La batalla en las afueras del castillo del Dragón había terminado hace tiempo, lo único que se escuchaba en todo el lugar eran las aves de rapiña aleteando de un lugar a otro disfrutando el festín.
Atacantes y defensores habían muerto, únicamente el terrible ser esperaba a los sobrevivientes en su trono formado con todas las riquezas que había saqueado en su insondable vida.
El silencio sepulcral de la cámara repentinamente se vio interrumpido por los lejanos pasos que hacían eco en las paredes del lugar. El dragón miró fijamente la única puerta que daba acceso al lugar y con una sonrisa característica de su estirpe vio como el guerrero y su compañero lobo se acercaban poco a poco al lugar, paso a paso los observó con gran detenimiento esperando ver en alguno de ellos dudas para aprovecharlas en el momento de su enfrentamiento.
Una vez en el margen del salón, guerrero y lobo se detuvieron para contemplar el lugar. No podían creer lo que estaba frente a ellos, centenares de pilas de oro llenaban el lugar y hacían que el áureo destello provocara el efecto del día en tan profundo lugar, sin embargo las riquezas no eran el propósito de ninguno y aunque el Dragón les propuso partir con todo lo que pudieran cargar ninguno acepto a sabiendas que si lo hacían ese preciado metal no los acompañaría por mucho tiempo.
No, en realidad las riquezas no le importaban a ninguno de los visitantes, su misión era acabar con aquel que durante años había asolado al Reino Perdido con sus terribles huestes.
Por segunda vez el Dragón ofreció un trato a los enemigos pidiendo respetarle la vida a cambio de convertirse en su leal sirviente, más nuevamente fue rechazado ya que ningún Dragón gusta de la servidumbre sin condiciones costosas.
Finalmente una última oferta se hizo, la vida de la bestia a cambio de tres preguntas en el momento que cualquiera de los presente quisiera y a sabiendas de que los dragones saben muchas cosas desoyeron nuevamente la propuesta ya que en las palabras estaba escrita la sentencia, también él podía hacer las preguntas y eso era una condena a muerte ya que una vez hechas tales no dudaría en atacarlos sin piedad.
Ya sin dudas hombre y bestia se lanzaron contra el monstruo que una y otra vez logró esquivar cada uno de los embates. El fuego comenzó a surgir de las fauces del dragón y el salón se iluminó como el mismo día. Parecía que no había lugar donde guarecerse de las intensas flamas que comenzaron a derretir el gran tesoro volviéndolo montañas doradas. Solo la habilidad de los atacantes fue lo que los hizo sobrevivir ante los terribles ataques.
Ni espada o fauces lograron hacer mella en la coraza del dragón hasta que repentinamente en un acto de total temeridad el guerrero alcanzó la zona del dragón cubierta con el oro y con todas sus fuerzas desprendió un pequeño pedazo de la protección para enseguida lograr clavar en pleno corazón su espada.
Con mortal herida el dragón comenzó a retorcerse de dolor mientras desesperado lanzaba una y otra vez sus mortales flamas que no atinaban en el blanco. Guerrero y lobo una vez protegidos vieron como su mortal enemigo poco a poco agonizaba hasta que casi muerto cayó ya sin fuerzas.
Satisfechos por sus actos los héroes comenzaron a salir cuando con sus últimas palabras el monstruo dijo - ¡CREEN QUE HAN VENCIDO! ¡MI MUERTE SOLO ES EL PRINCIPIO!
Sorprendidos por el comentario del dragón ambos voltearon ya que a pesar de que esa clase de ser siempre se caracterizó por su fama para engañar nunca mintieron ante su irremediable muerte.
- ¿A qué te refieres maldita bestia? Preguntó lleno de ira el guerrero.
- VEO.. QUE NUNCA SE DIERON. CUENTA YO NO .. SOY . EL .. AMO. SOLO FUI UN SIRVIENTE. SU. ENEMIGO.. SIEMPRE HA ESTADO .. FRENTE A USTEDES
Sin agregar una sola palabra y comprendiendo el terrible menaje de su enemigo, el guerrero montó sobre el lobo y a toda prisa comenzaron su regreso al Reino Perdido sin imaginar lo que les esperaba en ese lugar.
Editado: 22.09.2021