Shoneyi fue encontrado por algunos aldeanos mortales con una sonrisa dibujada en su rostro que nadie pudo entender. Todos sabían lo trágico que era ser atacado por una bestia mágica. Muchos de ellos habían sido víctimas; algunos no poseían un brazo o una pierna debido a previos ataques. Perder a un ser querido, aunque no era normal, podía pasar en ocasiones. Rezar a los dioses era la única opción viable para ellos.
El chico comenzó a desarrollar una fobia a la sangre luego de haber visto la de sus padres, ser bañado en la de la bestia y también perder mucha de la suya propia. Shoneyi estaba molesto con el inmortal que lo ayudó por su tardanza. —Si llegaba uno o dos minutos más rápido, se hubieran salvado—, pensó.
—Te odio, Yi Jui —decía en voz baja para sí mismo mientras leía su pierna izquierda.
Durante los siguientes años, el joven huérfano se metió en problemas y encontró algunos bullies que, por más que él fuera golpeado o se defendiese, todo paraba al ver sangre suya o de sus contrincantes.
Shoneyi estaba algo desnutrido luego de años sin un hogar permanente. También afectaba el hecho de que no podía cazar, ya que no podía matar a sus presas y ver la sangre recorrer sus manos. El líquido tibio hacía estremecer su cuerpo, por lo que decidió volverse vegetariano, si de él dependía comer. Solo comería si alguien más preparaba el animal.
Tocándose el estómago, podía contar que solo faltaban meses para cumplir con la fecha que el inmortal Yi había comentado. —Casi cuatro años desde la muerte de mis padres... Es el momento—, se dijo. Recogió todas sus cosas en una pequeña bolsa y dejó la ciudad que lo vio crecer. Con casi quince años, el chico se dispuso a recorrer el mundo hacia las montañas más altas del reino.
El chico no sabía a dónde se dirigía, pero cada vez que leía su pierna izquierda, algo lo guiaba en una dirección específica; era una fuerza mística, casi espiritual. Luego de meses y meses caminando de un lugar a otro, en muchas de estas ocasiones, Shoneyi tuvo que defenderse de bestias mágicas de bajo nivel y esquivar bandidos de la zona.
Tras meses caminando, corriendo, escalando y pasando situaciones que nadie podría imaginar, llegó a una pequeña caseta de guardia. Era simple; el bambú que recorría la construcción se asimilaba a un pequeño muro, pero no lo suficientemente alto para impedir que alguien lo saltara, sino, para hacer entender a cualquier ente que esta era parte de la Secta del Cielo.
En la caseta de seguridad se encontraba un guardia semidormido que, al sentir la presencia de otra persona, agudizó sus sentidos y elevó su espíritu. Con un gran estruendo, gritó: —¡Anúnciate! ¿Quién eres y qué quieres con la gran Secta de los Cielos? Mientras hablaba, se escuchaba el deslizamiento de una espada salir de una funda, el golpeteo de un escudo y una respiración agitada.
Luego de un par de segundos, el guardia inspeccionó con la mirada al chico desnutrido y sin fuerzas. —¡Un mortal! —Muy sorprendido, salió a su ayuda y recordó las enseñanzas del Libro del Cielo:
“Si un mortal ha de llegar, ayuda debes brindar. Un esclavo de la tierra será y así se podrá elevar a su correcto lugar.”
Al ver caer al chico al suelo después de escuchar una leve súplica, el guardia decidió guardar su espada y lanzar su escudo a la espalda. Tomó algunas respiraciones para calmarse y controlar su espíritu interno.
—No puedo creer que un mortal haya llegado hasta aquí por sus propios medios.
El guardia cargó en el hombro al joven y lo soltó un poco brusco en el suelo de la caseta de seguridad. —Necesito reportar esto al jefe Yun, pero ¿cómo diablos le explico lo que acaba de pasar?
Mientras el guardia miraba a Shoneyi de arriba abajo y observaba cómo sufría y se retorcía del hambre, pudo notar algo extraño en su pierna izquierda. —¡No puede ser! —Gritó mientras se tocaba la cabeza con sus manos—. ¿Por qué tiene el nombre del segundo maestro escrito en sangre en su pierna? El guardia no dejaba de caminar de un lado a otro. Preocupado, decidió que lo mejor por el momento era seguir las órdenes de las sagradas escrituras del Libro de los Cielos y darle de comer al chico. Reportar a los altos mandos era su siguiente prioridad.
Pasados unos días, el chico despierta débilmente, pero ve un menú digno de nobles enfrente de él: tres pedazos de pan y un poco de proteína. Sus ojos no daban crédito a lo que veían; mientras soltaba bocado tras bocado y con la boca llena, preguntó: —¿Quién eres y dónde estoy?
Mientras el guardia veía con desprecio y algo de asco cómo el niño mendigo se introducía los alimentos a la boca, respondió: —Soy el guardia de la entrada de la Secta del Cielo. Mi nombre es... El chico explotó en emoción y se abalanzó sobre el guardia, abrazándolo y gritando con emoción que lo había logrado, que después de tanto trabajo y sufrimiento todo era real. Le explicó cómo viajó hasta donde se encontraban y lo arduo de su travesía, cómo tuvo que huir varias veces de bandidos, escapar de bestias y sobrevivir de plantas y bayas.
—Mi nombre es Shoneyi Wen, soy huérfano y vengo por Yi Jui.
Con una sonrisa que podía levantar al mundo, el chico puso todo su esfuerzo para lucir confiable, pero su apariencia decía lo contrario.
El guardia, asustado por lo que acababa de escuchar, con voz resquebrajada y apuntando hacia la punta de la montaña que tenían detrás, comenzó a explicarle los funcionamientos básicos de la secta, la división política y lo que era iniciarse en el camino de un ser inmortal.