El café de los disfraces

Capítulo 3.- El acuerdo de los Fray

El hombre al que consideré mi última opción había aceptado ayudar, pero todo tenía un precio, fui ingenua al creer que Carlos Fray me ayudaría gratis.

 

Una semana más había transcurrido, el invierno comenzaba a hacerse presente, por lo que esa noche decidí arreglar mi armario, la escuela había estado siendo benevolente y no teníamos tantas tareas, así que decidí entretenerme en algo más, mientras seleccionaba los suéteres de los que me desharía, mi madre tocó la puerta de mi habitación y el aroma delató la intención de su visita.

 

  • ¡Chocolate! — exclamé emocionada tirando sobre la cama la ropa y abriendo la puerta de golpe.
  • ¿Puedo pasar? — pregunto divertida.
  • ¡Por supuesto, adelante señora hermosa! — le hice una reverencia exagerada en agradecimiento, ella solo rio por lo bajo y dejó el chocolate en mi escritorio.

 

De inmediato me acerqué a olerlo, después le di un sorbito.

 

  • ¡Está buenísimo! — la elogié y ella desvió la mirada hacia la ropa regada en mi habitación — ¿Qué sucede? — pregunté siguiendo su mirada.
  • Había olvidado que aceptaste su propuesta — dijo desilusionada y no supe que responder — ¿por qué lo hiciste Nue? — su voz se volvió ronca y percibí la pena y el enojo.
  • Ya te lo dije antes mamá. — desvié la mirada.
  • ¡Podríamos…! — chilló, pero no la dejé continuar.
  • Mamá — la llame a modo de represión y ella salió dolida de la habitación a toda prisa.

 

Aquella noche cuando le llamé, el prometió que conservaríamos la casa, pero a cambio debía tomar mi lugar como su heredera, al principio estaba choqueada por la forma en que se aprovechó de nuestra desgracia, pero pronto comprendí que la desgracia de unos es la fortuna de otros y más para un hombre como Carlos Fray.

 

  • ¿Intentaste hacerme cambiar de opinión mamá? — cuestioné al silencio de mi habitación aun sabiendo la respuesta. — Él sabía que aceptaría, después de todo esta casa es mi tesoro — susurré con pena.

 

Dijo, que, hasta el día de mi graduación, viviría como una chica común y corriente en esa pequeña cuidad, pero cuando el plazo se cumpliera, debería trasladarme a otra ciudad junto con él.

 

Al cumplir la mayoría de edad, me convertiría en “Nue Fray” la hija de Carlos Fray y empezaría mi camino a convertirme en una señorita de estatus, como lo habíamos acordado, y de esa forma heredar el impero que según dijo, por derecho me pertenecía.

 

Acepte su petición, pero le dije mis condiciones, quería que mamá no quedara desamparada nunca, que se honrará la memoria de mi padre como debía ser y por supuesto quería conservar aquella hermosa casa, mi casa.

 

  • Lo siento Mamá — bajé los escalones y la encontré ahí sollozando en la oscuridad. — sé que solo quieres protegerme — le susurré mientras la envolvía con mis brazos.
  • ¡No quiero que te marches! — dijo entre lágrimas.
  • Lo sé, mamá — le dije.

 

A pesar de que amaba esa vida creo que todos debemos hacer sacrificios tarde o temprano por las personas que amamos; mi vida como chica común no era sencilla, y sabía que sería aún más difícil de ahora en adelante, así que decidí ser feliz en esa casa que tanto amaba hasta entonces.

 

  • ¿Vamos a ver una película? — le dije para distraerla de su tristeza moviendo de un lado a otro — veremos tu favorita y yo haré las palomitas hoy — ofrecí sonriendo hasta que la resignación se hizo presente en su rostro y un largo suspiró a acompañado de un asentimiento terminaron aquel doloroso tema.

 

Aun cuando mi madre se opuso rotundamente a mi decisión yo estaba convencida de seguir adelante, papá me había enseñado que uno “no da su palabra en vano jamás”. pasados unos días dejamos de discutir el tema, mi madre se había convencido de que no cambiaría de opinión.

 

Y así los días comenzaron a pasar rápido, el año escolar transcurrió con calma, en mis días libres salía con mis amigas a comer, al cine o a alguna reunión en casa de ellas como solía acostumbrar antes, claro, siempre cuidando mi imagen ahora que ya no solo era mía y no podía olvida que una vez por mes debía reunirme con Carlos Fray, de vez en cuando mamá me preguntaba.

 

  • ¿No estas cansada? — pero, aunque lo estuviera siempre le decía.
  • Estoy bien mamá, no te preocupes, debo irme ahora.  — repetía siempre antes de partir a otra extenuante clase extra.

 




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