El Capitán y la Sanadora

Capítulo 15

Gía se recordó a sí misma que era valiente, siempre lo había sido. Aunque años atrás había creído que el miedo la había vencido, había descubierto que no, porque el valor se necesitaba muchas veces, por ejemplo cada vez que tenía que asistir a alguien, o por ejemplo ahora que llevaba una camisa nueva a Arren.

"No eres cobarde" se repitió a sí misma, pero lo cierto era que había elegido un momento en el que el capitán no estaba para dejar la prenda nueva en su habitación. La dejó doblada sobre su cama, había estado tentada de traerle un nuevo saquito de hierbas, pero sus habilidades con el bordado no habían mejorado. Algún día volvería a rellenar el que Arren llevaba al cuello, algún día.

Se quedó allí durante unos instantes, observando y recordando, casi como si pudiera toparse con su propio fantasma, con la que había sido alguna vez. Una Gía más joven, descarada e imprudente que entraba allí cuando quería, como si fuera su propia habitación. Había sido también una jovencita abrumada por los sentimientos que tenía hacia Arren.

"¿Y ahora?" la interpeló la Gía del pasado, y como no podía mentirse le respondió que esos sentimientos aún seguían allí. Solo que ya no eran las emociones de una niña, sino sentimientos de una mujer, un poco más calmos, más llenos de dudas y también más profundos. Y eso la hacía ser cautelosa.

Se fue tan silenciosamente como había entrado y volvió al trabajo, la primavera se estaba instalando, pero debían preparar los medicamentos que usarían en invierno, había que darle tiempo a las hierbas para macerar y poder hacer uso de sus propiedades. Parte de ser sanadora era pensar en el futuro, en que las estaciones cálidas no durarían siempre y que aún en invierno, bajo tierra se gestaba la primavera. Todo tenía un ciclo, un latido, un sentido. Incluso la relación entre un hombre y una mujer, Arren y ella estaban recorriendo su camino, se cruzaban y se separaban, y solo si seguía recorriéndolo sabría a dónde los llevaba.

Pocos días después, Kevan entró corriendo al dispensario

-¡Gía, Bertea...mamá las necesita! ¡Se siente mal! – dijo agitado y las dos mujeres dejaron todo para salir hacia el castillo. Gía corrió a la cabeza, con su primo detrás y Bertea siguiéndolos con toda la energía que le permitía su edad.

Cuando llegaron , el señor de Skye, pálido y asustado estaba sosteniendo la mano de su esposa, Arren estaba haciendo guardia en la puerta.

-¿Qué sucede?- preguntó Gía.

-Creo que ya viene...- musitó y luego hizo un gesto de dolor.

-Pero aún falta- dijo Lowen.

-Parece que llegará antes- dijo Bertea al entrar y se acercó a su señora para examinarla y la mujer dio un grito para confirmar que sus contracciones habían empeorado.

-Todo irá bien, estamos aquí – dijo Gía intentando parecer tranquila. Había atendido muchos partos, pero era distinto si se trataba de su propia familia.

Arren se retiró y se llevó a Kevan afuera, el futuro padre insistió en quedarse porque no había podido acompañarla en el parto de su primogénito, pero una hora después solo demostró ser una molestia

"Le duele, ¿no pueden hacer nada?"- decía cada vez que ella se quejaba. Estaba tan nervioso que no era de mucha ayuda.

-Lowen, vete...sáquenlo – dijo la señora de Skye en medio de sus contracciones.

-No, quiero quedarme a tu lado- insistió

-Gía, por favor- pidió su tía, así que la joven fue a buscar a Arren que esperaba fuera.

-Arren, saca a tu señor de aquí.

-¿Qué? ¿Por qué? – preguntó él sorprendido.

-Porque está siendo una molestia, y mi tía tiene que contenerse y preocuparse por él en lugar de concentrarse en parir a la criatura. Sácalo, emborráchalo, no sé...haz algo- le pidió y él asintió. Entró a la habitación para sacar a su señor.

-Mi lord, dejémoslas solas...

-Pero quiero estar a su lado.

-¡VETE! – gritó su mujer en medio de una contracción y ante el desconcierto de Lowen ,Arren aprovechó para sacarlo de allí.

Quedaron afuera y Lowen empezó a pasearse frente a la puerta.

-Gía sugirió que tomemos algo, creo que no es mala idea.

-No sabía que fuera así, tan duro...¿estarán bien, verdad?

-Claro que sí, ya lo hizo una vez antes, con Kevan. Además Gía y Bertea están a su lado, no hay nada de qué preocuparse.

El capitán logró convencer a su señor, y si bien no lo emborrachó , sí le dio una copa para calmarlo y mantenerlo entretenido hasta que una hora después, Gía vino a avisarle que su hija había nacido.

-Ya puedes ir, tío – dijo y se la veía agotada pero feliz.

-¿Todo está bien, verdad?

-Sí- confirmó ella y en ese momento también llegó Kevan que había estado entrenando para calmar la ansiedad. Todos fueron a conocer a la recién nacida. El señor de Skye y su primogénito entraron deprisa a la habitación, Bertea salió para darles espacio y Gía y Arren permanecieron junto la puerta, casi como si custodiaran aquella felicidad.

Lowen de Skye sostuvo a su hija con infinito cuidado y la miraba con fascinación. Algo en aquella amor removió los recuerdos de Gía, una mezcla entre la añoranza por su padre y el agradecimiento a su tío que la había amado y cuidado con amor todos aquellos años.

Sin darse cuenta, derramó algunas lágrimas mientras los miraban.

-¿Estás bien? – preguntó Arren preocupado.

-Estoy muy feliz- respondió ella y le sonrió para tranquilizarlo. Él le limpió las lágrimas con la mano.

-Creo que tú también necesitas una copa.

-Pensé que te molestaba que bebiera.

-No, solo que te emborraches cuando no puedo verte o cuando hay algún otro hombre a tu alrededor- le dijo- pero sé que ha sido un día difícil.

-Sí, lo fue. He atendido miles de partos, pero este fue especial, nunca antes estuve tan nerviosa.

-Es tu familia – dijo él.

-Sí, lo es- asintió. Antes siempre se sentía un poco forastera, de alguna forma pensaba que su tío no había tenido otra opción más que acogerla y su tía aceptarla, pero ahora ya no se sentía así, estar lejos le había ayudado a ver mejor lo que no veía estando junto a ella. Y acompañar a su tía, recibir a su prima y compartir aquel momento de felicidad plena, la emocionaba- Vamos por esa copa, dejemos que disfruten este momento – dijo aceptando al invitación de él. Un rato después estaban en uno de los salones, junto al fuego con una copa de vino especiado.




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