El capítulo de Nuestro Amor (completa)

CAPÍTULO VIII: Una miserable hipócrita

"Fuera porque ella había agotado todas las lágrimas o porque su tristeza era demasiado aplastante para dejarla correr, lo cierto es que permaneció sentada con los ojos secos hasta que salió el sol."
Emily Brontë

Después de la dolorosa muerte de la esposa de Phill Taylor, él entró en una depresión profunda. Por dentro sabía que el único culpable de la muerte de Bertha Taylor era él, sin embargo, las autoridades carecían de pruebas suficientes para acusarlo. Su estado mental era grave, esto gracias a las muchas sustancias que consumía a escondidas de su hijo, quien a diario se esforzaba por obtener las mejores calificaciones para ganarse una beca en la prestigiosa universidad de Wibston, cosa que logró con creces.

La noche de la muerte de Wilfred Johnson, Phill se encontraba lo suficientemente drogado como para ser consciente de sus acciones, y en plena celebración del festival de Merrel, salió a pasear por la pequeña ciudad.

—Hola, Phill.—Lo saludó Wilfred desde su jardín. —¿Te encuentras bien? —Le preguntó observando su aspecto demacrado. El hombre no respondió, lo observó desde lejos con la mirada perdida y se desplomó sobre la acera de su casa, aunque con la mirada atenta a su exterior.

El señor Johnson corrió con desesperación a ayudarlo, y lo cargó hasta la casa de Phil para dejarlo recostado sobre el sillón de su sala. La noche se hacía pesada, y debía ir a recoger a sus hijas y a su esposa quienes se encontraban en la feria del pueblo observando el festival.

—Phil, amigo, deberías dejar esa adicción. —Le dijo observando su delgado e inconsciente rostro. —Hazlo por Isaac.

Aquella noche, Isaac se encontraba con algunos amigos en la feria, jugando al tiro al blanco mientras reían placenteramente. Nadie se imaginaba la desgracia que les tocaría vivir a ambas familias.

—¿A dónde vas, Víctor? —Dijo Phil poniéndose de pie a los segundos.

—¿Víctor? —Se preguntó Wilfred confundido mientras una de sus manos tocaba la perilla de la puerta principal. —Te estás confundiendo, soy Willfred, tu vecino. —Continuó hablando girando en dirección a Phil. Su corazón se aceleró al notar que su vecino traía un arma entre sus manos, y le apuntaba en el pecho. —¿Qué haces Phil? —Preguntó con nerviosismo. —Baja eso.

—No te hagas, Víctor. —Habló el hombre. —¡Por tu culpa Bertha está muerta! —Gritó mientras comenzaba a llorar descontroladamente. Tú la sedujiste mientras yo no estaba.

—Phil, mírame. Soy Will, tu vecino.

—¡No! —Gritó sosteniendo el revólver son ambas manos. —¡Tú te acostaste con mi mujer, idiota!

—Phil, yo no...—Intentó responder Wilfred con palabras temblorosas, pero el impacto de dos disparos en el pecho detuvo su hablar. Phil le había disparado en el corazón provocando que Wilfred cayera al suelo del dolor.

El gran estruendo resonó en toda la cuadra, despertando a Phil de aquel estado narcótico en el que se hallaba. "No, no, no, Wilfred" Comenzó a gritar arrodillándose hacia su víctima. Pero era demasiado tarde, Wilfred, bañado en el charco de su propia sangre, había muerto en la entrada de su casa.

...

—¡Isaac! —Llamé su atención. Parecía encontrarse en un trance; tenía la mirada perdida en la casa que se encontraba casi al frente de la mía. Aquel había sido su hogar durante su infancia y adolescencia. —¿Estás bien?

El volteó en mi dirección intentando esbozar una sonrisa. Asintió con la cabeza en silencio y esperó a que bajara del auto.

—¿No quieres comer algo antes de irte? —Pregunté.

—No, así estoy bien, gracias. —Se excusó. —Comeré en algún restaurante. No creo que a tu familia le agrade verme.

Lo último que dijo me había hecho pensar ¿Cómo reaccionaría mi madre si lo veía? ¿Lo reconocería tan fácil cómo lo había hecho yo?

—Está bien. Muchas gracias por traerme—Hablé, y lo observé partir en su auto negro bajo la luz de la luna.

Ingresé a casa sin muchos ánimos. Sabía que Richard se encontraría ahí; desde que se había hecho novio de mi madre paraba mucho por casa.

—¡Amelie! —Sophie, mi pequeña hermana de dieciséis años me había envuelto entre sus brazos en forma de saludo. —¡Te extrañe tanto!

—Hola Sophia. —La saludé devolviéndole el abrazo. —Creo que llegué a tiempo.

—Sí. —La voz de mi madre se hizo presente en la sala y corrió a abrazarme de igual forma en la que lo había hecho mi hermana. —Justo estábamos por salir.

—Hola mamá. —La verdad es que no me emocionaba mucho el estar ahí, pero no podía hacer nada para evitarlo.

—Estás más bella que la última vez. —Dijo ella mirándome de pies a cabeza. —Bueno, se nos hace tarde. ¡Richard! Cariño, ya vámonos.

Oh no, tranquila Amelie.

El hombre ingresó a la sala con cierto temor ¿Estaría asustado de mí?

Lo conocía muy bien. Era un vecino de hacía muchos años; divorciado y regordete. Su cabellera, aunque en su juventud había sido rubia, enmarcaba ciertos signos de calvicie.

Subimos al auto del hombre después de unos minutos y nos dirigimos hacia el cementerio general de Merrel. La bulla del festival se escuchaba a la distancia, aunque un poco apagada.

—¿Es verdad que I. Anthonyson está trabajando junto a ti? —Observé a mi hermana un tanto extrañada. Ella era igual de aficionada a la lectura que yo, aunque aquella era una de las pocas cosas que compartíamos. Ella era un vivo retrato de mi padre, mientras que yo era muy parecida a mamá.




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