Trabajar más de la cuenta no era algo que me terminara de agradar del todo, seamos realistas, a nadie le gusta trabajar de más. Sin embargo, aquella noche me sentía muy motivada, las correcciones estaban casi perfectas y estaba disfrutando mucho la lectura.
Me puse de pie dispuesta a ir a la biblioteca a buscar algunos libros; debía cerciorarme de que todas las citas estuvieran bien hechas.
Ingresé al gran salón lleno de libros y encendí las luces del lugar; caminé en silencio buscando lo que quería en la sección correspondiente, hasta que lo hallé.
Sin duda, las estanterías en este lugar eran casi del doble de mi tamaño, así que tuve que apoyarme de la escalera de madera corrediza para poder tomar el libro que quería. Subí teniendo mucho cuidado de no caerme y lo tomé entre mis manos con una sonrisa.
¡Bingo!
Justo a la mitad de mi camino de regreso al suelo, el sonido de la puerta cerrándose me tomó desprevenida; mis manos parecieron hacerse mantequilla y soltaron mi agarre con facilidad.
Caí sobre el suelo ruidosamente. Sentía mi pie arder como nunca y solté un quejido audible mientras revisaba mi tobillo; había caído muy mal, dolía demasiado.
—¿Hay alguien aquí? —Escuché una voz varonil a la distancia; no me esforcé mucho por tratar de descifrar quién era, ya lo había reconocido. —¿Amelie? ¿Estás bien?
No. ¿No ves que casi me rompo el pie por tu culpa?
Negué con la cabeza mientras observé cómo Isaac se acercaba rápidamente hacia mí. Odiaba que tuviera que hallarme en aquella situación tan miserable, pero por más que intentaba ponerme de pie, simplemente no podía.
—Vamos. —Se puso de cuclillas y me ayudó a pararme. —Tenemos que ir al hospital.
—Estoy bien; sólo me torcí un poco el tobillo, se me pasará con un poco de hielo.
—Eso se ve muy mal. —Habló de forma muy seria y preocupada. Odiaba tener que admitir que necesitaba su ayuda, pero no había de otra. Una de sus manos sostenía mi cintura mientras conducía mis pisadas. —No creo que un poco de hielo lo solucione.
—Para empezar, no sé quién cerró la puerta de aquella forma. —Claro, no podía desaprovechar la oportunidad. —Debes tener más cuidado la siguiente vez.
—Perdón, vine a devolver una pila de libros y no pude cerrar la puerta de otra forma.
—Bueno, no lo vuelvas a hacer.
Observé de reojo cómo él asentía con la cabeza. Era muy dócil, o al menos eso me parecía a mí.
Bajamos hasta la planta baja y me dejó un momento en la recepción alegando que lo esperara por unos minutos. Por dentro agradecía que casi todos se hayan marchado a casa; nadie podía vernos, salvo el señor de seguridad que parecía estar en medio de una relajante siesta.
Lo observé ingresar al lugar nuevamente y me ayudó a salir de ahí con mucho cuidado.
Me sorprendí al notar que un hermoso auto negro aguardaba por nosotros en la calle ¿En serio él se había comprado un auto? Lo miré de reojo nuevamente mientras me ayudaba a subir al asiento del copiloto y permanecí en silencio hasta que encendió el carro y comenzó a conducir en dirección a lo que supuse, sería el hospital.
Es buen momento para que agradezcas, Amelie.
Silencié aquella voz de mi conciencia. Para empezar, él había sido el causante de mi caída; no tenía que agradecerle por eso. ¿Verdad?
¡Ahg! Está bien, está bien.
—Gracias. —Le dije después de unos minutos de silencio mientras jugaba con mis manos un tanto incómoda. El asintió en respuesta; dejando muy en claro que era de pocas palabras, algo que agradecí en mi mente.
En ese momento, observando a los edificios pasar con rapidez, me di cuenta que no había tomado mi bolso, y maldije por lo bajo. Quizás él pareció notar mi preocupación, porque tomó algo de la parte trasera del auto y me lo extendió. Era mi bolso ¿En qué momento lo había traído?
Supuse que había regresado a mi oficina por la escalera del estacionamiento y lo había tomado desde ahí.
—Yo..eh, gracias. —Volví a decir, a lo que nuevamente asintió en silencio.
—Colócate el cinturón. —Me ordenó luego, un tanto más serio.
Noté que no sólo era callado, sino también mandón; pero no tuve de otra más que obedecer.
Llegamos al hospital con tranquilidad; mi tobillo aún dolía, y hasta sentía que palpitaba de vez en cuando. Isaac tenía razón, un poco de hielo no hubiera arreglado nada.
Observé cómo tomaba asiento en una de las bancas del pasillo mientras unas enfermeras me ayudaban a ingresar a uno de los consultorios para ser revisada.
Un recuerdo de la secundaria se hizo presente en mi mente: A los quince años me había torcido el tobillo mientras jugábamos básquet en la escuela, y fue Isaac quien me había llevado a la enfermería para que me trataran el golpe. Todo parecía tan lejano; de hecho, todo lo sucedido antes del trágico día lo parecía.
Al final había regresado a casa con una gran venda en el pie. Tenía un esguince en el tobillo, y debía convivir con ello las semanas que se aproximaban. ¡Genial!
...
El día siguiente resultó ser todo un reto; mis músculos se habían relajado tanto, que al despertar casi podía sentir que picaba y ardía cómo nunca.
Amanda había sido la encargada de ayudarme a ponerme de pie aquella mañana y de cuestionarme, a la vez, sobre la forma tan torpe en la que me había accidentado; cosa que no tuve reparo en contar.
—¡¿Isaac Anthonyson te llevó al hospital?! —Al parecer eso era lo único que había captado su atención. —Es tan lindo y atento.