El cadáver

Capítulo 4 — entre confesiones y muerte

El silencio en el auto era tan pesado que costaba respirar. Afuera, la carretera rural se hundía en la neblina como si no llevara a ningún lugar. Adentro, el motor zumbaba bajo los pies, pero lo único audible era el eco de lo no dicho.

Emilia miraba sus manos aún manchadas con la sangre seca de Benjamín, apretándolas como si quisiera borrarlas con pura fuerza. Lara clavaba la vista en la ventana, pero no veía nada; sus ojos estaban fijos, como si temiera que, al parpadear, el hospital apareciera reflejado en el vidrio. Nahuel, en cambio, observaba a Tomás con rabia contenida, como si cada respiración suya fuese una provocación.

—No debimos traerlo —escupió Nahuel, rompiendo el aire en dos—. No entienden… ese lugar no suelta a nadie. Nunca.

Tomás giró apenas la cabeza, sus ojos cansados, vidriosos, con un temblor en la mandíbula que no supo ocultar.

—¿Y qué sabes tú de eso? —le devolvió, pero su voz sonó débil, más frágil de lo que pretendía.

El silencio se quebró. Emilia se inclinó hacia él, con la voz baja pero firme, cargada de sospecha:

—Tomás… ¿qué estás ocultando? Desde que entramos al hospital caminabas como si… ya hubieras estado ahí. Nunca dudabas dónde ir.

Lara giró la cabeza, incrédula, el llanto asomando en sus ojos.

—Sí. Siempre parecías conocer el camino. Como si alguien te lo hubiera enseñado.

Tomás sostuvo el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Los segundos se hicieron eternos hasta que, finalmente, exhaló un suspiro áspero, como si soltara un peso enterrado desde hace años.

—Víctor… mi hermano… estuvo aquí antes que nosotros. Fue el único que sobrevivió… y me contó todo. Cada detalle… —tragó saliva con fuerza, y su voz se volvió más áspera—. Cada uno de sus amigos… murieron frente a él. Uno por uno.

Emilia frunció el ceño, un escalofrío recorriéndole la espalda.

—¿Qué quieres decir con “murieron”?

Tomás cerró los ojos, intentando reunir fuerzas, y cuando habló, la descripción era tan vívida que pareció que los cadáveres flotaban en el auto.

—vio como Natalia vomitaba cables y pedazos de acero oxidado…como el pecho de Elías explotó hacia afuera ……y como un pedazo de concreto le caía en la cabeza a Sofia….

Lara comenzó a sollozar, apoyando la cabeza contra la ventanilla. Emilia se llevó las manos a la boca, incapaz de articular palabra. Nahuel no dijo nada, pero la furia se acumulaba como un incendio bajo su piel.

—¿O sea… que nos llevaste confiado de que tú serías el sobreviviente entre todos nosotros!? —gritó Nahuel, levantando el puño como si quisiera romper a Tomás en dos—. ¡¡¡Nos metiste a esto sabiendo lo que nos esperaba!!!

Tomás tragó saliva, y su voz tembló, cargada de culpa y terror.

—Yo… yo no lo sabía todo. Pensé que podía… que podía controlar algo… que podría sobrevivir, como él… Pero Víctor… él volvió cambiado. Nunca volvió realmente. Su cuerpo estaba entero, pero su mente… su mente estaba hecha pedazos. Y me advirtió: “Nadie sale vivo… y si entras, serás devorado igual, Tomás. No importa cuánto corras”.

El silencio volvió a caer sobre ellos, pero esta vez era más pesado, más húmedo, más amenazante. Afuera, la carretera parecía estrecharse, y un olor a hierro viejo y carne quemada se filtró por la rendija de la ventanilla, como un recordatorio de que el hospital no estaba tan lejos.

—¿Y ahora qué hacemos? —susurró Lara, temblando—. ¿Nos vamos a morir igual que ellos?

Silencio….no hubo mas que silencio durante al menos unos 30 minutos, hasta que, la percepción de la realidad de ellos fue alterada.

Ante los ojos de Nahuel, la realidad empezó a deformarse. Natalia apareció frente a él, su cuerpo convulsionando mientras vomitaba cables y pedazos de acero oxidado, como si su interior hubiera sido reemplazado por un motor corroído. El hedor del metal quemado y la sangre lo hicieron retroceder, pero no había escape.

Lara, que miraba por la ventana, vio a Elías caer de la nada. Su pecho explotó hacia afuera con un crujido húmedo, los órganos despedidos como un vómito grotesco de carne. Su grito quedó atrapado en la garganta de Lara, que no podía apartar la mirada. Cada segundo era un martillazo en su mente.

Emilia gritó cuando un pedazo de concreto cayó del techo del auto, como si la estructura misma de la carretera se desmoronara sobre ella. La visión de Sofía siendo aplastada por el bloque era tan real que sintió el impacto en su propio cuerpo, como si la muerte se filtrara a través de los poros de su piel.

Tomás perdió el control y giró el volante bruscamente, pero el auto parecía estar atrapado en una carretera que se retorcía como un pasillo interminable. Las alucinaciones no cesaban: el sonido de huesos rompiéndose, el crujido de carne despedazándose, el olor metálico y oxidado que lo llenaba todo.

—¡Tomás! —gritó Nahuel, con lágrimas mezcladas con sudor—. ¡¡Nos llevaste confiados de que sobrevivirías!! ¡¡Mira lo que nos está pasando!!

El auto finalmente llegó a un pueblo, pero la calma era solo un velo frágil sobre un abismo de terror. Afuera, la niebla cubría las casas como un mar gris y silencioso. Cada uno de ellos estaba temblando, drenado de energía, con los ojos enrojecidos por el pánico y la falta de sueño.

De repente, el aire se volvió pesado, y un murmullo gutural llenó la cabina. Las alucinaciones se intensificaron. Nahuel gritó al ver cómo el suelo bajo sus pies se abría, y de la tierra emergían los cuerpos mutilados de sus amigos, repitiendo la muerte que Víctor había presenciado: cables y acero oxidado vomitando de los estómagos de Natalia, el pecho de Elías explotando hacia afuera, bloques de concreto aplastando a Sofía.



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En el texto hay: suspenso terror y muertes

Editado: 17.09.2025

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