El capítulo de Nuestro Amor (completa)

CAPÍTULO XVIII: "La derribaré"

Isaac y yo nos encontrábamos alrededor de la pequeña fogata que habíamos montado, un tanto alejados de los chicos, quienes parecían disfrutar de una divertida charla en otro rincón, mientras comían sus hamburguesas con una sonrisa.

La noche era tranquila y un tanto fría, pero la calidez del fuego nos abrazaba a los cinco.

—¿Qué tal estuvieron las hamburguesas? —Preguntó él un tanto emocionado. —No mientas ah.

—Exquisitas. —Admití. —Tenías razón con lo de tu receta.

Isaac hizo un pequeño baile de la victoria, el cual me hizo reír de inmediato. A veces parecía un niño pequeño, tierno y juguetón, al punto en el que era casi imposible no amarlo, aunque en aquel momento aún no lo perdonaba por la broma que me había jugado.

—Perdón por lo de hace un rato.— Habló después de unos minutos, mientras me rodeaba con uno de sus brazos. —Creo que nos excedimos.

—De verdad me sacaron un buen susto. —Le respondí recordando la bochornosa escena que había montado.

—De todas formas debes admitir que fue gracioso. Hace tiempo que no reía así.

—Bueno un poco, pero ya me las voy a cobrar Boo Boo. —Noté cómo se avergonzó un poco al escuchar aquel sobrenombre. Su tía lo había llamado de aquella forma el día anterior y me pareció muy gracioso. —¿Por qué te dicen así?

—Por tonterías.

—¿Qué tonterías? Vamos, cuéntame.

—¿Prometes no reírte? —Asentí en silencio, instándolo a que hablara. —Bueno; cuando era un niño solía decir que un monstruo se ocultaba debajo de mi cama, lo sé, suena ridículo, pero tenía tres años, y me daba mucho miedo. Yo llamaba Boo boo al monstruo ya que a las justas y podía hablar bien; y cuando mi tía me escuchó comenzó a llamarme así. Claro que ahora ni lo recuerdo, te cuento todo esto porque ella me lo ha contado a mí.—Rió—Desde que tengo memoria Rosy me ha llamado así.

No pude evitar observarlo con ternura, e imaginé por un momento a un pequeño Isaac, con sus lentes cuadrados y mirada temerosa.

—Boo boo se me hace un lindo sobrenombre.

—Bueno, no me digas así, al menos no en público.

Sí, claro, su aura de chico misterioso y maduro debía mantenerse intacta.

—No prometo nada. —Contesté con una sonrisa, ganándome una mirada de advertencia por su parte, al mismo tiempo en el que me acurrucaba entre sus brazos.

...

—Ha sido genial. Nos vemos en la escuela, chicos.—Sophia estaba muy feliz, o al menos eso pude notar. Bajó del auto y se despidió de todos con un movimiento de mano.

—Nos vemos, Sophia. —Respondieron los mellizos con una sonrisa. —No olvides lo que acordamos. —Dijo esto último Max. Mi hermana asintió con la cabeza e ingresó a casa.

—¿Qué acordaron? —Pregunté curiosa, observando al adolescente a través del espejo.

—Sophia le pasará sus apuntes de literatura y él la ayudará en natación. —Su melliza lo expuso sin piedad ante nosotros, con una sonrisa pícara.

Por un momento me vi tentada a reír, pero me contuve limitándome a dedicarle una mirada amenazadora a Max, haciéndolo sonreír un tanto nervioso.

—Es sólo por cuestiones académicas.

—Ujum. Claro que es sólo eso, campeón. —Dijo Isaac con sarcasmo mientras ponía en marcha el auto.

—Los estaré vigilando. —Advertí con una pequeña sonrisa, notando, a través del espejo, como el adolescente enrojecía en cuestión de segundos.

...

Nuestra estadía en casa de los Anthonyson fue muy grata. Era consciente de que ellos ya no llevaban ese apellido cómo tal, de hecho al casarse, Rosy pasó a llevar el apellido Gates gracias a su esposo, pero la casa conservaba aún muchas de las cosas de los difuntos abuelos, por lo que era llamada así por muchos de los vecinos: La casa de los Anthonyson.

Nos despedimos de todos y tomamos un taxi de camino hacia la parada de autobús, o eso creía, pues ni bien subimos al vehículo, Isaac me pidió que lo acompañara a un lugar antes de partir, indicándole la dirección al conductor.

—¿Por qué quieres ir a mi casa? —Le pregunté frunciendo el ceño. Era de noche, no teníamos muchos motivos para visitar a mi madre a esas horas.

—No iremos a tu casa. —Contestó entrelazando nuestras manos. —Iremos a la mía.

Bajamos a las afueras de su antiguo hogar, casi al frente del mío, a unas casas más allá. Él aún sostenía mi mano, cómo un recordatorio de que no se encontraba solo.

—Cuando te traje la otra vez, el día del aniversario de la muerte de tu padre, no pude evitar observar lo maltratada que lucía mi casa. Ahora es mía, prácticamente, pero no quiero que se vea así.

Nos encontrábamos sobre la acera de la calle, mirando a la casa que yacía enfrente nuestro. El jardín lucía desastroso y descuidado, al igual que la estructura llena de polvo; la iluminación era escasa, esto debido al gran árbol de la entrada que obstruía la luz de la luna y a su obvio estado de abandono.

—¿Qué harás, entonces? —Cuestioné volviendo mi vista hacia él. Su rostro parecía encontrarse en un estado de meditación profunda, cómo si debatiera consigo mismo lo que debería hacer.

—La derribaré. —Concluyó después de unos segundos de silencio, introduciendo su mano libre dentro del bolsillo de su saco largo.

—¿Estás seguro?

—Sí. —Afirmó. —Y quiero que tú me ayudes cono eso.

Soltar el pasado implicaba encontrar formas nuevas de sanar las heridas, y para Isaac, el reconstruir su antigua casa era una de ellas.

Finalmente había entendido que la única víctima en todo este embrollo no había sido sólo yo; él también había sufrido, y ahora que lo conocía con mayor cercanía, podía atreverme a decir que inclusive lo había hecho más que yo.




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