El Capitán y la Sanadora

Capítulo 1

El capitán de la guardia había tenido un día difícil, había regresado de un largo viaje con malas noticias, la guerra empeoraba cada día, de hecho al llegar al castillo se había encontrado con muchos heridos que habían llegado buscando ayuda y refugio. También había tenido una discusión con su Señor sobre cuáles serían los próximos pasos a dar. Se había dado un baño rápido apenas había bajado del caballo porque ni él mismo aguantaba su estado, apestaba a sudor, y tenía tierra tanto en el cabello como en la ropa, no quería hacer sufrir a nadie con su zaparrastrosa apariencia. Después de lavarse y tener una audiencia con el señor, fue por algo de comida, solo un pedazo de carne y algo de pan fresco que comió apresurado. Estaba cansado, quería ir a sus aposentos y olvidarse de todo por un buen rato. Se sentía mucho más viejo que los veintitrés años que tenía, incluso los escalones de piedra que lo llevaban hasta su habitación, le parecieron un esfuerzo demasiado grande.

Se sintió aliviado al entrar y reconocer su lugar, recorrió la estancia con la mirada, complacido del entorno familiar hasta que se topó con algo inesperado. Había una joven en su cama. Y lo estaba mirando fijamente.

-¿Qué haces en mi cama?

-Bienvenido , Arren. Estoy por dormir, qué más.

-¿Qué haces en mi cama? –repitió.

- Además de dormir, te esperaba. Acércate, quiero asegurarme que no tengas ninguna herida – dijo y le dio palmaditas a la cama, como si él fuera a acudir a su llamado.

-Niña, sal de mi cama ya mismo.

-Tengo dieciséis años, ya no soy una niña.

-Lo eres, y una totalmente audaz que se mete a la habitación y la cama de un hombre.

-No me metí a la habitación de un hombre como dices, me metí a tu habitación. Y pienso casarme contigo, así que no deberías temer por tu reputación.

-¿Casarnos? ¿De dónde diablos sacas esa idea?

-No es una idea, es una decisión, Arren. Así que hazte a la idea. Y te dije, ya soy mayor. Me dedico a curar gente, ¿crees que no he visto cuerpos masculinos?

-Créeme, al momento de elegir esposa, buscaré alguien que no haya visto cuerpos masculinos y lo ande diciendo tan orgullosamente- le respondió y se acercó a la cama, aunque dudó. No se atrevía a tocarla para sacarla de allí, pero definitivamente no podía dejarla quedarse.

-Y ayer atendí el parto de una mujer un año mayor que yo, ha estado casada desde los quince.

-Bien por ella – respondió con tono burlón- Ahora vete de mi cama, quiero dormir.

-Tu cama es suficientemente grande para ambos, puedes dormir tranquilo. Juro que no te atacaré, voy a darte el tiempo que necesites para hacerte a la idea de que serás mi esposo.

-Eres una atrevida y deslenguada, no sé cómo han podido dejarte hacer lo que quieras, pero no jugarás conmigo.

- Me dejan hacer lo que quiero porque soy huérfana, y soy la sobrina del señor del castillo y nadie sabe qué hacer conmigo – respondió mirándolo fijamente.

- Al demonio, voy a sacarte de allí aunque tu tío me expulse- dijo y se acercó.

- Déjame quedarme aquí, no tengo donde dormir. Presté mi habitación a un par de personas heridas, necesitaban un lugar cómodo para yacer o sus heridas se abrirán. El castillo está lleno, no hay muchos espacios, y pensé que estaría mejor aquí, contigo. Pero si te molesto tanto, me iré- dijo compungida. Decía no ser una niña, pero en su rostro aún se notaban los trazos de niña, sus grandes ojos estaban llenos de inocencia y también de desamparo. Así era como ella siempre se salía con la suya.

-Quédate, duerme aquí – dijo y la joven sonrió ampliamente. Volvió a dar golpecitos en la cama para llamarlo a su lado.

-Yo dormiré allí – dijo él y señaló el sillón grande que estaba contra la pared.

-Pero, estarás incómodo. Necesitas descansar. Puedo dormir yo en el sillón.

-Duerme, pelirroja. Ya me has incordiado mucho y estoy cansado- replicó él.

-Gracias, Arren- respondió y se acomodó- Me cuentas del viaje que hiciste, no creo que pueda dormirme fácilmente- pidió. El capitán gruñó, y luego empezó a hablar. Poco después sintió como la respiración de ella cambiaba. Se había quedado completamente dormida. Su pelo rojizo estaba desparramado en la almohada, yacía despatarrada cómodamente y estaba a medio tapar. Arregló la manta y la cubrió bien, esbozó una sonrisa al ver la piel pálida de su cuello y hombro, por lo visto , ella había aflojado los lazos de su camisón a propósito. Esa muchacha era un problema andante. La cubrió bien con la manta y luego se arrellanó en el sillón lo mejor que pudo, después de todo era un soldado, podía soportar la incomodidad de dormir allí, e incluso el desafío que era aquella muchacha.

El capitán se despertó cuando apenas amanecía, la joven ya no estaba y él había sido arropado con una manta, como si fuese un niño. También había dejado una nota , era reciente pues la tinta aún estaba húmeda. "Gracias, duerme un poco más en tu cama", decía y eso lo hizo sonreír, que ella le diera instrucciones a él, aún así hizo caso, fue hasta la cama y durmió otro poco.El sillón no había sido un lecho cómodo, y tenía los músculos agarrotados. Cuando finalmente se levantó ya era media mañana y se escuchaba el ajetreo del castillo, voces, pasos, ruidos varios que provenían tanto del interior como del exterior. Decidió pasar a ver a sus hombres en las barracas destinadas a las tropas, allí se enteró que un par estaban en el dispensario por haber sido heridos mientras hacían un recorrido de exploración, así que se dirigió hacia allí para averiguar cómo estaban y qué noticias traían. Al entrar se encontró con Bertea, la vieja curadora del castillo y también con la joven que había dormido en su cama, Lady Gía de Skye. Se detuvo un momento junto al umbral y la observó, se veía muy diferente a la última imagen que recordaba de ella. Su cabello rojizo estaba atado en una trenza, llevaba un vestido tosco, color pardo oscuro y se la veía muy seria mientras revisaba al hombre frente a ella. Un soldado que estaba con el torso desnudo mostrando varios cortes profundos que la joven revisaba y curaba concienzudamente. Se veía mucho mayor de lo que era.




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