Al igual que los días anteriores voy al jardín, es mi lugar favorito del hospital. Acabo la rutina de caminar y ahora me toca nadar. Intento concentrarme en lo que me dice la enfermera, pero solo percibo la mirada del chico de pelo negro en mí.
Me siento sobre una banca de cemento y miro hacia el cielo, el sol se está poniendo y da una imagen hermosa. El viento sopla mi pelo lentamente. Recuesto la cabeza en el respaldar del banco y observo el sol como todos los días. Me voy de la habitación blanca a la misma hora siempre, así puedo ver el atardecer en el mejor momento.
–Vaya… ¡mira quién está aquí! –miro hacia mi izquierda de donde proviene la voz.
Ahí está él con su pelo negro un poco largo, balanceándose por el viento y sus ojos de plata que ahora se ven del color del oro gracias a la luz del sol. Ya no tiene el cuello ortopédico ni la venda en la cabeza. No puedo hablar, solo lo veo, de cerca es todavía más guapo.
– ¿Planeas mirarme toda la tarde o me vas a decir algo? –comenta luego de un momento.
–Mire quién lo dice –observo el cielo en otra dirección–. Usted es quién no deja de verme en todo el día.
–Jaja, solamente usted me parece muy bella y admiro su belleza –me estremezco, no lo esperaba. “Así que intenta ligar”.
–Me lo han dicho muy seguido, no es el primero –miento.
–Oh, qué mal. Pensé que era el primero. Bueno, aunque supongo que con tal belleza es normal –se sienta a mi lado.
–No le di permiso de sentarse –añado sin pensar.
–Bueno pues no lo necesito, la banca es pública... No sabía que un atardecer podía ser tan bello.
–Se ve igual que siempre. ¿Nunca se ha sentado a ver uno?
–No recuerdo haber visto uno nunca –dice mientras se encoje de hombros.
No digo nada, solamente miro el atardecer y como el cielo se hace cada vez más oscuro. Lo miro de manera disimulada, sus ojos brillan como si mirase la escena por primera vez. Luego de un rato en silencio dice.
– ¿Cómo te llamas?
–No veo por qué debería decirle mi nombre –contesto mirándole de reojo.
–Yo me llamo Eduardo, gusto en conocerte persona sin nombre –me ofrece su mano.
–Sí tengo nombre –contesto entrecerrando los ojos.
– ¿Y cuál es? –va ganando vaya…
–Erika.
–Que nombre más hermoso, me gusta – al ver que no le doy la mano la retira.
–Solo lo dice por formalidad –le digo.
–No es cierto, en verdad me gusta. Bueno ya que. Te diré lo que he pensado en toda la semana.
–… –lo miro a los ojos. El sol oculta por completo y las luces del jardín se encienden.
–Me gustaría ser tu amigo, en este momento mis amigos no son mis amigos, así que quiero un amigo de verdad. Uno que pueda recordar por el resto de mi vida.
–No entiendo lo que quiere decir, pero está bien. Por mí no hay problema –digo encogiéndome de hombros.
–Qué bueno. Por cierto, me gustaría que nos tuteáramos –contesta con suma felicidad.
–Está bien… Eduardo –añado al recordar su nombre.
Es un nombre con mucha propiedad y poder. Me levanto del banco y él hace lo mismo después de mí.
–Ya es muy tarde, me debo ir a mi cuarto.
–Déjame acompañarte, voy a mi habitación también.
–Bueno.
Se coloca detrás de mí y me sigue a donde voy. Antes lo vi feliz, aunque un poco distraído, como si le doliera algo.