El retumbar de los pasos disparejos resonaron en el callejón obscuro y húmedo tras el bar, las ratas oportunistas despojadas de su festín por dicho alboroto salieron corriendo en busca de la guarida mas cercana, la luz débil del único foco en dicho lugar dibujó al fin tres rostros, estos hombres danzaban en un extraño baile, una asincronía que solo se podía divisar en los momento en que se estaba disputando una pelea callejera.
- Entregalo maldito idiota.
- Déjalo ya Franco, - profirió el mas grande de los tres, a sus pies yacía tirado un hombre joven con la cara llena de sangre y el traje arruinado por la golpiza.
- No viejo, mira ese reloj, debe valer una buena. - el otro asaltante, el mas pequeño entre los tres implicados, se agachó y trató de quitar al del suelo el reloj; pero este lo cubrió con su cuerpo cual tortuga en su caparazón.
- Venga ya, nos vamos, ya le quitamos la billetera, déjale su puto reloj, para que sepa que ya es hora de irse yendo de aquí. - la carcajada sincronizada de los asaltantes inundó el callejón por un par de segundos.
Justo cuando estos individuos se fundieran con la calle que daba entrada al callejón, el chico se arrastro pesadamente hasta una pared, justo bajo el pobre foco que con mucho esfuerzo brindaba un poco de luz en ese truculento lugar. Después de quedarse unos momentos quieto, el chico miró su reloj para asegurarse de que no hubiera sufrido daño alguno, cuando estuvo seguro de ello una tranquilidad manchada por sangre iluminó su rostro. Usó sus pocas fuerzas para intentar levantarse pero al apoyar un poco sus piernas estas fallaron y un dolor recorrió su cuerpo haciéndole de nuevo caer de cara con las viejas baldosas de ladrillo humedecidas por una anterior descarga de lluvia. Sin pensarlo dos veces el chico volvió a asegurarse de que su nuevo encuentro con el suelo no hubiera proferido alguna herida al preciado accesorio en su muñeca, no fue así, se dispuso a intentar de nuevo levantarse.
- Oye niño, no creo que sea conveniente intentarlo de nuevo.
No se movió, se quedó tirado en el suelo pensando como habían vuelto, como en un momento no pudo escucharles regresar por la calle, se volvió hacia la voz y lo que encontró no fue a sus asaltantes que venían con una segunda porción de puños y patadas, sino una figura de pie a unos pasos de distancia, un hombre según su voz y su silueta, parecía traer una gabardina larga hasta casi tocar el suelo.
- Vamos déjame ayudarte, - el hombre misterioso se agachó y sin ninguna posibilidad de siquiera resistirse lo colocó de nuevo contra la pared del callejón. - Este mundo no respeta a nadie niño, mira nada mas como te dejaron.
En el momento en que ambos estuvieron mejor cubiertos por la luciérnaga que alguien consideraba apropiada colocar como bombilla en ese lugar, pudo ver mejor a dicho sujeto, no era mas que un vagabundo, un hombre sin techo. Su gabardina estaba hecha jirones y donde no había un hoyo en ella había una mancha de quien sabe que tipo, cualquier color imaginable poseía presencia en forma de mancha sobre esa prenda; su barba llegaba casi que a tapar todo su cuello, sus arrugas no parecían de viejo sino de experiencia de vivir en la calle.
- Discúlpeme pero ya debo irme, tengo prisa. - inició su enecimo intento de levantarse.
- Oye que traes ahí? - profirió el hombre desatando un vaho asqueroso que por un momento casi provoca el vomito en el joven herido. Su reacción instantánea fue esconder su reloj bajo el chaleco del traje que llevaba. - bueno está bien, debe ser valioso, por lo menos tanto como para recibir unos cuantos golpes para que no te lo quiten. - el vagabundo se recostó a su lado, apoyando la espalda en la pared.
- Es algo muy preciado, algo familiar. Gracias por ayudarme pero debo irme.
Cuando después de buscar fuerza y acomodarse para ponerse de pie posó sus extremidades para incorporarse, el vagabundo pudo ver un instante el reloj del muchacho. Era un reloj precioso, con correa que parecía de plata, incrustaciones de pequeñas piedras rojas y negras en las manecillas, una joya seguro muy cara. El vagabundo lo tomo con una mano del brazo donde llevaba el reloj y con la otra lo acercó hacia si halandole el traje, le fue fácil, el chico no tenia fuerza suficiente para resistirse.
- Que hace?, sueltem..... - en un segundo se vio envuelto en un forcejeo por liberarse del maloliente hombre, pero su cuerpo no le daba energía, no le servia de mucho.
- Que crees?, que los servicio de primeros auxilios te los dí gratis?, dame eso, con eso me lo pagas.
El forcejeo se intensificó, el chico buscaba puntos de apoyo en el suelo, en la pared, donde fuera para poder impulsarse con los pies e intentar lanzar al vagabundo de costado y poder liberarse, pero el vagabundo, por mas hombre callejero que fuera, tenia bastante fuerza, por lo menos mas que el, y no permitía que se soltara. Viéndose sin poder ganar dicha riña, lanzó un cabezazo hacia atrás con la fortuna de acertar en la nariz del hombre, este de inmediato comenzó a soltar improperios y maldiciones liberandole para poder tomarse la cara con las manos por el dolor.
- Hijo de puta me rompiste la nariz, cabrón ahora sí te las vez conmigo, mil veces cabrón! - gritaba el hombre sosteniéndose y meciéndose en el suelo como un niño necesitando a su madre.
Después de asegurarse de la correa del reloj no se había roto el chico se incorporó y se sintió a salvo, pero de un momento a otro se vio absorto en un olor dulce e hipnotizante que ahora emanaba del deplorable hombre a su lado; cerró fuerte sus ojos e intento pensar en otra cosa pero el impulso empezó a emanar en él, un instinto casi animal, primitivo y obscuro, el olor se le antojaba apetitoso, suculento.
- Sabe algo señor, si su intención es brindarme ayuda, - volteó y miró al viejo que en ese instante también se fijaba en él. - puede hacerme una donación de sangre.- En ese momento el decrepito hombre no podía creer lo que estaba presenciando, bajo esa pobre iluminación que los bañaba el chico indefenso y vulnerable hace unos segundo ahora lucia aterrador, sus ojos se veían de un rojo brillante y penetrante, sintió como su cuerpo completo erizaba todos los bellos que le cubrían la piel y empezó a retroceder en busca de huida.