El espejo seguía temblando sobre el suelo cuando el Rey Aldren entró en la habitación, sin anunciarse, sin pedir permiso, como si incluso el aire dentro de ese cuarto le perteneciera.
Alianne se levantó de inmediato, limpiándose las lágrimas con la manga.
No quería que él las viera.
No quería darle ese poder.
— ¿Qué… qué quieres? —preguntó con la voz todavía temblorosa.
El rey la observó largo rato.
Su mirada no era severa como siempre.
Era peor.
Era… calculadora.
— Los clanes del norte se están movilizando —dijo él al fin, cerrando la puerta tras de sí—. Rowan viaja directamente hacia una zona insegura.
Alianne sintió un vacío helado en el estómago.
— ¿Y por qué lo mandaste allí entonces? ¡Sabías que era peligroso!
— Precisamente por eso.
Ella retrocedió un paso.
— ¿Qué quieres decir?
El rey caminó hasta la ventana, abriendo un poco la cortina. El cielo estaba oscuro, tenso, como si escuchara la conversación.
— El norte necesita soldados experimentados.
— ¡Pero él iba escoltado, no enviado como soldado!
— Los acontecimientos cambiaron —respondió él sin emoción—. Un mensajero llegó hace unos minutos. Los guardias que lo acompañan recibieron nuevas órdenes… instrucciones de incorporarse a la defensa local apenas lleguen.
— Eso significa… —Alianne se llevó una mano a la boca— que Rowan será enviado a luchar.
El rey giró hacia ella.
— Exacto.
Las piernas de Alianne casi cedieron.
Rowan, sin armadura oficial.
Sin su espada verdadera.
Sin apoyo.
En medio de un territorio hostil…
— ¿Por qué harías algo tan cruel? —susurró ella.
El rey respiró profundamente, como si lo que dijera fuera una verdad absoluta.
— Porque es necesario. Ese muchacho es un riesgo.
— ¡Es un héroe de guerra!
— Es un riesgo para ti —corrigió él, acercándose—. No puedo permitir que un simple caballero siga contaminando tu juicio. Tú perteneces a la corona. A tu futuro esposo. No a él.
Alianne sintió que algo dentro de ella se rompía.
— Tú no lo entiendes… —dijo entre lágrimas contenidas—. Rowan nunca me ha pedido nada. Nunca me ha tocado sin permiso. Nunca me ha manipulado. Él me protege, me escucha, me ve como… como una persona.
— Y ese es el problema —respondió el rey con dureza—. Las princesas no necesitan ser vistas. Necesitan ser obedecidas, resguardadas y ofrecidas cuando corresponde.
Alianne respiró hondo, la furia ardiendo en su pecho.
— Entonces nunca me viste como tu hija.
— Eres mi hija —respondió él—. Por eso mismo hago lo que debo.
Pero ella ya no lo miraba con miedo.
Lo miraba con dolor.
Con decepción.
Con algo que al rey le hizo fruncir el ceño por primera vez.
— ¿Qué planeas hacer? —preguntó él.
Alianne recogió el espejo del suelo. Lo guardó en la mano, apretándolo como si le diera valor.
— Si Rowan muere… —sus ojos se llenaron de fuego y lágrimas— juro que nunca te lo perdonaré.
El rey se tensó.
— No amenaces a un rey.
— No te estoy amenazando —respondió ella, avanzando hacia él—. Te estoy diciendo la verdad.
Un silencio helado se apoderó de la habitación.
Luego, el rey suspiró, agotado.
— Tu boda se adelantará un día más. Será en cinco días. Es lo mejor.
— ¡NO!
— No hay nada más que discutir.
Y salió, cerrando la puerta tras él.
Pero Alianne ya no lloraba.
Ya no estaba paralizada.
Caminó hacia su armario.
Abrió la caja secreta que solo ella conocía.
Sacó un mapa.
Una capa.
Y la cinta azul gemela a la que Rowan llevaba.
— Espera por mí, Rowan… —susurró ella, con la respiración temblorosa de quien está a punto de romper todas las reglas—. No voy a quedarme mientras te condenan.
Su decisión estaba tomada.
El destino comenzaba a cambiar.
18/11/2025...