Phoenix
Habían pasado dos días desde que mi madre se marchó. Maya apenas me dirigía la palabra, y cuando intentaba hablar con ella, me evitaba. Mi padre, como siempre, regresaba del trabajo muy tarde, cuando ya estábamos dormidas, y salía temprano antes de que despertáramos.
Todas las mañanas llevaba a Maya a la escuela en el auto que mis padres me habían regalado al salir de la academia. Después de dejarla, solía ir a una cafetería para distraerme un poco y matar el tiempo.
Aquella tarde, mientras revisaba algunos pendientes, Maya bajó las escaleras.
-Phoenix, ¿puedes llevarme a casa de Sara? -dijo con un tono que mezclaba cansancio y expectativa.
-¿Para qué? -pregunté arqueando una ceja.
-¿Es en serio Phoenix? -respondió claramente confundida -.Hoy es su cumpleaños. Su madre incluso te habló en la escuela para recordarte que me llevaras a su casa.
Tenía razón. Me había olvidado por completo. Hoy era el cumpleaños de Sara, la mejor amiga de Maya desde que eran niñas. Al igual que Sara era su amiga, Skylar había sido la mía en otros tiempos, aunque hacía mucho que no hablábamos.
-¿Ya estás lista? -pregunté mientras agarraba las llaves del auto.
-Sí, ya estoy lista -respondió, impaciente.
Salimos de la casa y nos subimos al auto. Durante el trayecto, ambas nos mantuvimos en silencio, como si las palabras sobraran o fueran demasiado difíciles de encontrar. Por suerte, la casa de Sara no estaba lejos, así que llegamos en unos diez minutos.
-¡Maya, viniste! -gritó Sara desde la puerta, corriendo hacia nosotras con una gran sonrisa. Su madre apareció detrás de ella, saludándonos con una calidez que me hizo sentir algo incómoda.
Maya y Sara se abrazaron como si hubiera pasado una eternidad desde la última vez que se vieron, a pesar de que se habían visto en la escuela hacía unas horas.
-Pensé que no vendrían -dijo la madre de Sara con tono amable -.Vamos, pasen. No se queden afuera.
Maya y yo entramos a la casa. El ambiente era tranquilo, casi íntimo, ya que aún no había llegado mucha gente.
-¿Y Skylar? -pregunté mirando alrededor, esperando ver a mi antigua amiga.
-En su habitación, como siempre -respondió la madre de Sara con una sonrisa.
Decidí dejar a Maya y Sara solas, así que subí las escaleras hacia la habitación de Skylar. Toqué suavemente la puerta y, después de un momento, me abrió una chica con cabello castaño ondulado, impecablemente maquillada como siempre, con un estilo que resaltaba sus hermosos ojos color café. Llevaba puesto un pijama a rayas, cómodo pero con el toque característico de Skylar.
-¡Phoenix! ¡Has venido! -exclamó Skylar con una enorme sonrisa lanzándose hacia mí con los brazos abiertos.
Nos abrazamos con fuerza. Éramos mejores amigas desde que éramos niñas, igual que ahora lo eran Sara y Maya.
-Pasa -dijo jalándome del brazo para entrar a su habitación.
-¡Oye! -protesté entre risas.
Nos sentamos en su cama y empezamos a charlar como solíamos hacerlo, retomando la confianza de siempre como si no hubieran pasado los años.
-¿Y qué tal te fue en estos cinco años de servicio? -preguntó mientras se recostaba en la cama, mirándome con curiosidad.
-Ni me lo preguntes -respondí con un suspiro, recordando esos días -.Fue un verdadero infierno. Aunque, para ser sincera, aprendí muchas cosas: cómo defenderme, usar todo tipo de armas, pelear con y sin ellas, y lo más importante, no bajar la cabeza ante nadie.
-Eso suena fabuloso -dijo emocionada -.Mi madre me inscribió en una escuela de defensa personal. Ya sabes, para aprender a protegerme de cualquier persona con malas intenciones.
-¿Sigues yendo? -pregunté genuinamente interesada.
-No, ya me he graduado como una buena peleadora -respondió Skylar con confianza -.Sé técnicas de combate, y para no perder la práctica, entreno todos los días en el patio de mi casa.
-Eso te ayudará a mantenerte en forma -comenté asintiendo con aprobación.
-Lo sé -dijo mientras me mostraba una sonrisa orgullosa.
Me levanté de la cama y me acerqué a su estantería, tomando uno de los libros para ojearlo. El título me llamó la atención, pero antes de que pudiera preguntar sobre él, Skylar se levantó de golpe.
-¡Oye, Phoenix! Quiero mostrarte algo -dijo emocionada, ya caminando hacia la puerta de la habitación.
Intrigada, dejé el libro y la seguí. Salimos de su habitación y comenzamos a bajar las escaleras con cuidado, tratando de no hacer ruido. Desde la cocina se escuchaban las risas de Sara, Maya y la madre de Skylar, que parecían disfrutar de una conversación animada.
-¿A dónde vamos? -pregunté manteniendo mi tono bajo pero con curiosidad evidente.
-A un lugar que acabo de descubrir -respondió Skylar con un destello de emoción en sus ojos.
Sus movimientos rápidos y la manera en que me hacía señas para que me apresurara aumentaron mi curiosidad. Estaba segura de que lo que estaba por mostrarme era algo fuera de lo común.
Caminamos hacia el patio trasero, donde el ambiente comenzaba a cubrirse de sombras mientras anochecía. El lugar era solitario, lleno de árboles altos y un pequeño cobertizo al fondo que parecía haber sido olvidado por el tiempo. Nos detuvimos frente a la estructura.
-¿Qué hay ahí dentro? -pregunté arqueando una ceja.
-Ya lo verás -respondió Skylar con una sonrisa misteriosa.
Abrió la puerta del cobertizo, y ambas entramos. El interior estaba oscuro y tenía un olor a madera vieja y polvo. Skylar encendió una linterna y me pasó otra.
-Úsala -me indicó.
Prendí la linterna y comencé a inspeccionar el lugar. A simple vista, solo parecía un cuarto lleno de cosas viejas: bicicletas oxidadas, herramientas desgastadas, y cajas de madera apiladas en las esquinas.
-¿Querías mostrarme esto? -pregunté haciendo una mueca de desagrado.
-No, espera. Hay más -dijo inclinándose hacia el suelo.