El café de los disfraces

Capítulo 9.- El secreto de los Ariant

 

A la mañana siguiente, el ajustado itinerario de Carlos Fray no nos dejó mucho tiempo para charlar durante el desayuno, pero en medio de la corta conversación, él llegó a la conclusión de que, relacionarme con ellos en un entorno más cómodo sería mi mejor oportunidad de ser cercana los jóvenes herederos como yo, así que, se me permitió volver a la universidad.

 

Pronto me enteré por Lucia que esa mañana debía presentar un examen y de que Jarid Luna había sido dado de alta, sentí alivio por saber que él estaba mejor y preocupación por el examen del que hasta esa mañana, no sabía nada, así que decidí llegar temprano a la universidad para confirmarlo y para prepararme.

 

En tanto en mi casa todo iba bien, mi madre había ido a visitar a la familia de mi fallecido padre Leonardo y mi padre Carlos estaba fuera por viajes de negocios, por lo que María su asistente había ido con él y Lucia estaba en casa para hacerse cargo de mí.

 

Como de costumbre ese día me fue incomodo quedarme en esa grandísima casa a la que aún no me acostumbraba a llamar hogar, deje dicho que iría a la escuela y estudiaría ahí dos horas para el examen antes de entrar a clase para asegurarme de pasar el examen; a pesar de que tenía a la mano la posibilidad de tener tutores privados decidí hacerlo a mí modo, aunque fuera solo esa vez.

 

De esa manera, me fui a la escuela en el auto de la casa acompañada de Lucia, al llegar me dispuse a entrar en la biblioteca que, para mí mala suerte estaba cerrada debido a un retraso del bibliotecario, así que no tuve más opción que ir a buscar a alguien más que me abriera la puerta o pudiera prestarme un libro, y a pesar de la hora que era, debo decir que por los pasillos de la escuela ya se dejaban ver algunos alumnos, supongo que serían aquellos aplicados en clase o los jefes de grupo que debían realizar ciertos deberes en las mañanas antes de cada clase, pero el alumno que más me sorprendió fue nuestro jefe de grupo.

 

Decaída por mi mala suerte, caminé hasta el arco frente a el aula en la que nos tocaría el examen esta mañana, fue entonces que lo vi cruzar por el pasillo, aquella imagen llamó mi atención, el aspecto de ese chico estaba fuera de lo común: llevaba unos audífonos puestos y meneaba su cabeza al compás de una melodía desconocida, su uniforme esta desalineado también estaba despeinado, la mano con la que sostenía la carpeta estaba vendada, su herida seguía ahí sin duda, después de verlo andar por el pasillo de esa forma quede atónita, de lo poco que sabía de él era alguien que JAMAS luciría de esa forma en el colegio.

 

Súbitamente se detuvo frente a su casillero, se acomodó el uniforme, también su cabello, pero decidió quedarse con sus audífonos al parecer, luego caminó por el pasillo sosteniendo aún la tabla con la información de nuestro grupo. Cuando él ya estaba cerca me escondí a toda velocidad, mientras lo seguí con la mirada me percaté de que ninguno de los demás jefes de grupo estaba ahí, solo él.

 

 Vi a nuestro jefe de grupo sacar unas llaves de su bolsillo y dirigirse a la azotea, en ese momento creí que solo estaba ahí para revisar algo, pero no fue el caso, él subió a donde se supone está prohibido, al verlo sujetar las llaves y abrirla la puerta me di cuenta que su mano parecía estar mucho mejor.

 

¿No se supone que no debemos subir ahí? — dije asomándome discretamente.

 

A medida que la curiosidad me incitaba, me descubrí a mí misma encaminada hacía la azotea, cuanto más cerca estaba más fuerte podía escuchar una entonada voz cantar una melodía romántica, ese chico tenía una voz hermosa tanto que me costaba creer que era el quien estaba cantando.

 

No puede ser, ¿él está cantando? — la admiración que le tenía creció bastante, pero también me hizo mucha gracia que se escondiera para cantar, así que reí tapándome la boca.

¿Hay alguien ahí? — casi de inmediato él se percató de que no estaba solo, así que antes de que me viera, salí de ahí rápido, pero unos pasos acelerados me alcanzaron de inmediato.

¡Alto ahí Nue Fray! — escuché a mis espaldas aquella agitada voz al detenerse sus pasos y tuve que hacer alto en seco. — ¿¡cuánto tiempo llevabas ahí!? — no supe cómo responder adecuadamente a su pregunta, así que solo susurré insegura.

Un par de minutos…  ¿tal vez? — sin duda tenía escrito la palabra engaño en mi cara.

¡Eso es claramente una mentira! — inmediatamente objetó.

No lo hice apropósito — dije en mi defensa. — además, ¿qué hay de malo en que te muestres más relajado de vez en cuando? — Pero él me interrumpió con aquel tono agresivo.

¡Dímelo! — me ordenó. —no quiero que vayas por ahí contándole a todos sobre mí — dijo furioso, aquello me hizo sentir mal, el creía que yo era esa clase de persona.

Estabas cantando en la azotea — omití su aspecto desalineado de antes, no quería enfurecerlo más. Ante mi respuesta un suspiro de alivio salió de su boca.

¿Qué quieres a cambio de no hablar sobre lo que has visto? — ahora no solo me hizo sentir como si fuera una bocona también una chantajista y en un arrebato de cólera dije.

¿Estas bromeando verdad? – pregunté asombrada.

¿Acaso soy la clase de persona que bromea? — cuestionó exasperado. —¡Solo dime! — me ordenó.

¡T-tendrás tratarme bien frente a todos y me saludaras cada que me veas con una sonrisa! — grité molesta, su cara denotaba incertidumbre, ¿Qué pensó el que pediría? Solo había hecho aquella petición por mi inmadurez, pero su cara se veía un poco más cansada de lo habitual.

De todo lo que pudiste pedir... — hizo una pausa dramática antes de proseguir — Bien, tienes un trato Nue Fray — dijo molesto. — más te vale no romper tu promesa — dijo antes de retirarse.

 

Definitivamente lo había arruinado. Lo vi marchar por el mismo pasillo por el que ambos corrimos antes, la expresión de molestia en la cara de Jarid se reflejaba en los vidrios de los ventanales haciéndome sentir culpable.




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