Una obra escrita por: Fernando Daniel Acevedo
“La intencionalidad del que odia es la de herir a otros, y el odio se puede interpretar como una predisposición de aprovechar toda ocasión para perjudicar a los demás.” -Plutarco
El Cambiaformas
Episodio 1
Poder oculto
Todos pensamos que somos comunes y corrientes. Buscamos algo que nos destaque y cuando finalmente lo encontramos... bueno, todo depende de cual sea tu cualidad.
La mía, en mi caso, me hizo creer que podía ser algo más, ser alguien más.
Todo lo que era una persona era una chance para mí, como si la vida fuera una obra de teatro donde yo podía tomar el papel de cualquier personaje, cuando y como sea que yo quisiese.
Debía controlarme, pienso en oportunidades desaprovechadas y en acciones mal hechas, porque incluso siendo poderoso, uno nunca es perfecto.
Pienso y pienso, busco en recuerdo tras recuerdo y siempre llego a donde todo empezó: Antes de ser “El Cambiaformas” yo era Lucas Blanco, un muchacho en el colegio secundario, tenía diecisiete años, estaba en cuarto año de una escuela de comercio en pleno 2025.
Era un alumno promedio, nunca notas tan altas, nunca tan bajas, jamás repetí. Nunca hice cosas para llamar la atención, si tan solo hubiera sido así hasta el día de hoy nada de esto hubiera pasado.
Tal vez este don fue lo que me cambio la forma de ver a las personas como seres únicos, y empecé a verlos como nada más que carne y hueso con identidades fácilmente manipulables y con la capacidad de robarlas como si nada y como yo quisiese.
Un día como cualquier otro me puse a hablar con una chica de mi colegio, entonces, la mire a los ojos, me sentía raro, pero no era amor ni mariposas en el estómago ni ninguna de esas pelotudeces, era algo más, ella se sentía rara por la forma en la que la veía pero me daba igual, tenía que saber qué era lo que me pasaba.
Lo único que sabía que me mareaba al fijar los ojos sobre otra persona, empecé a observar más seguido a la gente directo a los ojos, era como una especie de temblor combinado con sonidos extraños que venía a mi cada vez que hacia eso.
Era raro, muchos se lo tomaban a mal cuando los miraba por unos segundos, casi como si sintieran lo mismo, pero a mí no me importaba, siempre me daba el mismo efecto de vértigo que cada vez lo controlaba mejor.
Unas cuantas semanas después fue cuando muchos compañeros me empezaron a hablar más seguido, tal vez por el hecho de pasar tanto tiempo con ellos y ser, a diferencia de otros, alguien que no había repetido de año y por lo tanto alguien que relativamente le metía interés al estudio y más o menos sobresalía en mi curso a diferencia de otros compañeros por ello, sea como fuese, cuarto año también fue una etapa donde empecé a socializar más.
A pesar de ser callado y nunca dar mi opinión sobre nada en absoluto, cosa que me daba estatus de buen compañero, todos me hablaban de sus cosas buenas que habían hecho, de sus problemas que tenían mientras que yo nunca decía lo que pensaba y sí tenía que responder con algo decía
“Mira vos, muy bueno” o “Y, es un tema todo lo que me estás contando.”
Aproveche que la gente socializaba más seguido conmigo, me puse a ver a los ojos de mis amigos, mientras hablaban, cosa que hasta ese entonces se me hacía complicado debido a lo nervioso que me ponía cuando hablaba con otras personas.
Y una vez, mientras viajaba en el subte devuelta a casa con un compañero que también era de mi barrio, hablando sobre algo que no recuerdo que era, lo importante es que logre contemplar.
Lo vi fijamente a los ojos y cuando decidí pestañar, me veía a mí mismo, como si fuera otra persona, y yo me veía extrañado, ambos estábamos confundidos, me sentía incómodo, extrañado, como si mis entrañas fueran diferentes o algo así, pero me puse verme a mis propios ojos, en la perspectiva de otra persona, y cuando menos me doy cuenta había vuelto a la normalidad.
Pero mi compañero se le hacía un nudo en la garganta al querer decirme algo, supongo que decirme algo de lo que sintió, se levantó sin decirme nada y se alejó de mí y nunca más hablo conmigo, pero nunca se lo conto a nadie, yo hubiera hecho lo mismo, lo admito.
Lo empecé a hacer con desconocidos y pasaba lo mismo, me veía a mí mismo y por suerte siempre lograba volver, pero ya a la segunda vez me di cuenta de lo que pasaba.
Yo podía cambiar de cuerpo, con tan solo mirarlo a los ojos y si él también me miraba a los ojos era mucho más fácil.
Saber lo que es ser un joven adolescente de 67KG como era yo, a un hombre de treinta y pico de años con problemas de obesidad, o una joven de catorce era una experiencia extraña, y así con muchas personas más, podía moverme estando en su cuerpo y ellos podían hacer lo mismo en el mío, o eso era lo que notaba a simple vista por lo menos.
Los meses pasaron y ya casi era final de año, se me ocurrió una idea, aun no me creía que este don fuera posible, pero lo iba a experimentarlo más a fondo.
Me enfoque en idear un plan entorno a un compañero llamado Hernán, un imbécil con todas las letras, no lo soportaba, y eso que no se metía conmigo, pero hacia cosas tan estúpidas y él nunca se hacía cargo de nada, por ejemplo:
Una vez jugando a la pelota, le pego un pelotazo a una chica que estaba con su celular, nunca tuvo que pagarle el celular recién arreglado que había roto con la excusa de que ni él ni sus padres tenían dinero para arreglarlo, así que el colegio se encargó de emendar SU error, esa fue una de las tantas cosas que hizo, pero era hora de sacármelo de encima.
Nuestra aula del curso estaba en un segundo piso, suficiente altura para matar a una persona que decida tirarse por la ventana, o dejarlo gravemente herido.
Él siempre era de quedarse solo en el curso en los recreos, usando el celular para pavadas, escuchando música a todo volumen que se llegaba a escuchaba desde el otro lado del curso incluso usando auriculares.