El capricho de Cupido

008 I Cupido entrometido

Martes, 22 de enero

Se sentía mucho mejor que el día anterior, era evidente que su humor irradiaba serenidad y positivismo a cualquier persona que estuviese cerca de ella en la oficina. Regalaba sonrisas sin esperar una de regreso que animase todavía más su día. No entendía la razón de su energía, pero no le disgustaba ni un poco. Inclusive, parecía que el día estaba a su favor, por la calidez que se sentía en el ambiente.

—Voy a ir a la cafetería, por café ¿Gustas uno? —preguntó Keylin a su asistente, mientras golpeaba la madera del escritorio de él con el largo de las uñas.

Weslay dejó de estar tecleando en su computadora de un brinco, se encontraba tan concentrado en su trabajo que ni siquiera se percató que su jefa estaba delante de él, con una amplia sonrisa en su rostro.

Parpadeó un par de veces, para intentar asimilar lo que le había dicho la mujer que tenía en frente, pero nada; estaba en blanco.

—¿Ah? —murmuró, desconcertado.

—¡Olvídalo, te voy a traer un café! —afirmó la morocha, agitando su mano para restarle importancia.

Ella se giró sobre sus propios pies para marcharse, sin embargo, se le estaba olvidando algo; ella no conocía sobre las preferencias del rubio. Pues él siempre se encargaba de llevarle los cafés cuando ella se lo pedía, que jamás se detuvo a preguntarle sobre sus gustos.

En el diminuto comedor que había en el edificio, si tenía una cafetera. Pero, no le gustaba ese café tan común, le gustaba más elaborado. No obstante, Weslay era distinto a ella, ¿y si prefería ese café de la oficina a uno de cafetería?

Por otra parte, el rubio estaba estático, durante el tiempo que estaba trabajando para aquella mujer, jamás se había detenido para ofrecerle un café. Era agradable ese cambio radical, debía de admitirlo.

—¿Entonces? ¿Qué te gusta? —inquirió, moviendo la cabeza en un intento de animarlo a responder antes de marcharse.

—Me gustan los americanos sin azúcar y con leche de almendras. —Volvió la vista a la computadora.

¿Weslay por qué prefería la leche de almendras que la normal?

—Nada más cuido mi alimentación entre semana —respondió al verla de reojo.

¿Es que acaso todo el mundo podría conocer lo que ella pensaba con solo ver su rostro? ¡Era injusto, odiaba ser tan expresiva!

—Bueno, entonces ya vuelvo.

Nuevamente se giró para avanzar a la salida luego de asentir con la cabeza, acatando el pedido de su asistente. Emprendió un recorrido corto por las calles de Sídney con tranquilidad, la gente a su alrededor parecía vivir apresurada, hablando por teléfono mientras caminaban con paso veloz. Por un instante, le recordó que desde los quince años había estado viviendo así para conseguir todo lo que había logrado hasta ese momento. Con trabajos de medio tiempo constantes para ahorrar lo suficiente para pedir un préstamo y comprar el edificio donde su editorial que laboraba.

Perdida en sus pensamientos no vio al perro café mediano que se atravesó en su camino, cayéndose al piso boca-arriba, para su suerte fue lo suficiente ágil para poner las manos al frente, evitando llevarse un golpe en la cara. Nada más se raspó las rodillas.

¡Las rodillas! ¿Habrá roto su falta?

Descansó su trasero en lo rugoso de la calle. El perro aulló de dolor y escondió la cola entre las patas, agachando la cabeza, en forma de disculpa. También, parecía que esperaba un castigo.

Entre toda la multitud, una mujer decidió dejar su teléfono acercarse a ella, haciendo extraños ruidos con la boca, con la intención de ahuyentar al perro. Keylin sintió como si alguien estuviera estrujando su corazón cuando aún con la cola entre las paras, ese perro se estaba alejando de ellas.

La mujer la tomó del codo para ayudarla a levantarse.

—Esos perros de la calle son realmente un problema, ¿estás bien? —Se dirigió hacia Keylin, quién se estaba sacudiendo la tierra de la parte trasera de su falda.

—Sí, gracias.

La mujer sonrió como despedida para regresar a su ajetreado día.

Keylin arrugó la nariz, desconcertada. El mundo, cada vez dejaba de ser empático, para ser más egoístas, de eso no había duda. El perro intentaba esconderse entre la oscuridad de la calle, cabizbajo por las personas que se encontraban caminando en la calle, ignorándolo.

La morocha terminó su recorrido cuando dio un par de pasos para adentrarse a la cafetería que se encontraba casi vacía. Así que ordenar su pedido fue fácil, y solo esperó cinco minutos cuando gritaron su nombre para entregarle los dos cafés y su bolsa de papel.

Salió apresurada del local hacia el lugar donde se tropezó para buscar al perro, y para su suerte, se encontraba ahí, en la misma posición, nada más que miraba a su alrededor con suplicantes ojos llenos de cansancio. Aparentemente, se estremeció al ver a la mujer que se acercaba a él con pasos lentos y gracias a su olor a dulces, recordó que se había tropezado con ella.

—Tranquilo, que no te haré nada —murmuró en una voz demasiado tenue, no quería asustarlo mientras se agachaba pata poder estar cara a cara.

Ella sacó el sándwich de la bolsa para ofrecérselo, el perro con recelo se acercó a ella para olfatear eso que no conocía, cuando confirmó que no era algo dañino, abrió su hocico para devorarlo con rapidez. Keylin sonrió complacida que su acción fue placentera para alguien más.

Cuando el perro terminó, ella se levantó después de palmear su cabeza en un gesto de cariño. Iba de regreso a su edificio con los cafés en mano, pero el perro la seguía como si fuera su propia sombra por la gratitud que sentía.

¿Qué se supone que debía de hacer con un perro que le pisaba los talones?

Al verlo de soslayo se percató que cojeaba, ¿por qué?

Llegó a su edificio, volvió a darle una última mirada al perro antes de adentrarse. Puso el café sin azúcar en el escritorio de Weslay después de haber carraspeado su garganta para llamar su atención. El rubio levantó la mirada y sonrió como agradecimiento antes de tomar el café y olerlo para saber si su lengua no se escaldaría si tomaba un sorbo.




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