El capítulo de Nuestro Amor (completa)

CAPÍTULO XXV: Demostrar lo contrario.

Observé al pequeño anillo que traía puesto en la mano. Era muy bello, dorado y con un pequeño diamante adherido. Sonreí recordando la forma en la que Isaac y yo nos habíamos comprometido hacía algunas semanas, y me armé de valor para terminar de empacar mi ropa para el viaje hacia Inglaterra.

Habíamos comprado un lindo vestido, recatado, pero muy elegante, y un terno oscuro para Isaac, el cual—como la mayoría de cosas que usaba—le quedó perfectamente bien.

—Bueno.—me dijo él dentro del taxi; Thomas había venido con nosotros, pero nos informó que no llegaría hasta la noche, ya que tenía planes en el centro de Londres.—Sólo sé tu misma y confía en mí.

Ser yo misma, claro, en ese preciso momento quería ser de todo, menos eso.

Asentí y guarde silencio hasta que me informó que habíamos llegado. Era un día soleado, pero no por eso dejaba de sentir frío cada cierto tiempo.

Bajé del auto sintiendo que mis piernas se tambaleaban ligeramente debido a los nervios. Repasé mi atuendo una última vez para cerciorarme de que todo estuviera en orden, mientras que Isaac recibía las dos pequeñas maletas que habíamos traído.

Vestido planchado, tacones impecables, peinado en orden, sí, estaba todo bien por el momento.

La mano de Isaac atrapó la mía después de unos minutos, transmitiéndome un poco de aquella confianza que me hacía falta.

Lo observé tocar el timbre con intercomunicador y especificar que se trataba de él.

El exterior era muy imponente. La casa o mejor dicho, mansión, ocupaba toda la cuadra; de paredes cremas y dos portones de madera, uno del tamaño preciso para que dos autos transcurrieran con normalidad, y uno más pequeño, que supuse, sería la entrada para los caminantes como nosotros.

—¡Joven Isaac!—Una señora un tanto regordeta salió por el portón y corrió hacia nosotros. Tenía puesto un traje oscuro, con un mandil claro en el dorso.

—¡Henrietta!—Isaac me soltó por unos segundos para abrazar a la mujer con una sonrisa.

—Está mas guapo que la última vez que lo vi.—comentó analizando a mi novio de pies a cabeza.—Me imagino que ella es su novia.—dijo esto último dirigiéndome la vista.

Isaac regresó hacia a mí y me tomó de la mano para caminar hacia Henrietta.

—Sí, ella es Amelie, mi novia.—indicó.—Ame, ella es Henrietta, trabaja hace muchos años con mi familia.

—Soy la criada.—aclaró un tanto sonrojada.

—Ese término suena mal, Henrrieta, eres muy importante para la familia, y lo sabes.

Sonreí en forma de saludo y caminé de la mano de Isaac hacia el interior de la gran mansión.

Un par de hombres, que supuse, serían también trabajadores de los Taylor, se encargaron de recoger nuestras maletas y llevarlas hacia adentro.

El portón estaba a una considerable distancia de la puerta principal de la gran casona, tan imponente como elegante.

Un gran jardín lleno de muchos árboles y piletas nos recibió casi a la entrada, por lo que caminamos por un pequeño sendero de piedras resguardados por la sombra de los árboles.

—¿Son ciertos los rumores de su boda?—preguntó Henrietta con cierto entusiasmo.

—Sí.—respondió Isaac mostrandole el anillo que llevaba en mi mano, la cual aún seguía entrelazada con la de él.

—¡Oh, que alegría siento, joven! Es usted una chica muy bonita—dijo esto último dirigiendose a mí.—Estuve toda la semana pendiente de las noticias para intentar confirmarlo. Su abuela casi se des...—se interrumpió a ella misma al notar que estaba a punto de decir algo inadecuado y sonrió nerviosa.

—Lo sé, mi abuela no debió tomarlo de la mejor manera.

—Estuvo muy enojada; pero esta mañana sus ánimos mejoraron.

—Y ya imagino por qué.

Isaac tenía puesta la mira en la entrada de la gran casona, provocando que yo también lo hiciera.

La señora Mary Taylor se encontraba parada sobre la entrada con expresión seria, de esas que son capaces de desestabilizar a quien sea, sin embargo, aquello no fue lo que me hizo sentir mal, sino la presencia de Lidia a su costado, la cual sonreía ligeramente mientras nos observaba a ambos.

—¿Qué hace ella aquí, Henrietta? La fiesta es mañana.

—La señorita llegó temprano por sugerencia de su abuela. Tengo que volver al trabajo, joven. Nos vemos luego.—respondió la mujer en un susurro, y caminó por los escalones de mármol hacia el interior de la construcción, saludando con un asentimiento a las dos mujeres que yacían paradas sobre la entrada.

—¡Qué alegría verte, hijo!—saludó la anciana mientras Isaac caminaba a mi lado hacia ellas.—No pensé que traerías visitas ¡Que inesperado!

Su sonrisa era totalmente fingida, al igual que la de Lidia.

—Buenas tardes, señora.—saludé aprentando la mano de Isaac.

—Buenas tardes, querida. ¿Ya conoces a Lidia? Te la presento; ven aquí, linda.

La pelinegra caminó hacia nosotros a paso ligero. Traía puesto un vestido claro, el cual le hacía mucho favor a su figura.

—Creo que te he visto en la editorial.—comentó.—¿Cómo es que te llamabas? ¿Amanda?

—Amelie.—corregí, aunque podía jurar que ella sabía perfectamente quién era yo.—Amelie Jane Johnson.

—Un gusto, Amelie.—sonrió falsamente.—Soy Lidia Cleobeth Brenned, amiga de la familia.

—Familia, diría yo.—intervino la señora Taylor.—Te considero como parte de la familia, linda.

—¡Qué coincidencia!—esta vez fue Isaac quién habló.—Amelie también es parte de la familia ¿Verdad, amor?—Me sonrió fugazmente.—Nos casaremos el año que viene. Ya tendrás tiempo de enseñarle tu anillo a Lidia, amor; ahora, si nos disculpan, iremos a descansar un poco, estamos agotados por el viaje.




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