El Capitán y la Sanadora

Capítulo 4

Aún así, un mes después cuando llegó la comitiva, no pudo evitar sentirse nerviosa. Llevaba su cabello rebelde cuidadosamente recogido, también lucía un vestido nuevo con el que apenas se reconocía, y había logrado sosegar su carácter inquieto, pero seguía sintiéndose muy torpe. Sin embargo, Reith de Fion era muy diferente a lo que había esperado, tenía un par de años más que ella, pero tenían intereses en común y lograron conectar inmediatamente. Era introvertido , pero amable, muy inteligente también. El joven se interesó cuando ella le dijo que era la sanadora del castillo y desde ese momento encontraron muchos temas para conversar. Incluso en la fiesta de recepción, se apartaron para seguir hablando.

Desde lejos, su tío y Arren los observaron.

-¿Qué piensas Arren, debería casarla? Ya tiene la edad adecuada. Aunque no quisiera tener que enviarla lejos tan pronto- comentó y dejó escapar una exhalación, como si le fuera difícil ver crecer a su sobrina y decidir su futuro.

-Creo que es joven aún- respondió el capitán observándola detenidamente, no había imaginado que llegara a tener una relación tan armoniosa con Reith de Fion en tan poco tiempo.Y eso lo había sorprendido.

- No sé qué es lo correcto para ella, tampoco sé lo que mi hermano desearía, aunque estoy seguro que querría ver feliz a Gía.

-Ella es feliz aquí – aseveró el capitán.

-Sí, es verdad. Es muy joven aún, ¿y qué me dices de ti? ¿Debería casarte a ti, Arren?

-¿Mi Señor? – preguntó sorprendido.

-Tú estás en la edad adecuada. No puedes solo dedicarte a las batallas, necesitas una familia también. Y quizás así, Gía recupere la sensatez y deje de perseguirte.

-No tengo interés en casarme por ahora, y llegado el momento, me procuraré una esposa. No debe preocuparse por Milady, ya crecerá y dejará de centrarse en mí- dijo y al mismo tiempo algo de esas palabras le causó amargura.

Durante aquellos tres días Lowen de Skye y Arren establecieron algunos acuerdos con la gente de Fion referidos a una colaboración para la seguridad de ambos señoríos, la guerra estaba llegando hasta ellos y debían reforzar su seguridad. Ninguno de los dos señores sabían a ciencia cierta lo que les traería el futuro, pero aunque la confianza mutua no fuera plena, preferían unir sus manos para protegerse.

Cuando los invitados se marcharon, Gía los siguió con la mirada desde la almena. Arren se acercó a ella.

-¿Despidiendo a tu nuevo amigo, pelirroja?

-Sí, pero prometí visitarlo en algún momento – respondió ella y luego se giró para enfrentarlo- Pero no debes preocuparte, capitán, no voy a casarme con Reith de Fion.

-No me preocupaba y tampoco es asunto mío con quien se case milady.

-Sí es asunto tuyo, Arren, claro que lo es – respondió sonriendo y arrebujándose en la sencilla capa, se marchó.

Durante un instante, el joven capitán se quedó observándola, era una pequeña descarada, pero su personalidad era como un toque de color en un mundo gris.

Un par de días después, esa misma descarada se presentó en su habitación cuando estaba retorciéndose de dolor.

Arren había sido herido en batallas, era un hombre joven y fuerte, no solía sentir malestar o necesitar ayuda, pero algo lo había enfermado lo suficiente como para acostarse sin fuerzas y preocupar a Lowen de Skye que había enviado por Gía.

La joven llegó presurosa y se acercó a la cama para examinarlo. Tocó su frente para comprobar si tenía temperatura, y a simple vista vio que estaba transpirando y pálido.

- Levántate la camisa- ordenó al tiempo que le quitaba las mantas.

-Vete, niña. Trae a Bertea- respondió gimiendo.

-Bertea está ocupada atendiendo a un niño que se rompió un brazo. Y debo decir que el niño se comporta mejor que tú.

-Vete – insistió Arren y ella lo ignoró. Se sentó al borde de la cama y sin pudor alguno le levantó la camisa y le palpó el abdomen.

-¡¿Qué haces?! – protestó el capitán y se interrumpió con un gemido de dolor cuando ella tocó su costado.

-Guarda tu vergüenza para otro momento, juro que no pienso aprovecharme de ti, estoy siendo muy profesional.

-Me estás tocando – respondió y se sintió ridículo, lo cierto era que se sentía muy mal y que toda la situación era absurda. Sobre todo porque ciertamente, Gía se estaba comportando como una sanadora y como alguien más madura que él.

-¿Comiste guisado de conejo, verdad?- preguntó ella.

-Sí- respondió sorprendido.

-Pues algo debió estar mal con eso, porque ya son tres las personas enfermas y todos lo comieron. Es solo una terrible intoxicación por comida en mal estado, te iré a preparar el remedio y mañana estarás mejor – le dijo al tiempo que volvía a cubrirlo como si fuera una criatura pequeña.

-Gracias – dijo él y casi era un gruñido.

-Está bien, es mi trabajo. Solo no vengas a mí con una herida de espada, no creo que soportaría eso- dijo y se marchó a buscar la medicación.

Decidió preparar personalmente el remedio para Arren y eso le valió que Bertea se divirtiera a su costa.

-Estás poniéndole mucha dedicación a ese brebaje- observó mientras la joven revolvía las hierbas que hervían.

-Es para Arren.

-¡Oh, jamás me hubiera dado cuenta!

-Bertea...

-¿Qué? ¿Necesitas ayuda? Porque si vas a pedir que te enseñe alguna poción de amor para mezclar con eso te diré que no hay.

-¡Claro que no! – replicó ofendida – Solo que se me ocurrió, ¿crees que podrías averiguar algo más de mi madre? Quiero decir ella debió tener alguna maestra como tú, alguien que le enseñara, quizás si preguntaras a quienes conoces –comentó y la mujer la miró con ternura.

-Lo intentaré, enviaré cartas el próximo mes cuando vengan por la correspondencia, aunque no tenemos más que su nombre y el lugar donde vivía, no puedo prometerte mucho.

-Lo sé.

-¿Sucedió algo?

-Solo me gustaría saber más de ella, tener una madre. Quiero decir tú y mi tía...-trató de explicarse pensando que su maestra podría sentirse ofendida.




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