Phoenix
Empecé a correr sin mirar atrás, con el miedo apoderándose de mí. Mis piernas dolían de tanto correr, pero no me detuve hasta que salí del bosque. Miré a mi alrededor, tratando de asegurarme de que nadie me seguía. No había señales de ellos, solo unas pocas personas caminando por las calles.
Entré a mi casa, subí las escaleras y me cambié rápidamente de ropa. Al revisar mi teléfono, vi algo que me heló la sangre.
5 llamadas perdidas: Mamá
—Mierda, estoy en problemas —murmuré para mí misma antes de devolverle la llamada.
—¿Dónde andabas? —preguntó, su tono era una mezcla de enojo y preocupación.
—Eh… yo… —balbuceé, buscando una excusa.
—Phoenix, te llamé cinco veces y no contestaste.
—Lo siento, mamá —dije sinceramente, aunque sabía que no bastaba.
—¿Lo sientes? Pensé que algo malo te había pasado.
—Perdón, es que dejé el teléfono cargando en la casa y salí a dar una vuelta por el parque —mentí, tratando de sonar convincente.
—Siempre lleva tu teléfono contigo.
—Lo sé mamá. Fue un descuido, lo siento.
—Está bien. ¿Cómo está Maya?
Suspiré.
—Maya anda muy rebelde. Ya ni usa el bus escolar; ahora viene con sus "amigos", que no me dan buena espina.
—Cuando regrese, hablaré con ella.
—De acuerdo, mamá.
—Hablamos luego, tengo que colgar. Adiós.
Ni siquiera me dio tiempo de despedirme. Me dejé caer boca abajo en la cama, intentando relajarme, pero la imagen del hombre del bosque apareció en mi mente. Esa sonrisa, esos ojos llenos de maldad… Cerré los ojos con fuerza, tratando de olvidarlo.
Entonces, unas risas provenientes del jardín trasero me sacaron de mis pensamientos.
Bajé las escaleras y salí por la puerta trasera, solo para encontrarme con algo que me enfureció. Maya había convertido el lugar en una fiesta improvisada. Había adolescentes por todas partes: algunos en la piscina, otros sentados conversando y un grupo más bebiendo algo que no parecía jugo.
—¡¿Qué demonios es esto?! —grité apagando la música de un tirón.
Todos me miraron sorprendidos, pero Maya se adelantó con el ceño fruncido.
—¿Qué haces? —me preguntó molesta.
—¡No! ¿Qué haces tú? —respondí furiosa —.¿Reunión de amigos? ¿Y bebiendo alcohol? ¡Son apenas unos niños, Maya!
Uno de sus amigos intentó calmarme, acercándose con un vaso en la mano.
—Relájate, ¿por qué no te unes?
No lo pensé dos veces: le quité el vaso y lo estrellé contra la pared.
—Voy a contar hasta tres, y quiero que todos se larguen de aquí.
—¡Uno!
No llegué a "dos". Todos salieron corriendo como si sus vidas dependieran de ello. Solo quedó Maya, mirándome aterrorizada.
—Me decepcionas, Maya. ¿Qué demonios te pasa?
No respondió.
—¡Eres una malcriada! —grité—. Siempre consigues todo manipulando a mamá y papá con tus lágrimas. Mientras tú eras la princesa consentida, ¿sabes qué era yo? ¡La que siempre pagaba los platos rotos!
Maya comenzó a llorar en silencio, pero yo no podía parar.
—¡Eres una niña! ¿Y ya actúas como si fueras adulta? ¿Crees que sabes más que yo?
—Tú no mandas en mí Phoenix.
—¿Ah, no? Entonces dime, Maya, ¿papá estuvo ahí para ayudarte con tus tareas? ¿O mamá estuvo para cuidarte cuando te enfermabas? No, ¡siempre fui yo!
Hice una pausa, tragándome las lágrimas.
—Yo te cuidé, te protegí, y esto es lo que recibo.
Maya me miraba con tristeza, mientras sus lágrimas luchaban por salir.
—Tú has cambiado mucho Phoenix, tú no eras violenta.
—¿Soy violenta? —pregunte soltando una risa —.¡RESPONDE!
La agarre de sus hombros y la obligue a acercarse a mí. Allí me di cuenta de que yo ya estaba actuando mal. La volví a soltar.
—Lo siento —me disculpe
—Mamá tenía razón, todo aquel que entra al cuartel son violentos y amargados, ahora lo tengo confirmado, tú no eras así Phoenix, pero cuando entraste al cuartel cambiaste mucho.
—Y dime ¿Yo quería entrar al cuartel Maya? —pregunte con un nudo en la garganta —.No, yo quería entrar a un colegio prestigioso, me la pase estudiando desde que tenia tu edad, pero eso se acabó por tu culpa.
Me contuve las ganas de llorar.
—O ¿Acaso ya no lo recuerdas? Tú tenias siete años cuando te tiraste de las escaleras solo porque no te di mi libreta de dibujos. Le mentiste a mamá y a papá. Los manipulaste con tu tonta historia de que yo te empuje, cuando en realidad no fue así.
Eso era real, me dolía el hecho de recordar aquel día, en dónde yo fui la culpable de todo.
—Solo tenía quince años Maya, por tu culpa me metieron a la academia Militar. Tu no sabes nada de sufrimiento —trague grueso —.Me la pasaba algunos días sin comer, aguantando cada dolor, y sin poder hablar con papá. Era el infierno Maya, las mujeres al igual que los hombres me golpeaban sólo para saber si era capaz de soportarlo.
—Lo siento. No sabía lo que hacía Phoenix —dijo al fin, su voz quebrándose.
Respiré hondo, tratando de calmarme.
—Maya, tienes que cambiar. No puedes seguir así.
Se encerró en la casa sin decir más. Me quedé recogiendo el desastre del jardín, frustrada y dolida. Cuando terminé, entré también.
—¿Ya cenaste? —le pregunté desde la cocina.
—Sí.
—¿Quieres ver una película?
Para mi sorpresa, aceptó. Nos sentamos juntas en el sofá, y durante un rato todo pareció volver a la normalidad. Pero justo cuando llegábamos a la mitad de la película, el ruido de algo rompiéndose en la cocina nos puso en alerta.
Maya me miró aterrorizada.
—Sube a la habitación de nuestros padres —le ordené —.Escóndete bajo la cama y no salgas hasta que yo te lo diga.
—¿Y tú?
—Voy a revisar.
Subí por el arma de papá, escondida en el cajón de su mesita de noche, y bajé sigilosamente. Al acercarme a la cocina, vi dos sombras moviéndose en el pasillo.