Miércoles, 23 de enero
Sujetó con fuerza la correa de ambos cachorros que insistían en correr por todo el parque. La morocha sabía de antemano que, si los soltaba, iban a salir como dos cohetes sin freno. Sin embargo, para que descarguen su energía, empezó a trotar por el perímetro del lugar. Había varias personas haciendo ejercicio alrededor con su ropa deportiva mientras que otros solo caminaban.
El parque solo estaba a dos cuadras de su edificio, lo cual era una ventaja para ella que tenía cuatro mascotas. Optó por dejar al perro lastimado en casa con compañía del gato, que se rehusaba a ponerse una correa.
—Esperen, tantito, por favor. —Dobló sus rodillas cuando se detuvieron, ella tomó un bocado de aire para regular su respiración.
No estaba en forma, era un hecho.
Los cachorros se giraron para sentarse y ver a su salvadora sus movimientos. Con sus ojos insistían que querían seguir corriendo.
—Ay, Dios, ¡me voy a morir! ¿No ven que ni siquiera puedo trotar y ustedes ya quieren correr? —Se dirigió hacia ellos, sujetó la correa con las piernas para atarse su corta melena que muy apenas le alcanzaba para hacer una cola de caballo.
Los cachorros sacaron la lengua, también descansando del breve ejercicio, aunque si fuera por ellos no se hubieran detenido.
Keylin se levantó, inflando sus pulmones con el aire por la boca con fuerza mientras se limpiaba la frente que escurría gotas de sudor con el dorso de la mano.
—Creo que no estás usando la ropa correcta para hacer ejercicio —comentó un hombre que se detuvo a la par de ella, pero sin dejar de mover las piernas.
Ella lo observó desorientada que solo atinó a fruncir el entrecejo.
—¿Quieres que te ayude a pasear a tus cachorros? Seguro y me siguen el paso —insistió el hombre con ambos brazos doblados, pegando sus codos en el costado.
Ella entrecerró los ojos, no se veía un mal tipo con sus shorts cortos, demasiado cortos para su gusto, pero le hacían ver mejor esas piernas que se estaban formando, sus oídos llevaban unos audífonos que se conectaban a una banda de su brazo izquierdo donde estaba su celular. Sin embargo, no tenía confianza en entregárselos así de sencillo.
¿Por qué un desconocido estaba dispuesto ayudarla con los cachorros?
¿Es que acaso ese era su momento de brillar y terminar su historia?
Velozmente sus ojos se dirigieron a ambas manos, donde de una iniciaba un hilo rojo que se desvanecía poco a poco.
—Necesito continuar, voy a dar cuatro vueltas más, tú podrías esperarme aquí y cuando terminé mi rutina te los devuelvo o simplemente podrías correr tú con ellos. —Señaló con el dedo índice a los perros.
Lo último fue un empujón para Keylin quien abrió sus ojos de par en par y sin rechistar le tendió ambas correas.
—Soy Scott. —Inclinó la cabeza como un gesto de saludo antes de retomar su trote, cada vez aumentando la velocidad, y los cachorros le seguían el paso.
¿Qué es lo que acababa de suceder? ¿Estaba loca? Podría ser un psicópata asesino de perritos.
No les quitó la vista ni un momento, así que logró apreciarlo un poco más; tenía una nariz ancha y recta, los ojos algo separados color verdes en forma de almendra y parecía casi no tener cejas.
Pasó corriendo una vez en frente de ella y le regaló una sonrisa de oreja a oreja que Keylin no alcanzó a responder. La segunda vez que cruzó corriendo, no se tomó mucho tiempo, debido a que no era un parque exuberante, pero tenía un montón de árboles por doquier, lo cual lo volvía muy refrescante. Transitó una tercera vez y Keylin podía sentir que ya estaba más relajada, tal vez debería de iniciar el gimnasio para estar en forma, incluyendo que todas las partes de su cuerpo van a estar en su lugar, y sin duda, podría correr acompañada de aquellos perros cuyo nombre no tenían.
¿Estaba pensando en conservarlos? Aunque quisiera, no podría, por el espacio. No obstante, se encargaría de conseguirles el mejor lugar.
Scott empezó a disminuir su paso cuando dobló en la esquina que lo encaminaban hacia ella. Los cachorros se veían exhaustos, al principio le siguieron el paso, pero en la última vuelta ya no podían caminar. Así que agitaron su cola frenéticamente cuando se detuvieron en frente de ella.
—Gracias. —Keylin esbozó una sonrisa tan grande que mostraba los dientes—. Por pasear a mis perros, yo me llamo Keylin.
Scott apretó los ojos con fuerza, se veía cansado y muy poco agitado. Por estar bastante delgado, podría pensar que no tendría condición física.
—De nada, fue un placer correr acompañado. —Inhaló aire con profundidad para exhalarlo con lentitud—. Mucho gusto, Keylin.
—¿Quieres una botella de agua? Ya sabes, por agradecerte, hay una tienda por aquí y te compro una botella. —Sujetó las correas de ambos perros con fuerza, para que no se alejaran de ella.
—No, gracias; tengo agua. —Dirigió sus manos a la cangurera que colgaba de su cadera donde sacó un termo no muy grande lleno de agua donde empezó a beber de ella.
—Bueno Scott, entonces no sé cómo agradecerte. —Se encogió de hombros, haciendo un mohín con los labios.
—No te preocupes, está bien, no hay nada que agradecer. Igual no vienes muy preparada para hacer ejercicio, ¿cuánto tiempo tienes con ellos? —inquirió con curiosidad, se agachó para acariciar detrás de la oreja de un perro.
—Apenas ayer, los encontré, pero no tenía idea que tuvieran tanta energía. Quizás otro día que los saqué, ya sabré que usar —respondió amablemente con un toco un poco agudo, clavando sus ojos en el hombre.
—¿Entonces vas a seguir viniendo? —Se levantó, cerrando la botella para guardarla.
—Sí, me gusta este parque. —Asintió con la cabeza.
—Entonces puede que nos veamos seguido, y si necesitas ayuda para pasearlos, puedes contar conmigo —sugirió con cordialidad