El Capitán y la Sanadora

Capítulo 19

Los dos días siguientes ,Arren estuvo con fiebre alta y sin poder volver en sí plenamente. Gía y Bertea se turnaban para cuidarlo, e incluso la familia ayudaba porque la joven se negaba a despegarse mucho tiempo de él, así que cada tanto su tía, Kevan y el mismo señor de Skye la obligaban a descansar o comer algo mientras ellos cuidaban personalmente del capitán.

Y cuando Gía se quedaba a solas junto a él, le hablaba. Le contaba cosas que habían sucedido mientras estaba ausente, o recordaba algún hecho de su infancia, curaba sus heridas y le daba medicamentos pero trataba de traerlo de regreso con sus palabras.

Al tercer día, Arren despertó brevemente aunque se lo notaba perdido, mantuvo sus ojos abiertos durante unos minutos y luego volvió a dormirse, pero la fiebre había bajado y Gía sintió, por primera vez en mucho tiempo, un poco de alivio. Tanto que sin darse cuenta comenzó a llorar.

-Sal a tomar aire, me quedo con él. Aunque si sigues llorando seguro que despierta para ver qué te sucede- le dijo Bertea acercándose a ella. Le hizo caso a su maestra y salió afuera, inhaló con fuerza, dejando que el aire llenara sus pulmones mientras se calmaba.Había sentido tanto miedo, había estado aterrada de perderlo. Luego de un rato, volvió al interior.

- Gracias – le dijo a Bertea.

-Ya tiene más color, despertará pronto. Quédate con él, pero descansa. Yo iré a ocuparme de los demás- le dijo. Habían acomodado a los otros heridos en el castillo y Bertea se había hecho cargo de ellos, algunos tardarían en recuperarse, pero no corrían peligro. Ninguno había sido tan gravemente herido como el capitán, y a él no se habían animado a trasladarlo por miedo a que empeorara.

Gía estuvo atenta a cada respiración y sonido de Arren, le mojó los labios con agua y controló que la fiebre no volviera. La herida no mostraba síntomas de infección y parecía estar cicatrizando. Finalmente se quedó dormida a su lado.

Arren despertó, se sentía agotado y le costó un poco aclarar sus pensamientos. Tardó unos minutos en reconocer donde estaba y cuando quiso moverse, además del dolor, sintió que algo se lo impedía. Cuando enfocó la mirada en el lugar donde yacía, descubrió que era lo que le impedía moverse. Reconoció el color rojizo del cabello, iluminado por las lámparas que había en el dispensario. Gía estaba dormida a su lado, con la cabeza sobre su brazo para ser exactos.

Sonrió levemente. Había logrado sobrevivir y volver a verla. Estiró su otra mano para acariciarle la cabeza, y quizás alertada por su movimiento, ella se despertó.

Lo miró y él pudo ver el momento exacto en que su expresión cambió al notarlo consciente.

-¿Arren? ¿Estás bien?- preguntó tocando su frente y acercándose a él.

-¿Lo estoy?- preguntó casi divertido, le dolía todo, mucho.

-Lo estarás – dijo ella y le acarició la cara levemente. Entonces él intentó moverse.

-No, quédate quieto- insistió.

-Gía, quiero moverme- dijo y creyó oírla maldecir por lo bajo, pero lo ayudó a medio incorporarse un poco, hasta que quedó sentado, y pudo bajar sus piernas al suelo. Sentía que todo era más real si podía pisar tierra firme

-No deberías moverte, la herida va a abrirse y me costó mucho que empiece a cerrar.

-¿Cuánto tiempo?

-Cuatro días- respondió ella, sabiendo que se refería al tiempo que llevaba inconsciente y bajó la mirada porque volvía a angustiarse.

-Lo siento, y gracias por sanarme- le dijo.

-Te dije que jamás vinieras a mí con una herida de espada – le reprochó y tenía la mirada llorosa.

-Pero me dijiste que volviera a ti, eso hice- le contestó suavemente. Ella recordó que se lo había dicho al aire, y aún así él lo sabía. En otro momento le preguntaría cómo.

-Arren...- susurró, había tanto que quería decirle, él apoyó su mano en la cara de ella para atraerla hacia sí y besarla. Gía le echó los brazos al cuello y devolvió el beso hasta que recordó que estaba herido y se apartó

-No podía morirme sin besarte. Te amo, Gía de Skye- dijo simplemente

-Te amo – respondió la joven y apoyó su mano en el pecho de él, donde latía su corazón.

-Gía...creo que tendré que volver a acostarme- le dijo y ella se preocupó.

-Te dije que no te levantarás...- protestó mientras lo ayudaba a volver a acostarse, estaba pálido.

-Pensaba hacer esto de otra manera, no estando herido, ni en este lugar. Esperaste tanto tiempo...

-Con que estés vivo me basta, descansa. Ya te haré recompensármelo luego – le dijo y lo hizo sonreír

-Solo cerraré los ojos un momento- dijo y ella asintió. No mucho después estaba dormido nuevamente.

Gía le tomó la mano y se quedó a su lado observándolo. Estaba aliviada y feliz. Y Arren la amaba.

Ella lo había amado siempre, pero habían recorrido un largo camino , y ambos habían esperado mucho, incluso habían evadido a la muerte para poder llegar al punto del encuentro en que eran un hombre y una mujer que podían decirse lo que sentían. Y besarse. Porque aquel primer beso aún le temblaba en los labios y en el alma.

Mientras lo cuidaba, aprovechó y tomó la vieja bolsita que había bordado y que estaba entre las pertenecías de Arren. La rellenó con nuevas hierbas y volvió a colocársela al cuello, quizás sí había servido para protegerlo y espero que así fuera siempre.

En algún momento, volvió a quedarse dormida a su lado , cuando despertó, era la mañana y Arren estaba despierto también, mirándola.

-Buenos días. Volviste a dormirte en mi cama, pelirroja- le dijo y eso la hizo recordar el pasado. Estaba a punto de responderle, pero Bertea llegó en ese momento

-¡Has despertado! – exclamó acercándose– ya era hora, muchacho.

-Iré a avisarle al tío- dijo Gía poniéndose de pie.

-Iré yo- se ofreció su maestra.

-No, por favor revísalo y asegúrate que todo esté bien. Anoche recobró la consciencia pero aún está débil. Y quizás ya podamos trasladarlo, pero no estoy segura.




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