Ya había pasado un buen tiempo desde que Shoneyi se unió a la secta y con ello su vida había cambiado. Todo era diferente, su camino hacia la inmortalidad, aunque lejano, ya había comenzado; muchos habían fallado pero todos sabían de alguien que lo había logrado, el dios inmortal Heyosin. Un individuo que logró conquistar los cielos y la tierra, nadie sabe desde hace cuanto es un inmortal pero la leyenda cuenta que tiene más de cinco mil años en el mundo.
Para nadie es secreto que a medida que aumentas tu cultivo espiritual, ganas años de vida, por ende, lo más valioso para cualquier persona en el camino a la inmortalidad es su vitalidad. Muchos incurren en robar, asesinar, o simplemente en lograr vivir una vida algo más tranquila que les permita seguir cultivando.
Una vez llegado a un punto de cultivo, ganas el derecho de entrar al cielo de la resurrección. Este te permite volver a nacer con algún recuerdo de tu vida pasada, pero, tu espíritu se eleva a un ritmo algo más acelerado. Normalmente, cuando alguien entra al cielo de la resurrección, este se pierde en un sin fin de almas; aquellas que corren con la suficiente suerte, tienen consigo la voluntad de los cielos y una gran secta los ayuda a desarrollarse para convertirse en los pilares de ella.
Algunos de los miembros del círculo externo comenzaban a pensar que quizás Shoneyi era alguien que corría con la voluntad de los cielos. Esto hacía que los celos, la envidia y las ganas de golpearlo crecieran mucho más. Faanao y algunos de sus secuaces decidieron usar a Yuiji como carnada, para atraer a Shoneyi fuera de su cueva.
Un talismán con una extraña runa que formaban la palabra XinXi flotaba enfrente de la puerta de la cabaña de Shoneyi, este influyó el talismán con su energía espiritual y una voz entraba a su mente abruptamente.
— Mi querido compañero, estás cordialmente invitado a la arena de duelo en la cima de la montaña del quinto maestro… — Se podía escuchar a Faanao entre risas.
—¡No vengas! … — Gritaba Yuiji entre quejas
—¡Shhhh! cállate escoria grasienta — respondía unos de los secuaces de Faanao.
Mientras las voces se mezclaban en su cabeza, Shoneyi cambio su expresión de un segundo a otro. Su vida sin preocupaciones más que conseguir la inmortalidad iba cambiando segundo a segundo.
— Yuiji — pensaba para sí mismo.
Era en lo único que su mente podía pensar. Shoneyi caminó desde el centro de la secta pasando por la montaña del segundo maestro del cielo para terminar en el campo de duelo del quinto maestro. Todos sabían lo que podía suceder una vez te subías allí; las opciones iban desde humillación total o peor la muerte.
Al llegar, Shoneyi podía observar a Faanao en el medio del campo de duelo, todos sus secuaces estaban al margen. La persona que hacía de juez era nada más y nada menos que Dakun Rao.
Quien también se encontraba en la arena, era un chico algo rellenito. Yuiji solo miraba a Shoneyi como pidiéndole disculpas y este le regresaba la mirada como queriendo decir que todo iba a estar bien.
—Bien, aquí me tienes… déjalo ir ahora — decía Shoneyi con voz de mando.
Dakun Rao asentía con la cabeza y Faanao les hacía las señas a sus secuaces para bajar Yuiji de la plataforma; mientras esto pasaba, Shoneyi terminaba de entrar al campo de duelo. La acción que acompañaba a todo lo que estaba sucediendo en ese momento era la de diez individuos con más de cuatro núcleos espirituales cada uno.
Una paliza brutal iba a comenzar, un golpe en la costilla, otro en la cabeza, patadas bajo las piernas, golpes por la espalda. Todo lo que se pudiese ocurrir, estos individuos lo hacían sin siquiera tomar un respiro. Shoneyi bloqueaba golpes a diestra y siniestra pero no era lo suficientemente fuerte para combatir contra diez al mismo tiempo.
Un incesante lloriqueo podía ser escuchado a las afueras de la plataforma. Yuiji no podía parar, pero al mismo tiempo, tampoco podía hacer nada. Cada golpe que impactaba en el cuerpo de Shoneyi es como si él lo sintiese.
Faanao al ver el cuerpo de Shoneyi desangrándose —En tu vida se te ocurra desafiarme otra vez — terminaba diciendo mientras escupía al chico en el suelo.
Uno, dos, tres, cuatro y un último quinto núcleo se iluminaba en el cuerpo de Faanao quien con todas sus fuerzas se disponía a patear al chico moribundo. Shoneyi salió disparado fuera de la plataforma sin poder reaccionar, moverse y si quiera respirar.
La cabeza de Dakun Rao oscilaba en un movimiento de negación. Él sabía que había perdido su oportunidad de acabar con la vida de su viejo discípulo.
—Te dije que no lo sacaras de la arena – gritaba furioso mientras su energía aumentaba —eres un inútil de mierda —.
Dakun Rao no podía controlar su ira y aprovechó uno de los secuaces que aún estaba en la arena y le dijo:
—Tú serás suficiente — la energía espiritual dentro de Rao incrementó hasta llegar a los siete núcleos —si sobrevives, te daré una recompensa —.
Un increíble viento se formaba detrás de la fuerte patada del discípulo del círculo interno de la secta del cielo. Faanao sin poder reaccionar, miraba con pavor al señor Rao; él sabía que pudo haber sido él, si no fuera por la bendición de los cielos.
Un cuerpo sin vida se disparaba hasta casi tocar el borde de la arena. El rostro de los otros nueve individuos era la de un terror que solo podía ser infundido por la misma muerte. Faanao daba una señal con su mano derecha para hacerles entender a los demás que soltaran a Yuiji.
—Shone… Shone, dime que estas bien – Yuiji balbuceaba mientras revisaba el cuerpo de su amigo en busca de heridas fatales —¡Te ayudaré! —.
El chico tomó por uno de los brazos al joven magullado por los golpes y con una extraña maniobra, logró montarlo en su espalda y comenzó la larga travesía hasta la cueva de Shoneyi Wen. En el camino, Yuiji comenzaba hablar en voz alta, nadie sabía si para consigo mismo o para que un Shoneyi inconsciente los escuchase.