El Capitán y la Sanadora

Capítulo 7

Había algo cruel en la sincronización del tiempo que hacía que un ser humano se desesperase porque ya nunca podría recuperar un instante o modificarlo. Eso fue lo que sintió Arren al volver a Skye, todo parecía tranquilo a su llegada, todo había salido bien en su misión en Isen, pero a la mañana siguiente llegó un mensajero de Fion al señorío y todo cambió para siempre.

-Gía fue secuestrada – informó un pálido Lowen de Skye. A su lado estaba su esposa, más pálida aún sin poder contener las lágrimas que caían en silencio.

-¿Secuestrada? ¿No está en Fion? – preguntó Arren que no entendía que estaba sucediendo.

-Fue allí, los atacaron a ella y a Reith y se la llevaron. No han podido encontrarla aún.

-¡¿Se la llevaron?! ¿No estaba custodiada? ¿Qué hizo Reith de Fion? ¿Por qué no se lo llevaron a él?

-Está herido, un corte muy grande en un brazo. Él y Gía habían salido a buscar hierbas, estaban solos y alejados cuando los atacaron. Lo encontraron horas después desangrándose, los minutos que recuperó la consciencia pudo decir que había sucedido, su estado es delicado.

-¿Han pedido rescate? – preguntó Arren. Últimamente con la guerra y los malhechores que quedaban sin rumbo, algunos ex soldados de ejércitos privados, otros mercenarios, los secuestros a cambio de oro estaban siendo frecuentes.

-Aún no- dijo Lowen y su esposa ya no pudo contener el llanto.

-Iré a buscarla. La traeré a casa- dijo Arren y sintió que las palabras se le atoraban en la garganta. Ella debía estar bien, debía estar bien hasta que fuera a buscarla.

-Tráela – pidió el señor de Skye.

Arren salió y organizó a los hombres que lo acompañarían, dio instrucciones breves y precisas, harían una breve parada en Fion para saber qué habían averiguado y luego rastrearía a Gía. Mataría a cada uno de los involucrados y la traería a casa.

Era la misma sensación de prepararse para una guerra, pero antes jamás había sentido miedo. Ahora estaba aterrado.

La marcha fue a un ritmo acelerado, llegó a Fion medio día antes de lo esperado, pero cada minuto contaba, era crucial. Se vio obligado a aplacar su furia cuando comprobó que en verdad el joven Reith estaba grave, llevaba un corte profundo a lo largo del brazo, habían podido salvarlo pero quizás quedara inutilizado para siempre. Y habían movilizado a su gente buscando a Gía. Aceptó las disculpas del Señor, pero no demoró demasiado, siguió las pistas que le dieron, recorrió el lugar donde había sido el ataque, era a la entrada de un profundo bosque, lo que dificultaba la búsqueda, pero él iba a encontrarlos.

Los sabuesos de los señores de Fion habían perdido los rastros, y el bosque era tan cerrado con terreno escarpado, arroyos, hojarasca que era muy difícil distinguir por donde continuar la búsqueda. La frustración de Arren iba en aumento, hasta que examinando cuidadosamente, detectó algo, un hilo de cobre, un cabello que reconocería en cualquier parte estaba en una rama baja.

-¡Por allí! – indicó a sus hombres. Ya fuera casualidad o que Gía había intentado dejar una pista , era un alivio encontrar algo, y más alivio aún que no hubiera rastros de sangre. Estaba viva, quería creerlo. Debía creerlo. "Espérame" pensó.

Los cabellos de Gía parecían ser huellas intencionales porque fue encontrando cada tanto alguno enganchado a ramas de los árboles, se fue guiando por ellos, hasta que pudo distinguir claras huellas de pisadas y de caballos. Estaba cerca.

Reunió a sus hombres y la gente de Fion que los había acompañado, necesitaban ser cuidadosos para tratar de tomarlos por sorpresa. Llegaron hasta un linde donde se abría el bosque y se elevaba un terreno rocoso, desde allí le llegaron sonidos lejanos. Parecía ser el campamento de los malhechores, el corazón de Arren se vio alterado por la ambigüedad, debía estar calmo para actuar pero al mismo tiempo no podía. La última imagen de Gía, despidiéndolo, volvió a aparecer en su mente.

Dio unas órdenes en voz baja, y se dispuso al ataque.

En el momento que llegaron todo se yuxtapuso, el ataque, la lucha , los gritos y mientras buscaba a Gía con la mirada la vio salir corriendo de lo que parecía ser una cueva entre las peñas. Azuzó su caballo para llegar hasta ella, bajó de un salto y corrió a su encuentro, estaba alterada e iba con el vestido cubierto de sangre

-¿Estás herida?- gritó.

- No es mi sangre – contestó ella con la mirada algo perdida- ¿Eres tú, de verdad?

-Vamos- dijo tomándola y subiéndola al caballo. Había mucho que preguntar pero lo más urgente era sacarla de allí. Sus hombres se encargarían del resto. Fue como si ella leyera sus pensamientos.

-Sácame de aquí, Arren- pidió y él la cubrió con su capa en la que ella se arrebujó, la resguardó delante de él en el caballo y , en silencio, emprendió la marcha de regreso a Skye. Sus hombres avisarían en Fion y ellos se encargarían de castigar a los culpables si quedaba alguno vivo, y de las demás víctimas, pero él tenía que alejarla de allí, llevarla a casa.

A mitad de camino le ofreció descansar, pero ella se negó, así que solo se detuvo un instante junto a un arroyo para que los caballos bebieran y la joven se limpiara y luego siguieron viaje. Era doloroso que la muchachita parlanchina estuviera en silencio, pero no quería forzarla a hablar.

Cuando llegaron a Skye, Lowen, su esposa Vivienne y Bertea salieron a recibirlos, seguramente los habían avistado desde las almenas.

Arren desmontó y tomó a Gía de la cintura para ayudarla a desmontar, pero en el momento que tocó suelo se desmayó en sus brazos.

-¡Gía! –gritó su tía en pánico al ver el vestido ensangrentado.

-¡Rápido tráela adentro!- pidió Lowen y Bertea se acercó a observarla mientras el capitán la cargaba. Tocó uno de sus brazos que colgaba inerte.

-Arde en fiebre. Iré por medicamentos.

Arren la llevó a su habitación y la dejó al cuidado de su tía mientras él salí a explicarle al señor de Skye lo sucedido. Poco después llegaron sus hombres a informar el resultado final. Habían rescatado a otras dos víctimas, lamentablemente también encontraron un par de muertos y los forajidos habían muerto durante la pelea. Era un grupo de desertores de los ejércitos del norte que había pensando en los secuestros de nobles como medio para obtener dinero.




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