Vairon se despertó sobresaltado y miró a su alrededor con temor. Estaba tumbado sobre la suave hierba que crecía a los pies de un gran árbol de verdes hojas y que crecía hacia arriba en medio de un gran claro donde no había ningún otro tipo de planta. La luna brillaba en lo alto en un cielo donde millares de estrellas buscaban hacerse notar haciendo que pareciese de día. Vairon agudizó el oído para tratar de captar el sonido que le había despertado, pero no se oía nada alrededor.
-Lo habré soñado- pensó en voz alta mientras se volvía a tumbar.
De repente, de entre la espesura aparecieron seis hombres vestidos con trozos de tela roidas, muy sucias y con grandes lanzas en sus manos. Portaban un casco de madera que únicamente permitía que se vieran los ojos oscuros de todos ellos.
-¿Qué queréis?- preguntó Vairon cada vez más asustado y pegando su espalda al áspero tronco del árbol.
Ellos respondieron a grandes gritos con palabras en un idioma que Vairon no pudo comprender y sin añadir nada más se lanzaron contra él con la intención de traspasarlo de parte a parte.
Vairon se quedó petrificado, pero su cuerpo respondió a las mil maravillas y con unos reflejos prodigiosos esquivó la primera lanzada y tras rodar hacia un lado saltó al tronco del árbol y usándolo como una pared se impulsó para alejarse de ellos. Los hombres se miraron entre ellos y dos de ellos, cogiendo una pequeña carrerilla lanzaron sus lanzas contra Vairon con una velocidad y fuerza que sorprendió a Vairon quien no se movió un ápice mientras miraba con ojos desafiantes a quienes se habían atrevido a molestarse. Del chico asustadizo no quedaba nada y las lanzas que le habrían atravesado y ensartado impactaron contra su pecho y se partieron por la mitad
-¿Que pasa?, ¿no os quedan trucos?- rió Vairon mientras los hombres se miraban entre ellos y le señalaban con rabia.
Sin añadir nada más los seis sacaron de su espalda unas cerbatanas con las que dispararon una treintena de dardos a Vairon que se quedó inmóvil y con los ojos cerrados mientras esperaba resignado su final, pero este no llegó.
Abrió los ojos rápidamente y se dio cuenta de que se encontraba en las ramas del árbol sobre el cual había dormido. A su lado había un chico de mas o menos dieciséis años que ni le prestaba atención. Vestía una túnica negra de misma forma y consistencia que la que el mismo vestía. Tenía el pelo tapado por la capucha dejando a la vista unos ojos verdes oscuros como las hojas de los árboles y una nariz pequeña y picuda sobre unos labios rosados y finos perfilados hacia abajo.
-Te han dicho más de tres veces que ese árbol bajo el cual has dormido es el árbol sagrado de su tribu y que por tanto mereces morir- le dijo el chico sin mirarle siquiera.
-Me gustaba más cuando no los entendía- respondió con sarcasmo Vairon.
El chico murmuró unas palabras tan bajito que Vairon no logró entender y seguidamente se lanzó contra los hombres mientras separaba sus manos que se habían vuelto brillantes.
Estos empuñaron sus cerbatanas y se las llevaron a la boca, pero el chico extendió su mano y una enorme bola de luz apareció cegando a los hombres provocando que dejaran caer la frágiles cerbatanas que se quebraron al tocar el suelo.
-Ya puedes bajar- dijo el chico a Vairon.
Él bajó del árbol y empezó a rebuscar en su cinturón haciendo aparecer la empuñadura de una espada, pero los seis hombres viéndose superados pusieron pies en polvorosa con el ceño fruncido y cara de pocos amigos. Vairon, entonces, guardó su espada haciéndola desaparecer y el chico se volvió.
-¿Que guardas ahi?-preguntó el chico extrañado cuando vió lo que parecía el reflejo del metal.
-Nada importante- respondió Vairon recordando las palabras que su padre había dicho años atrás sobre la espada que llevaba escondida- Pues yo creo que no deberíamos echar raices aquí, ¿nos vamos? No vaya a ser que vuelvan.
-Si, vamonós.
Vairon y el chico misterioso caminaron juntos adentrándose en el bosque que los rodeaba y dos horas después, cuando el sol ya había salido y se había acomodado en lo alto del firmamento se pararon para comer algo.
-¿Cuál es tu nombre?- preguntó Vairon a la vez que comían lo poco que llevaban encima.
-¿Y el tuyo?- respondió el chico.
-Cubert- mintió Vairon.
-Puedes llamarme Rodok.
-Pues...Rodok, ¿puedo hacerte un par de preguntas?
-No veo por qué no. ¿Que quieres saber?
-Es sobre estas túnicas que llevamos. ¿Las tuyas son parecidas a las mías, significan algo?
Las túnicas, de color negro muy oscuro tenían un símbolo azul oscuro en el centro y una capa azul oscura con capucha que tapaba el pelo de ambos.
Rodok le miró extrañado y tras dudarlo un instante respondió:
-Estas túnicas son las que llevamos todos los magos que hemos sido aceptados por los siete clanes, cuyo dibujo aparece en la túnica. Esos siete clanes forman la sociedad mágica que rige el poblado de magos.
-Tu eres un mago entonces.
-Si, y dado que tu llevas una túnica igual he de pensar que tú tambien, ¿me equivoco?
-No es mía, era de mi madre. Yo solo la llevo para camuflarme en el bosque.
-¿Puedo verla?
Vairon se quitó la túnica y se la pasó a Rodok que la repasó con sus dedos.
-Como puedes observar mi túnica tiene dibujado el símbolo del sol porque pertenezco al segundo clan, el clan de la luz. Poseo capaciddes para crear magia cegadora, todo tipo de armas luminosas y varias cosas. La tuya en cambio tiene el símbolo de una huella lo que te hace, bueno a tu madre del sexto clan, el de los animales. Los de este clan poseen aptitudes físicas superiores propias de distintos animales además de llevarse muy bien con ellos y poder invocarlos. Lo más normal es que el hijo primogénito pertenezca al mismo clan que su madre, a si que seguramente tú también pertenezcas ese mismo clan.
Rodok desvió la mirada de la túnica y se la devolvió a Vairon, pero, de repente su rostro cambió y se levantó de un salto apartándose de Vairon que se levantó también muy extrañado, pero antes de que pudiera hacer nada se hallaba atado de pies y manos a un árbol con unas cadenas luminosas.