El capricho de Cupido

010 I Cupido como bailarín

Jueves, 24 de enero

Alguien tocó un par de veces la puerta, Keylin autorizó desde su escritorio, enfocándose en lo que estaba escribiendo en el monitor. Escuchó el chirrido de la puerta abrirse junto con unos pasos llenos de debilidad para arrastrar sus pies por el piso hasta ponerse en frente de su escritorio. Con cautela dejó una memoria que la morocha tomó para ponerla en su computadora. 

—Buenos días, señorita Flores —saludó una voz trémula.

Keylin sabía que era una de los mejores investigadores de mercado, aunque aquella actitud tímida que la caracterizaba, era un tanto sofocante. La pelinegra tenía sus dedos entrelazados y estaba cabizbaja con la espalda ligeramente jorobada.

—Hola Piper, ¿qué es lo que me tienes el día de hoy? —cuestionó con una voz neutral, abriendo la única carpeta de archivos.

La morocha sabía que, si clavaba sus ojos en ella o la interrumpía, se iba a cohibir, por lo que lo mejor era esperarla hasta que ella se desenvolviera al hablar.

—Bueno, como puede ver, le traigo estadísticas sobre la campaña ecológica para los niños, así animarlos a leer más. Pues, por lo que se ve, sí donarían sus antiguos libros, pero no animarían a comprar un libro —tartamudeó alzando su cabeza un par de segundos.

—Ya veo. —Asintió la jefa, observando las gráficas que tenía en frente, acariciando su barbilla con la otra mano—. Entonces hay que trabajar en las estrategias, para implementarlas y sea favorable para nosotros.

—Así es, ya estamos trabajando en ello. —Suspiró con pesadez—. Por otra parte, el mes pasado recibimos trescientos manuscritos para publicar de los autores, y después de descartar los que no tienen coherencia, que tienen falta de atractivos, tenemos diez libros, los cuales tres de ellos son cuentos infantiles, y libros para adolescentes con amor tóxico. Siguiendo las tendencias de los lectores, son los que más adecuan.

—Por lo que estoy viendo en las gráficas, son más llamativos los libros tóxicos, pero, aquí hay uno lleno de fantasía.

—Sí, tiene una muy buena redacción y gramática, y no va a ser tan tedioso editarlo. Por lo que creo que sea una buena idea. Sin embargo, considero que es como un azar, puede ser un éxito rotundo o un fallo completo.

—Va, entonces yo analizo tu información y te digo con cuales libros vamos a trabajar el siguiente mes, ¿sí, Piper? —Cerró las ventanas de su computadora para mirar fijamente a su empleada.

Ante sus ojos se convirtió otra vez en la persona tímida, Piper dobló un poco sus rodillas para disculparse y salir por donde entró. Ella tenía seis meses trabajando, tenía excelentes habilidades que podría sacarle provecho para escalar, pero por lo que ve, ella prefiere estar más en la sombra.

En ese momento su celular vibró sobre su escritorio, por la pantalla brillante se dio cuenta que era un mensaje de su hermana, pidiéndole de favor que recogiera a su hija. Su sobrina la extrañaba y le gustaría pasar el tiempo con ella, al final se disculpaba por a veces por pedir su ayuda muy seguidamente. Además, porque había una fiesta de cumpleaños en su escuela, iban a salir un poco más tarde de lo normal.  

¡Ay, que su sobrina! ¿Será que Eva iba a otra entrevista de trabajo?

Se quedó pensando unos segundos antes de afirmar que ella se encargaría de recoger a la niña.

Continuó el resto de su día encerrada en su oficina, revisando los documentos que Piper le había entregado. Ese día, Weslay descansó, porque necesitaba un poco más de descanso o eso fue lo que le explicó, tampoco le dio muchas vueltas al asunto.

El guardia regularmente se encargaba de la seguridad, existían tres hombres con diferentes turnos, a menos que ella indicase lo contrario, así que ellos se encargaban de cerrar el edificio, así en la mañana con su apertura.

Cuando llegó en frente de su vehículo, giró la cabeza para todos los lados, para verificar si a Cupido no se le ocurría aparecer de la nada, provocándole un infarto. Curiosamente, esta vez no salió de ninguna parte. Aliviada se montó del lado piloto para emprender su recorrido. 

El tráfico estaba fatal ese rato, así que, en un semáforo en rojo, subió todo el volumen de la radio para cantar a todo pulmón, golpeado con delicadeza el maniobro. Sintiendo cómo la música recorría cada célula de su piel. Por lo que concernía, para ella, el tiempo transcurrió volando.

Estacionó una cuadra antes del Kínder por el tema del estacionamiento y cuando llegó, la maestra la reconoció en seguida para adentrarse e ir por la niña. La morocha esperó un par de minutos cuando llegó un hombre que la observó por el rabillo.

—¿Llevas mucho esperando por tu niño? —preguntó con su voz viril.

—No, apenas llegue hace poco —contestó seca, devolviéndole la mirada.

Sacó su celular para enviarle un mensaje a Eva, para informarle que ya se encontraba en el Kínder, que no tenía nada de qué preocuparse. Lo devolvió a su bolsa.

—¿Y quién es su niño? —inquirió nuevamente el hombre, tocó su ancha nariz con su pulgar.

—Es Keylin, ¿y el tuyo? —Giró su anatomía un poco para estar frente a frente con el sujeto.

Así pudo mirar mejor las facciones del hombre, ojos muy grandes con ojos encapotados, una ceja muy frondosa y labios carnosos. Su pelo era muy corto de color oscuro. Un hombre muy atractivo, pero no era su gusto, en particular.

—¿¡Keylin!? —exaltó en su lugar, extendió la mano para que ella la estrechase y la agitó frenéticamente.

Keylin entrecerró los ojos con evidente incomodidad, jalando su brazo hacia ella para que la soltase.

—Ah..., perdón. —El hombre soltó su mano al notar que había exagerado—. Te pido disculpas, lo que pasa es que soy papá de Thomas, y mi hijo con tu hija son mejores amigos, él siempre me habla de lo bien que se lleva con Keylin y lo mucho que la quiere, pero nunca antes se me había dado la oportunidad.




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