El Capitán y la Sanadora

Capítulo 5

Pronto llegó el invierno, lo que obligó a Gía a pasar más tiempo en el castillo y estar de peor humor, nunca había servido para pasar demasiado tiempo encerrada.

-Acompáñame a bordar – la invitó su tía y ella hizo una mueca de horror como si le hubieran propuesto hacer algo prohibido. Eso hizo reír a la mujer –Vamos, Gía, un poco de bordado agilizará tus manos con las agujas, seguramente te servirá para andar cosiendo heridas luego – le sugirió. Por extraño que fuera el argumento, surtió efecto.

Sin embargo, la joven no era muy hábil cuando se trataba de bordar delicadas flores sosteniendo un bastidor. Sus dedos estaban llenos de pinchazos y su trabajo difícilmente ganara algún reconocimiento.

-Definitivamente coser piel humana es mejor – mencionó y esta vez fue su tía quien la miró con estupor.

- Tendremos que encontrarte a alguien muy especial para marido, alguien que no se espante con esa clase de comentarios.

-¿De verdad sueno tan desagradable? – preguntó la muchacha y su tía cambió el tono.

-No, solo que eres diferente a las demás, así que deberemos buscar alguien que entienda lo valiosa que eres. Y que definitivamente no espere que pases tus horas bordando. Y que tenga estómago fuerte para tus comentarios sobre las heridas. Alguien digno de ti.

- Un guerrero estaría bien, quiero decir, seguramente no se espantaría – mencionó y dio un par de puntadas al azar tratando de que parecieran un pétalo, sin éxito alguno.

-Sí creo que es una buena opción, pero también me gustaría que tuvieras otras opciones, sólo por las dudas –respondió y Gía bajó la mirada hacia el bastidor que sostenía. Quizás todos, sabían sobre sus sentimientos por Arren, siempre había pensado que su tía estaba de su lado, pero probablemente no confiara en que aquel enamoramiento llegara a buen puerto.

-O puedo quedarme sola, no me importaría, quiero decir si no soy una molestia.

-Nunca serás una molestia, y podrás elegir, jamás te obligaremos, pero me gustaría mucho que tuvieras tu propia familia. Tienes mucho amor para ofrecer y también deseo que seas amada.Solo has puesto tus ojos en una persona, pero allá afuera puede haber alguien más que entienda tu corazón y te corresponda, alguien que te ame y cuide de ti. Deseo eso para ti, que seas amada.

-¿Aunque deba irme de Skye?-preguntó porque imaginó que su tía hablaba de ir a otro lugar, de amar a otro que no fuera Arren.

-Queremos tu felicidad y preferiría que estés en Skye, pero no soy tan egoísta, cuando seas mayor, cuando estés lista, espero que seas feliz, aunque no sea aquí.

Gía suspiró quedamente. No quería irse. Ella sabía muy bien donde estaba su corazón y a quien pertenecía.

El invierno era lento, parecía una época de espera, no había mucho que hacer. El trabajo con Bertea se resumía a atender algunos resfriados por las bajas temperaturas y preparar brebajes que sirvieran para fortalecer a los habitantes de Skye, era algo casi rutinario, así que la joven se aburría de tener que pasar la mayor parte de su tiempo en el interior del castillo.

Su único entretenimiento aquellos días fue que Arren le enseñara algo de esgrima al pequeño Kevan para entretenerlo y ella se unió a las clases. Como siempre, el capitán insistió en que era inadecuado, pero la joven obtuvo el permiso de su tío por lo que él no tuvo más opción que enseñarle.

-Esto pesa – se quejó Gía mientras intentaba maniobrar la espada.

-Claro que pesa. Creí que solo te interesaba curar las heridas, no causarlas –la increpó mientras le enseñaba la posición correcta para sostener el arma más fácilmente.

-Me gusta aprender distintas cosas y también saber cómo se inflige una herida puede ayudarme a sanarla – respondió mientras intentaba blandir la espada y perdía el equilibrio.

-No creo que vayas a ser buena en esto – observó Arren mientras la atrapaba en sus brazos antes que ella cayera.

-Kevan será el buen alumno, yo seré la problemática – le respondió sonriendo y el soltó algo parecido a un gruñido- Además estás tú, si necesitamos a alguien bueno en esto, estás tú – agregó con admiración y Arren tomó distancia inmediatamente.

-Deja de jugar, si quieres aprender, tómalo en serio.

-Sí, capitán - respondió acomodándose de nuevo e intentando sostener la espada y moverse sin perder el equilibrio.

-Esto no va a funcionar, buscaré algo que se adapte mejor a ti – le dijo y le buscó un puñal largo. Gía lo miró enfurruñada.

-No tienes confianza en mí.

- Como sanadora, absolutamente. Dejaría mi vida en tus manos, pero eres un desastre como guerrera.

- Pero quería aprender.

-Inténtalo con esto.

-Sé usar cuchillos, ¿lo olvidas?

-Sabes darles un uso médico, yo te enseñaré la contracara de eso, quién sabe y quizás un día pueda serte útil. Ahora ven aquí que te mostraré donde debes apuntar.

-Conozco los puntos vitales mejor que tú.

-¿Entonces por qué insististe en tomar clases?

-De acuerdo, de acuerdo, enséñame –aceptó ella. No admitiría que había querido tomar aquellas clases solo para pasar tiempo con él, usualmente Arren le rehuía, así que ella aprovechaba cualquier oportunidad para acercársele.

De a poco el invierno se fue diluyendo, y cuando llegó la primavera, Gía se sintió desbordante de energía. En la fecha del equinoccio, la joven y Bertea se dirigieron al bosque para su ritual anual, la mayoría de los remedios los obtenían a partir de las plantas, así que el renacer de la naturaleza era un momento en que agradecían lo que la tierra les prodigaba.

-¿No necesitarán custodia? – preguntó Arren ansioso.

-Esta vez no- aseveró la mujer mayor.

-Pero...- insistió receloso, el invierno había sido muy tranquilo pero aún la situación en el exterior lo preocupaba.

-No necesitamos compañía, pensamos bailar desnudas en el bosque – lo provocó Gía pero su maestra le dio un golpecito en la cabeza a modo de advertencia. Aún así ella no se acobardó, le gustaba ponerlo incómodo - ¿Vienes?




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