El capricho de Cupido

007 I Cupido intenta ser un terapeuta

Lunes, 21 de enero

Keylin gimió debido a su resaca de la noche anterior, recargó ambos codos sobre su escritorio, escondiendo su rostro con sus manos, levantando las gafas oscuras que se rehusaba a quitar para no delatar su noche extravagante.

¿Por qué demonios bebió mucho sabiendo que tenía responsabilidades el día siguiente?

Maldijo mentalmente al escuchar que alguien tocaba la puerta de su oficina. Abrió sus labios para soltar una insípida palabra, permitiéndole el acceso a la persona. Acomodó su postura, tampoco debía de ser tan descarada como para que todo el mundo se diera cuenta de su estado. 

—Señorita Flores —saludó Weslay, girando su cuerpo para cerrar la puerta.

Abrió sus ojos grandes con sorpresa, no se esperaba esa imagen de ella, pues pensaba que iba a estar mejor. Intentó disimularlo observando el café, pero su jefa ya lo había visto. De igual manera, ella no iba a comentar nada, porque no quería poner más incómoda la situación.

—Wild, ¿qué necesitas? —musitó somnolienta, girando su rostro sin verlo.

—Queríamos decirle sobre el proyecto ecológico, se desea ir a dos escuelas públicas, de las más grandes para inculcar el reciclaje y la lectura. También el diseñador de portadas no ha terminado, porque se ha enfermado, así que pidió licencia médica...

Keylin no estaba escuchando ni una sola palabra. Nada más veía cómo su asistente movía sus labios, la verdad tenía ganas de darle una patada en el trasero para que dejara de parlotear sobre los problemas que por el momento no deseaba encargarse.

—Bien, yo me encargo de las escuelas, buscar permisos para poder ir. —Apretó sus ojos, acción que el hombre no alcanzó a distinguir.

Weslay veía su rostro bastante serio, así que con una mano se enredaba en su larga melena rubia hacia atrás. Quería comentarle algo sobre su estado, pero no quería faltarle el respeto, porque a pesar de estar colaborando con ella por tres años, la confianza nunca era mucha.

Pero el sábado tuvieron una especie de cita, improvisada. Hasta había inventado tener una hija con ella para lograr deshacerse de su cita anterior. Además, tenía un par de horas en la oficina y su aspecto no mejoraba, parecía que hasta, al contrario, empeoraba. Así que tomó un gran bocado de aire para preguntar:

—¿Quieres que te preparé un café con mucha cafeína y te traiga pastillas para la resaca? —Agitó su vaso, manteniéndose aun de pie en frente del escritorio.

Desde ese ángulo, su jefa se veía tan pequeña, una imagen tan diferente a la que proyectaba normalmente.

Keylin se atragantó con su propia saliva, rogaba en su interior que no fuera tan notorio. Era la primera vez a lo largo de su vida que llegaba en esa circunstancia a un empleo, pero este no era cualquier empleo, era la jefa. Además, tenía una deuda grande con el banco debido al préstamo que solicito para comprar el edificio, el mobiliario, los empleados.

¿Qué iba a hacer si ellos se iban por falta de su profesionalismo? ¿Qué tal si el diseñador no se fue por una enfermedad y en realidad quería escapar de ella?

Aparentemente Weslay fue capaz de interpretar los pensamientos de ella, quería darle unas palabras de consolación para que no se preocupara. Todos eran humanos, y era posible cometer errores.

—Tranquila, llegaste a hurtadillas que nadie se percató de tu presencia. Además, les comuniqué que tenías trabajo, por lo que no deseabas ser molestada. —Esbozó una sonrisa de oreja a oreja para intentar animarla.

—Gracias. —Soltó un suspiro de alivio, llevando ambas manos al pecho—. Sí, me gustaría un café y unas pastillas para el dolor de cabeza, por favor. —Rogó con su labio inferior temblando, sujetando sus lentes con una mano, y con la otra sentía que su moño estaba muy desarreglado a la oficina, sin duda lo debía de arreglar antes de salir de ahí.

—Perfecto, no voy a tardar.

Weslay agachó la cabeza como despedida, giró sobre sus propios talones y salió de la oficina en dirección a la cafetería.

Entretanto, Keylin otra vez cruzó sus brazos sobre su escritorio y recargó la cabeza sobre ellos para cerrar los ojos, deseaba con todo su corazón estar en cama dormida. Debería de hacerlo, pues no está trabajando, por el dolor de cabeza insoportable.

De igual manera, no podía regresarse a su apartamento, porque Leyla quedó en pasar a la oficina a medio día para devolverle el automóvil. Solo esperaba que para esa hora no se viera tan demacrada para recibirla.

Apretó los ojos con fuerza, solo un momento para estar vagando entre sus pensamientos, antes de sentir que los párpados le pesaban.

—Keylin —susurró una voz de manera suave que se escuchaba muy lejana mientras la sacudía con delicadeza su hombro.

Ella murmuró unas palabras en voz baja que su asistente no logró escuchar.

—Keylin —volvió a murmurar, pero esta vez, se acercó demasiado a su oído.

Ese susurro le provocó cosquillas por todo su cuello, lo que la obligó a ocultar su oído con el hombro. El vello del cuerpo se erizó y sentía un calor permanecer en su oreja.

Con mucha pereza, Keylin levantó el rostro que aún adornaba su rostro con unas gafas para el sol. En su campo visual apareció Weslay, con una mano sostenía el café caliente. Inmediatamente se incorporó y con la palma de su mano se limpió la baba que escurría por la comisura de los labios.

—Gracias. —La morocha tomó el café, lo olió y era de caramelo, su favorito—. ¡Bendito seas Weslay!

El rubio carcajeó, escudriñándola con una ceja levantada.

¡Demonios! ¿No lo había pensado..., que fue demasiado informal?

—Perdón, este... gracias —respondió nerviosa, agachando la mirada.

—No te preocupes, a todos nos pasa.

Weslay sacó una pastilla de la caja e indicó a su jefa que extendiera la mano para ponerla en su palma. Ella sin pensarlo dos veces, lo introdujo a su boca y tomó un sorbo de café para poder deslizarse por la garganta.




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