El Capitán y la Sanadora

Capítulo 20

Bertea aceptó que trasladaran a Arren a sus habitaciones en el castillo, así que Lowen y sus hombres de confianza se encargaron del traslado. Gía los siguió de cerca y se estremeció cuando lo notó cambiar la respiración o jadear levemente por el dolor al ser movido, aunque era seguro que estaría más cómodo allí y sería más fácil para llevarle la comida y cuidarlo.

-¿Estás bien?

-Exhausto y eso que yo no me moví – respondió intentando no sonar muy serio.

-Debiste moverte antes que te clavaran una espada- protestó ella.

-¿Vas a recordármelo durante las siguientes décadas? – le preguntó.

-Eso espero – le dijo ella con un deje de enfado.

-Lo siento, Gía. Siento haberme ido sin decirte, pero no hubiera podido hacerlo si tenía que mirarte a los ojos, ni hubiera podido pedirte que me esperaras sin saber si era posible regresar. Y lamento haberte hecho temer y sufrir, son dos de las cosas que quisiera evitar en tu vida- dijo con sinceridad. Era incómodo hablar de aquellos temas cuando estaba convaleciente tirado en una cama.

-Lo sé, y mi mente entiende por qué actuaste así.

-¿Y tu corazón?

-Mi corazón agradece que regresaras vivo, ya luego cuando te recuperes haré todos los reclamos correspondientes – le dijo con una leve sonrisa.

-Y lo aceptaré, sé que los merezco- dijo él y entrecerró los ojos. Se lo notaba agotado.

-Ahora duerme- dijo Gía y se acercó para arroparlo bien y hacerle una leve caricia en el rostro. Que estuviera allí bastaba, ya tendrían tiempo para todo lo demás. Se les había concedido ese regalo.

-Solo un momento...- susurró Arren y se durmió.

Gía lo cuidó durante un rato, luego Bertea la reemplazó insistiendo que fuera a descansar y más tarde Kevan tomó la posta, después de prometer que no agobiaría a su tutor con preguntas e historias.

Finalmente la muchacha volvió a verlo a la noche, cuando ya estaba nuevamente dormido.

Despertó y casi que presintió su presencia antes de verla acurrucada en el sillón, un leve resplandor de la luz de la luna que entraba por la ventana la iluminaba a medias

-Gía –la llamó suavemente y ella se despertó alarmada y corrió hasta él.

-¿Sucede algo?

-Ve a dormir a tu habitación, estoy bien. No necesitas vigilarme todo el tiempo- le dijo

-Sólo un momento más, ahora ya estoy despierta – insistió y se encaminó al sillón.

-¿No vas a irte, verdad?- preguntó él – Entonces acuéstate aquí, a mi lado, estarás más cómoda que en ese sillón.

-No, podría golpearte por descuido.

-Gía...

-Hemos tenido esta conversación tantas veces que ya no sé a qué acuerdo llegamos ¿es conveniente que esté en tu cama o no? – preguntó ella molesta.

- En este momento, sí. Nunca vas a estar más a salvo que ahora – dijo y casi que sonó decepcionado - y estaría más tranquilo sabiendo que duermes cómoda.

-De acuerdo – dijo ella y fue y se acostó a su lado, pero manteniendo la distancia, porque era cierto que temía molestarlo. Se puso sobre su costado para observarlo.

-No creo que pueda dormir si me miras así.

-Solo quería asegurarme ...

-Estoy respirando, Gía. Y ya no tengo fiebre. Deberías confiar más en tus dones como sanadora.

-Sé que hice un buen trabajo, pero tú...

-Estoy siendo un muy buen paciente, hasta Bertea lo dijo hoy cuando pasó a verme. Quiero mejorar pronto, así que deja de preocuparte y descansa.- le costaba moverse pero estiró un poco el brazo para acariciarle la cabeza. Debía estar muy cansada porque se adormiló casi inmediatamente.

-Voy a quedarme contigo...-susurró suavemente y no supo si ella lo escuchó o no.

Al amanecer ella ya no estaba allí, pero su cama tenía el perfume que la caracterizaba.

Los días fueron pasando mientras iba ganando fuerzas día a día, e incluso habían permitido más visitas, así que Lowen pasaba a contarle como iba todo en el reino y los señoríos tras la guerra, sus hombres pasaban a verlo y darle informes varios . Kevan también se acercaba a hacerle compañía e incluso la señora de Skye iba verlo cada tanto. Gía y Bertea se turnaban para curarlo y la joven solía pasar a hablar con él antes de dormir aunque no había vuelto a quedarse.

Había una nueva confianza en su forma de tratarse pero no habían vuelto a hablar de sus sentimientos, ella quería centrarse en su recuperación y él quería dejar de ser un paciente para poder declararse como correspondía.

Una semana después, cuando Gía fue a visitarlo, lo encontró dando pasos por la habitación mientras Kevan lo ayudaba.

-¿Qué haces?- preguntó enfadada

-¡Bertea nos autorizó! – dijeron los dos al mismo tiempo y ella inspiró profundamente, los miró y salió de su habitación para ir a ver a su maestra.

-¿Y si la herida se abre? – le preguntó increpándola y la mujer la miró divertida

-Tú la cosiste bien, ¿no es verdad?

-¡BERTEA!

-Niña, no estás siendo objetiva. Es un soldado, no es tan frágil como crees, revisé la herida y todo va bien, es hora de que empiece a moverse. Tampoco lo autoricé a hacer rondas de guardia ni nada parecido, caminar...de a poco.

Lo sé, pero...

-Gía, confía. Creo que el invierno ya pasó, es hora de tiempos apacibles y felices. Deja ir el miedo. Y por todos los cielos deja de sobreproteger a Arren, nos tienes agotados




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