El Cambio

Capítulo 20: Erika

     Me duele el corazón débilmente desde la mañana, no es muy fuerte pero luego de mucho tiempo de tener ese dolor es horrible. Ahora no sé por qué al escuchar esas palabras tan frías proviniendo de Eduardo me sentí mucho más mal que todo el dolor que he pasado desde la mañana. Me eché a llorar en mi cama primero por cómo me trató Eduardo y después por el dolor que ahora se ha vuelto más fuerte.

     - TOC, TOC. 

     - ¿Quién? – digo.

     - Soy yo señorita, Richter. Lamentablemente vi cómo la trató mi jefe, ¿le puedo ayudar en algo? – su voz se oye distorsionada por la puerta que hay de por medio.

     - Sí… por favor… Llama a un doctor, me duele… mucho el pecho desde la mañana… y ahora me siento peor – me cuesta respirar.

     - Sí, señorita. En seguida. – lo escucho irse.

     Sabía que Eduardo me estaba ocultando algo, ahora lo comprobé. Me duele mucho el pecho, cada vez es peor. El doctor llega muy rápido, llama a la puerta y yo le digo que pase. Me revisa y marca un número en su teléfono.

      - ¿Qué…hace?

     - Ayudarla, puede sufrir un infarto si no la trato a tiempo. 

     - Ya veo. Mi… corazón…de nuevo – oscuridad.

 

M

 

     - ¡Señorita! – escucho a lo lejos.

     - Richter - digo. 

     - Me alegro de que esté despierta - dice él. Otra vez lo mismo, techo blanco, paredes azulonas y piso blanco.

     - ¿Quién me trajo aquí? - pregunto. 

     - Yo señorita - contesta 

     - ¿Era necesario?

     - Sí, señorita.

     - Ya veo, entonces gracias. Llámame Erika, por cierto - digo. 

     - Sí, señorita digo… Erika - estoy en lo que vendría siendo ahora mi segundo hogar, el hospital. Debí de haberme desmayado, no recuerdo gran cosa. Eduardo.

     - ¿Eduardo sabe de esto? - pregunto angustiada.

     - No, pensaba informarle ahora que usted está mejor - dice. 

     - No lo hagas.

     - Pero…

      - Ahora está pensando en otra cosa más importante que yo. Déjalo no le molestes - le digo. 

     - No creo que haya otra cosa más importante para él que usted - responde.

     - … ¿Cuánto más tengo que estar aquí? - pregunto ignorando lo anterior. 

     - Voy a llamar al doctor, si él dice que se puede ir podrá hacerlo.

     - ¿Qué fue exactamente lo que pasó? - pregunto. 

     - Su corazón estaba latiendo más rápido de lo que debería, pero por suerte se desmayó, podría haberle ocurrido otro infarto. Su corazón estaba por así decirlo “acumulando estrés” ya que usted no se estaba medicando. Llegó un punto en que el estrés le cobró una mala partida - dice con voz triste. 

     - Así que esto fue culpa de Eduardo, genial – digo con sarcasmo.

     - No del todo, pero sí en parte lamentablemente. Le conseguí unas pastillas para que tome y así se prevenga otra situación como esta, el doctor dijo que la próxima vez no se desmayaría y directamente moriría - dice.

     Esas palabras arden dentro de mí, soy muy frágil. El doctor que Richter llama me dice que me puedo ir siempre y cuando me medique, no me va a pasar nada. Pago con mi tarjeta de crédito y nos vamos, me la dio Eduardo hace unas semanas, tiene acceso directo a su cuenta. Richter y yo nos montamos al auto, es el Lamborginni.

      - ¿Podemos pasar a un lugar antes de regresar a la casa? – pregunto.

     - Por supuesto, ¿adónde desea ir?

     - Llévame al banco que está cerca de las zonas bajas. 

     - Muy bien - responde.

     Mi mente recordó algo importante antes de que acabará presa. Tengo unas cuantas deudas. En el banco cancelo completamente la de mi casa y aprovecho para vendérsela al banco. La luz y el agua que desde hace mucho no pagaba por fin lo cancelo. La deuda del carro también la pago.

     Ahora me encuentro recorriendo varias calles y lugares para pagar las deudas en salones de belleza y bares. La única deuda que no podré pagar es la del narcotraficante. No me gusta pagar mis deudas con el dinero de Eduardo, pero si no lo hago lo más probable es que termine presa. Al terminar todo esto ya es de noche pasada las siete. Aún vamos en el carro.

     - Oye Richter, vamos a comer a algún lado - digo. 

     - El señor se enfadará si no cena con él - responde. 

     - No, créeme no va a cenar abajo hoy.

     - ¿Cómo puede asegurarlo? - pregunta.

     - No sé, simplemente es una corazonada. Aparte hoy quiero disfrutar de la noche.

     - Está bien, vamos a cenar.

     Nos detenemos en un restaurante de comida saludable, de cierta manera no me sorprende. Ordenamos cada uno lo suyo y esperamos mientras comentamos algunas cosas.



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En el texto hay: romance, dinero

Editado: 16.03.2020

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