El Cambio

Capítulo 10: Erika

     El dinero que me dio Eduardo lo gasté en comprarme un cambio de ropa nuevo y en comida para mí y para Carmen, mi amiga. Ella me salvó de ser violada por unos tipos cerca de mi antigua casa. Es como un marimacho, pero sin duda alguna le gustan los hombres. Basta observar como mira a un chico guapo. Carmen es morena y alta, lo opuesto a mí. Sus ojos son celestes, que veces se ven igual al cielo, y su pelo es café claro.

     –Mira a aquel, –señala con el dedo– es un papacito. 

     –Cállate –miro en dirección contraria. 

     –Hay vamos, solo porque no es “tu querido Eduardo” no significa que no sea guapo. 

     –En primera no es “mi querido Eduardo” solo es un amigo, y en segunda deja de señalar a la gente. 

     –Bueno está bien –me vuelve a ver–. ¿Pero verdad que está guapo? 

     –Sí, sí. Lo que sea. 

     –Yupie –parece una niña pequeña. Carmen observa a los millonarios que van de un lado a otro, pese a ser una zona relativamente pobre, y dice. 

     – ¿Qué sería de nosotras si tuviésemos la cantidad de dinero que gana esa gente en un mes? Se bañan en oro todos los días y nosotros aquí muriendo de hambre. 

     –No es cierto. Hay algunos buenos.

     –Como “tu querido Eduardo” ¿verdad? 

    –Dejemos de hablar de él, ¿sí? –dijo consiente de que mis mejillas se tiñen ligeramente de rojo. 

    –Bueno, bueno. Está bien –dijo levantando las manos–. ¡Oh! Ese sí que es guapo. 

     Vuelvo mi mirada a quién sea que Carmen mira, cabellos negros y ojos como la plata fundida. Él se detiene justo después de pasar frente a mí. Se gira y me ve. 

      –Le gustaste ¿ves? –Me susurra al oído– Ve a por él, es un millonario –la golpeo en la cabeza. Y Eduardo que tiene los ojos muy abiertos dice.

     –Erika… 

     –Eduardo… –dijo entonces yo con voz apenas audible.

     –Así que ¿ese es el famoso y aclamado Eduardo? –dice Carmen, mientras mira de lado a lado. 

     –Sabía que soy famoso, pero no aclamado –responde él con una sonrisa.

     –No eres aclamado, créeme –le digo yo–. ¿Qué haces aquí? 

     –Voy a una reunión. ¿Qué haces tú aquí? –dice frunciendo un poco el ceño.

     –Esta es mi vida –digo señalando el vaso con unas pocas monedas. 

     –No, claro que no. Ven –me ofrece la mano y yo la acepto. Me ayuda a ponerme en pie y Carmen se levanta sola tras de mí.

     –Ella es Carmen, mi amiga –los presento–. Él es como tú dijiste, Eduardo.

     –Mucho gusto –dice Eduardo mientras le da la mano.

     Los guardaespaldas de él ni siquiera dicen nada. La gente que pasa a nuestro lado en cambio, nos ven extrañados y algunos cotillean, sin embargo, a mí no me importa.

     Llama a un guardaespaldas y le dice algo que no logro escuchar debido a que fue una orden silenciosa. El hombre se retira a su posición anterior y Eduardo nos dice.

     –La reunión a la que debo asistir es muy importante así que irán con Mike, mi… guardaespaldas. Él las llevara a alguna boutique de la ciudad donde se puedan comprar algo para ir a almorzar conmigo en el restaurante Fresscher y luego las llevaré a mi casa para que se hospeden ahí hasta que deseen. 

     –No tiene sentido –dice Carmen, justo cuando termina. 

     –Mira Eduardo, ¿con cuál dinero planeas que comamos en un restaurante fino? –pregunto yo, haciendo la lista menta de costos de un restaurante caro.

     –Con el mío, claro –contesta sin dejar la sonrisa. Y sin separar su mirada de la mía…

     –Ooohh –argumenta Carmen. 

     –Digamos que hasta ahí lo entiendo. ¿Cómo es eso de que quieres que nos hospedemos en tu casa? Somos amigos, pero eso… ni siquiera conoces a Carmen –la señalo. 

     –Soy una buena persona –dice ella. 

     –Ella misma dio la respuesta. Puede que no confíe en ella, pero en ti sí. Eres muy honrada por eso –vaya, que humildad. 

     –No lo digo solo por mí. ¿Qué dirá tu familia? ¿Qué les dirás cuando lleves a dos indigentes a VIVIR a tu casa? –pregunto yo intentado que no nos lleve con él, podría causar muchos problemas. Pero me molesta que en mi interior ansíe irme a otro lugar que no sean las calles.

     –Probablemente se enojen, pero eso no importa. También dirán que estamos un poco apretados ya que la casa solo tiene 6 habitaciones, pero es muy grande así prácticamente no se verán las caras.

     Al final acabe rindiéndome, aunque sigo opinando que no tiene sentido que viva en su casa. Llevo dos años sin verle y eso ni siquiera le impidió decir algo así. Tampoco me saludó con un abrazo o algo así, directamente me invitó a comer. No lo entiendo.

 

M

 

     Al parecer para ir a un restaurante como el Fresscher, hay que llevar un vestuario muy elegante, me obligaron a ir en vestido. Me gustan más los pantalones.



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En el texto hay: romance, dinero

Editado: 16.03.2020

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