El Caos

Capítulo 3

Phoenix

Eran las siete de la mañana cuando dejé a Maya en el colegio. Decidí aprovechar el tiempo y pasar por mi cafetería favorita. El lugar estaba lleno, como siempre; después de todo, era uno de los sitios más concurridos de Erede.

Me senté en una de las banquetas del mostrador, y el chico que solía atenderme se acercó con su sonrisa habitual.
-¿Qué deseas? -preguntó con amabilidad.

-Lo mismo de siempre -respondí, devolviéndole la sonrisa.

Él asintió y se fue. Mientras esperaba, me distraje observando a las personas a mi alrededor. Era un hábito que no podía evitar; analizar sus gestos y comportamientos me entretenía más de lo que debería.

Pasaron unos minutos antes de que el chico regresara con mi café expreso.

-Aquí tienes -dijo dejándolo frente a mí.

-Gracias.

De repente, su expresión cambió. Parecía algo nervioso.

-Oye... ¿tú te llamas Phoenix? -preguntó con cautela.

-Sí. ¿Por qué la pregunta? -respondí, arqueando una ceja.

-Mi hermano solía hablar mucho de ti. Seguro conoces a Kai.

El nombre me golpeó como un eco de otro tiempo. Claro que lo recordaba. Kai Harper fue mi único amigo en la academia militar.

-¿Kai Harper es tu hermano? -pregunté, incrédula.

-Sí, es mi hermano mayor.

Una sonrisa involuntaria apareció en mi rostro al escuchar su nombre. Kai y yo habíamos compartido momentos difíciles durante esos cinco años en el cuartel. Aunque él tenía dos años más, ingresamos el mismo día.

Flashback: cinco años atrás

-¡Oye tú, la de cabello color ceniza! Ven aquí -ordenó una voz femenina.

Miré alrededor, asustada. En la habitación llena de mujeres, todas con más experiencia y habilidad que yo, me sentía fuera de lugar. Apenas sabía defenderme, y estar allí era aterrador.

Caminé lentamente hacia la chica que había hablado. Era rubia, alta y tenía una mirada que destilaba superioridad. Varias mujeres me rodearon, acorralándome.

-¿Eres nueva? -preguntó con un tono que helaba la sangre.

-S-sí -murmuré, tartamudeando.

-¿Cuántos años tienes?

-Qu-qui... quince.

Su risa sarcástica resonó, seguida por las carcajadas de las demás.

-Quince -repitió burlona-. Pues mira, novata, aquí no hay lugar para niñas lloronas. O te haces fuerte, o te quedas en el suelo. Tú decides.

Tragué saliva, incapaz de responder. La rubia se acercó un paso más, intimidándome, pero antes de que pudiera hacer algo, un silbato sonó en el pasillo.

Todas salimos corriendo para formarnos en columnas. En la academia, las mujeres compartíamos dormitorio, y los hombres el suyo, pero los entrenamientos siempre eran mixtos.

El entrenador nos observó con esa mirada que podía hacer temblar a cualquiera.

-El entrenamiento de hoy pondrá a prueba su resistencia. ¿Entendido? -rugió.

-¡Sí, señor! -respondimos al unísono.

En formación, nadie debía moverse ni hablar a menos que se lo ordenaran. Pero mientras el entrenador pasaba cerca de mí, sentí un pinchazo en la mano. La chica rubia había vuelto a las andadas, provocándome.

-¡PHOENIX BATES! -bramó el entrenador.

Quedé paralizada.

-Cincuenta lagartijas. ¡Ahora!

Mis piernas temblaban mientras me arrodillaba en el suelo. Cada flexión me dolía como si llevara un peso insostenible sobre los hombros. Las miradas de mis compañeros quemaban, pero no podía detenerme.

Cuando finalmente terminé, me levanté con dificultad y regresé a la posición firme. El entrenador continuó.

-Ahora, al patio de entrenamiento. Quiero cuarenta vueltas alrededor de ambos cuarteles. Ariella estará a cargo.

Por supuesto, tenía que ser ella, la chica rubia. Nos alineamos en filas de dos, y me tocó trotar junto a un chico alto y serio. No conocía a nadie y preferí evitar problemas, así que bajé la mirada.

Al principio, corrí con todas mis fuerzas, pero cada vuelta era peor que la anterior. Llevábamos doce cuando mis piernas cedieron. Me caí al suelo, agotada. Mi mochila pesaba una tonelada y el rifle que llevaba parecía doblarme la espalda.

Intenté levantarme una y otra vez, recordando las palabras de mi madre: Si te caes, te levantas; si te levantas, sigues; y si sigues, llegas al final.

Pero esta vez no pude. Me aparté del camino y me recosté contra un árbol, planeando mi escape. Dejé mi rifle a un lado y corrí hacia los límites del cuartel. Al llegar, escalé la cerca con dificultad, pero antes de alcanzar la libertad, una voz conocida me detuvo.

-Sabía que lo intentarías.

Era Ariella, con una sonrisa victoriosa. Me arrastraron de vuelta, donde todos mis compañeros esperaban.

-¿Querías escapar, Bates? -preguntó el entrenador.

No respondí.

-Ya sabes qué hacer, Ariella.

Antes de que pudiera reaccionar, Ariella me golpeó con fuerza en el estómago. Caí al suelo, jadeando.

-Aquí no hay lugar para cobardes -dijo, riendo.

Cuando levantó el puño para golpearme de nuevo, una mano la detuvo.

-Déjala.

La voz era grave y autoritaria. Era el chico con el que había trotado.

-¿Y tú quién eres? -espetó Ariella.

-Kai Harper.

Lo que siguió fue inesperado. Kai enfrentó a Ariella y, aunque no la golpeó, esquivó todos sus ataques con una facilidad impresionante. Cuando otro chico intentó intervenir, Kai lo derribó con un solo golpe.

-¿Quién es el novato ahora? -dijo, sonriendo con aire superior.

Los demás comenzaron a dispersarse. Ariella se retiró, humillada, y Kai se acercó a mí.

-¿Estás bien? -preguntó Kai mientras extendía su mano hacia mí.

-Sí, gracias -respondí tomando su mano con algo de vergüenza.

Con su ayuda, me levanté del suelo. Estaba adolorida y cansada, pero su gesto amable fue suficiente para aliviar, aunque fuera un poco, la incomodidad del momento.

-Gracias por ayudarme -murmuré mientras bajaba la mirada.

-No tienes que agradecerme -respondió con tranquilidad. Luego, tras un breve silencio, añadió-: ¿Tú eres Phoenix Bates, verdad?




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