Se iría de aquel lugar, se marcharía con el corazón roto, decepcionada de aquel a quien amaba, o eso creía.
—Nos vamos. —Isaac irrumpió en la habitación sin previo aviso, y tomó a Amelie del brazo jalándola rápidamente en la salida. La joven arrastraba su maleta detrás suyo, sorprendida por su repentino cambio de actitud. —¡Nos vamos de esta estúpida casa! —Exclamó él mientras pasaban por el gran salón de la casona.
—¡Isaac! —le gritó Mary Taylor corriendo hacia el salón con mirada de enojo. Los gritos de su nieto habían alarmado al resto de invitados, quienes se asomaron con curiosidad, tratando de presenciar la escandalosa escena que montaba la familia. —¡Si pones un pie fuera de esta casa, dejarás de ser mi familia!—advirtió.
—Perdóname. —Respondió él deteniéndose por un segundo en el umbral de la puerta principal. Amelie aún permanecía a su costado con el maquillaje embarrado a causa del llanto y el corazón acelerado. —Perdóname, pero yo no soy tu hijo. —habló, y salió por la puerta de la gran mansión de la mano de su novia.
La mirada de su abuela se quedaría grabada en su corazón por el resto de sus días, y aunque sabía que le dolería el haberla dejado ahí, en medio de todos, comprendió finalmente que había hecho lo correcto; aquello que su padre jamás había hecho por su madre: defenderla, aun cuando aquello implicara el dejarlo todo.
Sacó unas llaves de su bolsillo, las cuales había tomado del despacho de su abuelo después de dejar a su novia en la habitación.
Finalmente, había llegado el día en el que usaría aquel auto negro que había heredado del difunto Phillfred Taylor.
Subieron rápidamente al vehículo y huyeron juntos de aquel rígido mundo lleno de etiquetas.
—¿Qué fue eso? —Preguntó Amelie muy sorprendida. Isaac aún traía puesto su traje de gala, el que se suponía que usaría para la fotografía familiar.
—Te amo. —le dijo de repente, observándola con ojos llorosos. —Te amo más a cualquier cosa en el mundo, y haría lo que fuera para evitar que alguien te haga daño.
—Haría lo mismo por ti. —confesó ella con una ligera sonrisa, mientras lloraba a su lado.
Sí, ambos habían escapado cómo escapan las muchas parejas en las incontables historias de romance, y es que hay ciertas cosas en la vida que parecen sacadas de un libro; cada año puede convertirse en un capítulo y cada libro puede conformar una vida.
—Hola, mamá. —Isaac se arrodilló sobre el concreto de la tumba de su madre, con el corazón cargado de cosas por confesar. —Lo he hecho; finalmente lo he entendido. —soltó un largo suspiro. —Tu llanto calaba en lo profundo de mi corazón como un eco que me recordaba constantemente que debía hacer las cosas bien con la mujer que ame, y sí, era precisamente eso, pero estaba equivocado en un cosa; creí que todo iría bien si hacia lo que mi padre jamás hizo contigo, y olvidé por completo que no se trataba de ti, sino de aquella mujer a la que amo, y que ahora mismo me espera en la entrada, con su hermosa y perfecta sonrisa. Solo quería confesártelo; para que te sientas orgullosa del hijo que una vez cargaste entre tus brazos, y que espera poder verte algún día. Te amo, mamá.—se despidió con una sonrisa.—Deséame suerte en la boda.
Caminó hacia la salida y abrazó a su hermosa novia como si se tratara del ser más bello del mundo.
—¡Ey! Me vas a despeinar, tonto.—Se quejó Amelie depositando un corto beso sobre sus labios.—¿Qué quieres hacer, amor?
—Quiero ir a casa.—contestó él, entrelazando su mano con la de ella.—A nuestra casa.
—Está bien.—respondió, y caminaron juntos por la acera de la calle con grandes sonrisas en el rostro.
Finalmente podrían disfrutar del hermoso final de su historia, aunque quizás sólo sea el inicio para ambos.
Se casarían y tendrían dos lindos y sanos hijos, viajarían mucho como esposos y acamparían juntos frente a la playa de vez en cuando.
Todo sería igual de bello que en una historia de romance digna de convertirse en libro, lleno de subidas y bajadas pero hermoso al final.
Esto, si tan sólo esta historia fuera real; si tan sólo lo fuera...