El destino estaba cambiando.
Ella podía sentirlo.

Y su padre…
también.

Porque en ese mismo instante, el Rey Aldren abrió la puerta sin tocar.

Alianne dejó caer el espejo.

El rey la observó con la expresión dura de siempre.

— Tenemos que hablar.

El corazón de Alianne se detuvo.
No por miedo.

Por presentimiento.

Algo estaba por romperse para siempre.

18/11/2025...




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