Lunes, 28 de enero
Se enfocó en su computadora con la presentación del miércoles que tenía planeado para la asamblea de la escuela de Elena. Se sentía llena de orgullo, al sentir que iba a dar un gran paso para su editorial. Arrugó su nariz llena de concentración, al ver el diseño que le había pasado Emilia que rondaba cerca de los veintitrés años, y creaba presentaciones atractivas visualmente.
Escuchó como alguien tocaba con la puerta con los nudillos, vociferó para dar autorización a la persona. Vio por el rabillo del ojo que el rubio se sentaba en la silla que estaba al frente del escritorio.
—Buenos días, señorita Flores —carraspeó guturalmente para atraer la mirada de su jefa.
—Hola Wild, ¿qué es lo que necesitas? —preguntó, dejando el teclado de lado para concentrarse en él.
—Ya nos dieron hora para la asamblea, a las diez de la mañana —confirmó, curvando sus labios en una sonrisa—. En dos días.
Keylin se exaltó en su asiento, chillando con vehemencia.
—Estoy emocionada, más que eso, soy la alegría personificada. Hasta podría darle energía a todo el mundo con lo que feliz que me siento. —Aplaudió estruendosamente, concluyó con un golpe medio fuerte sobre el escritorio—. Mira, me encanto la presentación que hizo Emilia. —Giró un poco el monitor para que Weslay lo observará.
—Me gustan los vectores animados, y las pocas letras que hay. Es muy llamativo todo, para los estudiantes, sobre todo, cuando no se despegan de los celulares —recalcó el rubio, acariciándose la barbilla.
—¡Sí, ya sé! —expresó con gozo, regresando el monitor a su lugar.
—Te traje un dulce. —Se removió de su lugar, buscando en su bolsillo una paleta de fresa—. No sé qué clase de dulces te gusta, pero a mí me encantan estas paletas. —Colocó una paleta pequeña sobre el escritorio.
Keylin carcajeó y estiró la mano para tomar la paleta envuelta color rosa.
—Me gusta mucho las de fresas, pero mis favoritas son los que son picantes —añadió la morocha, quitando la envoltura rosa para meter la paleta dentro de su boca—. Pero, en gustos los sabores.
—Algún día tráeme un dulce de los que te gusta, capaz y haces que cambie de opinión —farfulló Weslay, levantándose de su lugar.
—Pues no sé, con lo amargo que te gusta el café, me sorprendió cuando me dices que esta es tu paleta favorita —dedujo ella, mirando hacia el techo entrecerrando los ojos.
Weslay soltó una sonrisa nerviosa, negando con la cabeza para dejar la oficina. El sonido de la puerta cerrarse removió a Keylin, quien se encontraba demasiada concentrada divagando sobre los recuerdos de su asistente.
Pestañeó un par de veces para regresar a su arduo trabajo como jefa mientras continuaba chupando la paleta.
Perdió la noción del tiempo hasta que sonó la alarma de su celular, avisando que era hora de marcharse. Frunció el ceño, tal vez debería de trabajar un poco más para terminar con todos los preparativos de la asamblea. Tal vez, debería de preparar un discurso motivacional o un vídeo ¿Debería de llegar con un vídeo emotivo sobre la contaminación que se vive día en el mundo? Quizás, les conmovería en el interior para que fuesen participes en la dinámica.
Que lío llevaba en la cabeza por esa situación; tenía una maravillosa presentación de Emilia. Weslay la iba a acompañar el día, y como era de costumbre; él iba a ser su mano derecha.
Lo que necesitaba era un poco de aire fresco. Sí, eso era lo que necesitaba para despejar la mente y poner en orden sus ideas.
Tomó su bolsa, luego de medio acomodar su escritorio. Mordió la paleta, haciendo trizas todo el caramelo para engullirlo.
Al salir de su oficina no se encontró con Weslay para despedirse y ofrecerle algo de la tienda si es que lo deseaba. Decidió no darle importancia, porque le urgía tomar el aire fresco por unos momentos, así que se dirigió al elevador y sonrió hacia su equipo antes de que la puerta se cerrase.
Se despidió del guardia para salir del edificio, pero quedó escéptica cuando sintió una delgada mano sostenerla del codo derecho, sintió toda la temperatura de su cuerpo abandonarla.
Por un momento pensó que era Cupido, porque la asustaba como si fuera un hobbbie. Pero, lo eliminó de inmediato al darse cuenta que no era el mismo tacto.
—Perdona si te asuste —dijo con calma una voz que parecía de terciopelo, que le recordó a alguien, pero no sabía a quién.
Finalmente la soltó para dar un paso a lado de Keylin para que pudiera verla, y se encontró con Esther, hermana de Weslay.
—No le digas a mi hermano que te espanté, porque me mata ese hombre —farfulló con diversión.
—No estaba asustada, nada más me tomaste por sorpresa —respondió, sonriendo sin mostrar los dientes— ¿Cómo estás? ¿Vienes a ver a Weslay?
La rubia cabellera larga y ondulada se agitaron a manera de confirmación. Sus ojos miel se clavaron en ella con diversión, esas señas le hacían recordar a Violet.
—Bien, bien, ¿y tú? No, vengo por él, mi mamá llegó el sábado con mi hermano menor. Los otros dos hombres que viven en Melbourne no pudieron venir, ni tampoco mi papá que tenía operaciones programadas —resumió, soltando un bufido—. Pero, en fin. Yo que ayudo a mi papá, pude escaparme.
Keylin asintió con la cabeza.
—No se preocupe, ya habrá tiempo para juntarse toda la familia. A veces pasa, con todo el mundo trabajando que los horarios no se ajustan.
—Ni que me lo digas —afirmó la rubia con cansancio.
—¡Esther! ¿Qué haces? —interrumpió con miedo Weslay, con la respiración agitada—. No te ha dicho nada, ¿verdad? —Se dirigió hacia Keylin.
—No, nada más que tu hermano menor y tu mamá han venido de visita —respondió con tranquilidad.
—Ah, sí. Esther y mi mamá son las únicas mujeres de mi vida —declaró Weslay, acercándose a su hermana para rodearla con el brazo los hombros.