El capricho de Cupido

012 I A Cupido le gustan las estrellas

Sábado, 26 de enero

Un pesado bostezo se escapó de los labios de Keylin, miró la pantalla de su celular para ya poder marcharse de su oficina. No es que odiase su lugar de trabajo, al contrario, lo amaba con pasión. Pues eran los frutos de su esfuerzo a lo largo de su vida. Solo se encontraba llena de emoción, porque hoy era su tradición con el resto de sus amigos, a quienes consideraba parte de su familia. Además, sus amigos no dejaban de enviar fotos con todos los preparativos que a ellos les correspondía. También eran culpables de su impaciencia. 

Le recordaba cuando se sentía en la escuela, al mirar fijamente el reloj mover las manecillas para contar el resto de segundos que faltaban para que empezaran las vacaciones.

Pareció una eternidad estando trabajando, arreglando una presentación para la siguiente semana en una escuela para los alumnos. Hasta que finalmente su celular sonó, recordándole que era su hora de partida. Tarareó una canción mientras apagaba la computadora y ordenaba todo su escritorio. Guardó su celular en la bolsa y sacó las llaves del carro.

Vio a Weslay acomodarse sus grandes gafas en el instante en que ella estaba saliendo de su oficina para subir al elevador, así que se levantó para seguirla, dejando la silla desordenada.

—¿Ya te vas? —murmuró cohibido, pero intentando que no se notase—. Que tonto se escuchó, si te estoy viendo que ya estás preparada. Igual tengo que quedarme un rato más, porque llegué tarde —explicó con incomodidad.

—No te preocupes Weslay. —Detuvo su andar para girarse sobre sus propios talones y así, palmear el hombro derecho del hombre que tenía en frente— ¿Por qué es que te siento demasiado nervioso? —indagó con curiosidad, alejando su mano.

Ella se percató que el resto de su equipo del piso, estaban atentos a ellos con un ojo encima, lo cual le resultaba embarazoso ¿Por qué las personas eran tan indiscretas y chismosas? 

Con sutileza, ella indicó con la cabeza hacia el elevador para que su asistente la siguiera. Todos en el piso giraron su cabeza cuando Keylin les estaba dando la espalda, pero regresaron todos a sus pendientes cuando la morocha estuvo en frente. Esperó a que las puertas se deslizaran para que nadie más los estuviese examinando con curiosidad.

—Tengo que pedirte una disculpa. —El rubio agachó la mirada hacia abajo con pena.

Keylin lo escudriñó sin entender que era a lo que se estaba refiriendo.

—Esther, ya sabes, mi hermana —recordó con una mirada temblorosa—. Es un poquito... —Indicó el rubio señalando con sus dedos un estrecho espacio—... poquito parlanchina. —Mordió el interior de su mejilla.

—No te preocupes, en serio. Soy hermana también, y si tuviera la oportunidad de adular a mi hermana en frente de su jefe lo haría sin pensarlo dos veces. 

Weslay curvó sus labios hacia arriba sin mostrar sus dientes, pero se le notaban sus hoyuelos, que, en ese momento, Keylin consideró adorables.

— ¿En serio te gusta escribir? —preguntó ella con curiosidad cuando unas palabras de Cupido llegaron a su mente.

—Sí, lo hago como pasatiempo. Nada serio, todavía. —Se encogió de hombros para dejar el tema en el pasado—. Así son los hermanos, tienes razón.

—Así somos —corrigió ella, arqueando una ceja—. También debes de ser así, nada más que no te has dado cuenta.

Las puertas del elevador se abrieron, ambos salieron y antes de llegar a la puerta, el rubio dejó de caminar.

—Adiós Señorita Flores. —Sacudió su mano como despedida—. Tengo que quedarme a continuar el trabajo. Nos vemos el lunes—. Se sorprendió cuando miró a su jefa acercarse a él peligrosamente que se le formó un nudo en la garganta.

—Puedes llamarme Keylin —susurró tan suavemente demasiado cerca del oído del rubio que su piel se erizó por completo, debido a que se sintió como una caricia. Hasta parecía que su largo pelo se alboroto un poco—. Nos vemos el lunes. —Se alejó de él y sintió el frío invadir su cuerpo.

Keylin ajena a lo que su asistente estaba sintiendo continuó con su curso hacia su carro, asintió con la cabeza para despedirse del guardia de seguridad. 

En el trayecto hacia la casa de sus padres, momentos saturaron la memoria de ella en eventos de años pasados. Se sentía tan agradecida de tener amigos que se apoyaban en las buenas y las malas. Cuando Violet se divorció de su marido, Logan cuidó a sus hijas para que ellas no la vieran derrotada, mientras que Leyla y ella se quedaron todas las noches que las necesito.

Al llegar a la casa de sus padres, caminó hacia la puerta para entrar sin avisar. Con poca paciencia estaba su sobrina Key, sin duda, lo había heredado de ella. Estaba en una la sala con una mochila sobre sus piernas, observando al vacío mientras sus pies se movían en círculos. No obstante, se detuvo cuando escuchó el chirrido de la puerta para girarse en su dirección. Soltó un grito tan potente que pudo haber provocado un terremoto.

Intuitivamente, al escuchar aquel estruendoso ruido, toda la familia se reunió en la sala para saber lo que estaba sucediendo exactamente. Se sentían con la flor de piel, pero fue sustituido por el alivio rápidamente cuando Alejandra miró a su hija mayor.

—¡Estúpida, no debes de gritar así que asustas a tus abuelitos y a mí! —regañó Eva, sosteniendo su pecho con fuerza como si de su corazón se tratase—. Me diste un susto de muerte —argumentó con una voz melosa, regulando su respiración.

—Sí, Key. No puede ser posible, nuevamente grita de esa manera y, tu abuelita y yo nos quedamos ahí —murmuró meloso el hombre regordete para acariciar con una mano el cabello oscuro de su nieta que estaba al lado de su tía—. Hola, preciosa. 

Arturo se acercó a su hija para estrecharla con fuerza entre sus brazos. La morocha depositó un casto beso sobre la barba de unos tres días sin rasurar.

—¿Y dónde está Mishka? —preguntó el cuándo se separó de su hija, mirando detrás de ella, pues aún guardaba la vaga esperanza de que se encontraba detrás de ella.




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