El callejón de los sueños rotos

Capítulo V

Rosa se volvió a quedar sola una vez más, sin comprender por qué huían de ella.  

Entró en la casa y fue directo para el cuarto que compartía con Esther desde toda la vida. La abuela tenía un color diferente y respiraba lento como si le doliera.

-Abuela ¿te duele mucho?

Le preguntó la niña sacando a la vieja del letargo en el que estaba.

-No mi vida, es solo un dolorcito. Ven siéntate aquí conmigo.

-¿Te paso la mano y te canto el sana sana culito de rana?

Esther tragó en seco pensando todas las veces que había curado heridas con esa canción mágica y poderosa, primero a sus hijos y después a Rosa. Deseó que existiera una nana capaz de sacarle aquel dolor del cuerpo y volverla inmortal o, al menos, darle la fuerza para estar junto a Rosa hasta que ella pudiera valerse por sí misma. 

-Rosa, óyeme bien lo que te voy a decir y júrame que no lo vas a olvidar nunca.

La niña abrió los ojos y se puso seria al ver la solemnidad con la que la abuela le hablaba.

-Te lo juro abuela.

Esther no sabía cómo decirle a Rosa que ella estaba pronta a partir, de solo pensarlo las palabras se le torcían en los labios.

- Desde que eras una bebita eras lo más lindo del mundo y le doy gracias a la vida por cada momento que pasé contigo Rosa, por cada risa que me regalaste y cada abrazo; pero mi tiempo aquí se está agotando mi vida y pronto me iré a un lugar en el que no podré estar contigo físicamente.

-¿A dónde vas abuela?

-A un lugar donde los recuerdos se vuelven eternos y el amor nunca desaparece. 

-¿Yo puedo ir contigo?

Preguntó la niña en su inocencia. 

-No mi vida, este viaje lo tengo que hacer yo sola.

Rosa bajó la vista y se puso a juguetear con sus manos. Su abuela nunca la había soltado, en todo momento había estaba junto a ella desde que tenía consciencia. 

-Rosa, mírame.

La niña observó a la abuela y no entendía que pasaba, pero estaba triste y un dolor le apretaba el corazón. 

-Recuerda siempre amar con toda el alma, eso es lo más importante de la vida, nunca debes tener miedo de amar con todas tus fuerzas. Quiero que sepas que eres fuerte, más fuerte de lo que crees. La vida es difícil Rosa, pero nunca debes rendirte. Recuerda siempre que tienes un corazón valiente que puede enfrentar cualquier cosa y con perseverancia puedes alcanzar lo que quieras, hasta las estrellas.

-Abuela, las estrellas están súper lejos.

Le dijo la niña sin entender a dónde quería llegar Esther con aquella conversación. 

-Pero ahí están Rosa, esperando que las alcances. Nunca dejes de ser tú misma, este mundo necesita personas como tú, llenas de luz.

La niña escuchaba las palabras de la abuela como una letanía, una despedida de la que no quería ser parte.

-¿Cuándo vas a regresar de tu viaje abuela?

Esther se pasó las manos por las lágrimas incipientes que forzaban por salir de sus ojos.

-Tú vas a lograr grandes cosas Rosa y yo siempre estaré mirándote desde arriba, orgullosa de la increíble persona que eres y en la que te vas a convertir. Pero el viaje que estoy a punto de hacer, no tiene regreso mi vida. 

La niña no pestañeaba.

-¿Te vas a morir abuela?

Esther suspiró y asintió con la cabeza, no tenía sentido engañar a la niña que había estado tan cercana a la muerte desde que puso los pies en esta vida.

-Pero no tengas miedo, yo siempre voy a estar a tu lado, aunque no me puedas ver siempre voy a estar contigo, justo al lado de tu madre. Cuidando de ti para siempre.

-¿Me lo prometes abuela? ¿Nunca me vas a dejar sola?

-Con mi vida entera mi ángel.

Rosa cayó en los brazos de su abuela y la apretó como si de esa manera pudiera arrebatarla de los brazos de la muerte. No entendía mucho de la vida, pero sabía que de la muerte no se regresaba, si no, su mamá Asunción hubiese ido a visitarla alguna que otra vez. 

No era suficiente pensar que la cuidaban desde un lugar lejano, ella necesitaba a su abuela a su lado, visible y palpable, como la tenía en ese momento.

Esa noche, Rosa se durmió junto a su abuela. No se percató del instante en que Esther cruzó el umbral de la vida para reunirse con su esposo y sus tres hijos que la esperaban del otro lado. 

Aquellos espíritus buenos acompañarían a Rosa toda su vida, pero ni toda su protección la podría alejar de las más terribles pesadillas que, inexorablemente, le tocarían vivir.

A los gritos de Rosa en la mañana acudió Julia, que al ver la cara de su madre supo que había partido.

Rosa se agachó en un rincón del cuarto y allí estuvo todo el día, sin bañarse ni comer. Julia se había olvidado por completo de la niña en la vorágine de la muerte. 

Cuando comenzaron a llegar los vecinos más cercanos para el velatorio, la tía se percató de que no había visto a Rosa desde la mañana.

Al entrar al cuarto y verla recogida en un rincón no supo qué hacer.

-Rosa, tienes que vestirte y salir a saludar a la gente.

-Yo no me voy a mover de aquí.

Julia miró al techo rogando por paciencia.

-Óyeme bien, yo no estoy para tus caprichos ahora mismo. Mi madre se murió y tú eres lo último que me preocupa hoy. Si no quieres salir, no salgas. A mí me da igual.

De un portazo dejó a Rosa en su sitio, agachada sobre sus lágrimas y sus propios líquidos corporales, que inevitablemente habían abandonado su cuerpo sin ella poderlo evitar.

Al día siguiente y después de estar casi 30 horas en la misma posición, la niña se levantó y fue al baño. No había nadie en toda la casa. Ni rastros de Julia y mucho menos de su abuela.

Se puso una muda de ropa limpia y se hizo las trenzas.

Se sentó en el portal a esperar que alguien apareciera. Al mediodía vio llegar a Julia vestida de negro de los pies a la cabeza.

-¿Dónde está mi abuela?

Le preguntó y Julia le lanzó una mirada indiferente.

-Enterrada, entra que tengo que hablar contigo.




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