—¿Y si todo esto fue parte de un experimento? —Lara dejó caer las hojas sobre la mesa—. Miren bien: en los informes aparece una lista de "perfiles compatibles" con fechas separadas por exactamente cinco años. Pacientes jóvenes. Aislados. Sin padres presentes.
—¿Perfiles... para qué? —preguntó Benja, apretando un termo con ambas manos.
—No lo sé aún. Pero todos tenían una marca —siguió ella—. Literalmente: una marca de costura quirúrgica en la espalda, como la que vimos en el cadáver número uno.
Tomás se inclinó hacia los papeles.
—¿Quieres decir que alguien los abrió?
—No quirúrgicamente. Ritual o simbólicamente, no sé. Pero sí. Algo se le metió, o le sacaron algo. Y eso fue antes de que el numero uno muriera
Nahuel arrastró su silla.
—Yo encontré una cosa peor.
Conectó su laptop al proyector. En la pantalla apareció una imagen recortada de un periódico viejo, escaneado torpemente.
" Víctor Ortega, único sobreviviente del caso San Gabriel, fue dado de alta tras una evaluación psiquiátrica. Su testimonio fue clasificado como no fiable por las autoridades."
—Esto es de 2007. Años después del incidente de los cinco cuerpos. Años antes de nosotros. Víctor sobrevivió, pero nadie le creyó.
Emilia estaba mirando otra cosa.
—El hospital cerró oficialmente por “falta de fondos”, pero el último movimiento bancario que hicieron fue una transferencia grande. A una cuenta que nadie rastreó. ¿Y si... no fue falta de fondos? ¿Y si fue encubrimiento?
Tomás miró a todos.
—Chicos… esto no es solo una historia de horror. Es una cadena. Cada ciertos años. Siempre adolescentes. Siempre en grupos. Siempre uno que sobrevive.
Benja levantó la vista, temblando.
—¿Y si nosotros somos... los siguientes “uno”?
—Entonces rompamos el ciclo —dijo Lara, tajante—. Volvamos. Esta vez preparados. No por un reto, sino con una lista clara de lo que buscamos.
Pasaron la noche escribiendo, conectando hilos, leyendo informes.
▸ Objetivo 1: Buscar los documentos originales de admisión.
▸ Objetivo 2: Acceder a la planta subterránea, donde según los planos, estaba el “Archivo E”.
▸ Objetivo 3: Encontrar cualquier registro o pista de Víctor Ortega o Sofía Villanueva.
Emilia fue la última en escribir algo. En un cuaderno viejo, con tapa dura, anotó con tinta negra:
“El ciclo se cierra cuando se entiende. No cuando se huye.”
Y debajo, sin saber por qué, escribió una palabra que no recordaba haber oído antes:
“Silencieros.”
Lara se asomó por encima de su hombro.
—¿Qué es eso?
Emilia solo negó con la cabeza.
—No sé. Pero lo soñé. Decían que vienen cuando alguien recuerda. Cuando alguien busca lo que no debe saber.
Tomás abrió la mochila.
—Ropa negra, linternas, cámaras. Esta vez lo haremos bien. Esta vez entramos y salimos sabiendo la verdad.
—Si salimos —corrigió Benja, sin sonreír.
Nadie dijo nada.
El hospital los esperaba.
Y algo ahí dentro ya sabía que volvían.
El portón oxidado cedió con un quejido prolongado, como si el mismo hospital se lamentara al verlos regresar.
Ninguno habló al entrar. Solo los pasos en la grava, el chasquido de linternas encendiéndose, y la respiración de Benja —rápida, temblorosa— marcaban el ritmo.
Había algo diferente. El aire. El olor.
Ya no apestaba a polvo y óxido. Apestaba a humedad… y a carne rancia.
—¿Siempre olió así? —preguntó Tomás, arrugando la nariz.
—No —dijo Lara sin mirar atrás—. Esto es nuevo.
Bajaron por las escaleras principales, evitando las zonas derrumbadas. Emilia se detuvo frente a una de las puertas del ala este.
—No deberíamos entrar ahí —susurró—. Ese lugar… está despierto.
Tomás bufó.
—¿Cómo puede un lugar estar despierto?
Emilia no respondió. Solo puso una mano sobre la pared.
Estaba tibia.
Llegaron al pasillo central, el mismo donde habían encontrado los cuerpos la vez anterior. Las marcas en el suelo seguían allí, como si el tiempo no hubiera pasado. Un reguero de sangre seca aún marcaba el camino hacia la sala de archivos.
Pero al girar la esquina, vieron algo nuevo.
Una figura de yeso, con forma humana, estaba parada junto a la puerta.
Bata de hospital. Sin rostro.
Sus dedos, largos y rotos, sostenían una placa:
“No despiertes al silencio.”
Benja se echó hacia atrás, tropezando con una camilla caída.
—¡Eso no estaba antes! ¡Lo juro!
—Es una amenaza —dijo Nahuel, acercándose con la cámara—. Alguien o algo sabe que volvimos.
Tomás empujó la puerta. Estaba entreabierta, gimiendo en su marco.
Dentro, el archivo estaba en ruinas. Cajas quemadas, papeles desgarrados. Pero había una puerta sellada al fondo, con una cruz invertida pintada con aerosol rojo.
—Ese es el Archivo E —dijo Lara.