Jueves, 31 de enero
Keylin malhumorada se sentó en el sofá de su apartamento, a lado de Cupido, observó como la perrita caminaba con más agilidad que antes hacia su dirección para acostarse a lado de sus pies, recargando su cabeza sobre ellos, pues sentía las malas vibras en el ambiente y deseaba aliviarlas. El gato negro acostado sobre el regazo del pelirroso no paraba de ronronear, gustoso de los mimos que estaba recibiendo.
—¿Por qué tienes ese rostro? —canturreó Cupido, arrugando el entrecejo, girando su rostro de lado para escudriñar cada detalle de su rostro.
—¿Cómo es que me preguntas eso? —cuestionó con indignación, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Pues sí, eso es lo que te estoy preguntando ¿Qué tienes? —insistió él con una sonrisa socarrona, porque él ya conocía la respuesta de antemano.
De hecho, estaba fúrica con él desde el día anterior, porque invitó a su asistente a una reunión familiar sin su autorización. No es que no le agradara Weslay, todo lo contrario, pero había algo dentro de ella que todavía no la convencía de todo llevarlo con su familia, que si lo conocen nada más un poco y la interacción entre ellos casi siempre había sido nula.
—Eres muy chistosito —comentó en tono sarcástico, rodando los ojos—. Ya sabes lo que tengo, idiota. —Golpeó su hombro con el puño cerrado sin aplicar mucha fuerza, aunque deseos no le faltaban para desahogarse.
—¿Qué tiene de malo? Weslay es tu amigo, y todavía no entiendo por qué no conoce a tu familia tan bien. Yo creo que es buen momento para eso —añadió él con inocencia, rascando detrás de la oreja de Eros.
—¿Y a ti quién te dijo que yo quería que fueras al festejo familiar? —alegó, arrugando la nariz.
—Por favor. —Soltó un suspiro muy profundo, dejando caer una de sus manos sobre una de sus rodillas—, que yo soy como parte de tu familia, tu sobrina dice que soy como su algodón de azúcar, y a tu papá también le agrado. No creo que les moleste mi gloriosa presencia en el lugar.
—Pero...
—Pero, no tienes otra opción, porque sabes a la perfección que, si yo quiero ir a un lugar contigo, voy a ir al final. Así que, es mejor que nos ahorremos todo el escándalo que me quieres plantear —interrumpió, curvando sus delgados labios hacia arriba, señalando una victoria.
—Pues ni que me agradaras mucho para aceptarte todos tus caprichos —refutó ella, arrojando su cabello hacia atrás, porque sentía que le estaba incomodando innecesariamente.
—Mi amor, tú me amas en el interior —impugnó, seguro de sus propias palabras—, y adoras que sea caprichoso, eso hace que tu vida tenga más adrenalina y sea mucho más divertida.
Keylin se quedó unos segundos con los labios sellados, pensando una respuesta. Aunque sabía que no tenía chiste alguno, porque la deidad siempre se iba a adelantar a la siguiente contestación.
—Tal vez te ame en el interior, pero muy, muy en el fondo —declaró, elevando un lado de la comisura de sus labios.
Sin dudas, él no había escuchado esa respuesta en la mente de ella, por lo que quedó completamente perplejo.
—Muy, muy en el fondo —recalcó, señalando con el dedo al ver que él no se inmutaba—. Muy, muy, muy, muy, pero muy en el fondo —alargó cada una de las palabras para que quedase más claro que el agua.
—¿Entonces ya no estás enojada conmigo por invitar a Weslay al cumpleaños de Key? —Sonrió sin mostrar sus dientes, entrecerrando sus dos ojos.
—Yo nunca dije eso, pero pues lo hecho ya está hecho ¿Qué se puede hacer? Igual puedo estar muy tranquila si me dices quién es el amor de mi vida. —Alzó sus cejas hacia arriba un par de veces con picardía, intentando seducir sus sentimientos al inclinarse un poco hacia él.
—¡Alto ahí! —Acercó su mano hacia su cara para obligarla a retroceder—. Buen intento, pero eso no va a funcionar.
Keylin maldijo por debajo, agachando la mirada.
—¿Qué le vas a regalar a mi sobrina? Si tanto la quieres y así, ¿qué planeas?
—Un algodón de azúcar rosa, como mi cabello. Muy buen regalo, la cuestión aquí es, qué le vas a regalar tú.
Keylin ladeó la cabeza, fijando su mirada en las imágenes que estaba reproduciendo el televisor del frente, emitió unos sonidos guturales desde su garganta, divagando dentro de sus pensamientos. Su sobrina era una niña que no carecía de nada, desde su perspectiva; poseía buena salud, tenía una familia que la amaba con todo el corazón, una escuela donde tenía amigos que la querían.
¿Qué se le puede regalar a una niña que tenía todo?
—No estoy segura —concluyó ella para sí misma, mordiéndose el labio inferior con fuerza.
—¿Cómo es qué la tía de la niña no va a saber qué es lo que le gusta? —interrogó Cupido con burla, girando su rostro para detallar cada lunar del perfil de la mortal.
—Pues tal vez ahorita me apetece ir a una juguetería o algo, para envolverlo. Eso no es problema.
—¿No le trajiste algo de México? ¿Por qué acabas de pensar ahorita en el obsequio?
—Pues tenía mi proyecto ecológico de la editorial que tenía ocupadísima mi mente. Ayer me desahogue un poco, pero todavía hay que hacer mucha difusión. —Se inclinó hasta posar sus codos sobre las rodillas—. Y luego deudas, y más deudas. Todo en la vida adulta son deudas, odio ser una adulta —mofó, cubriendo su rostro con las palmas de ambas manos llena de frustración—. Eso es lo que me pasa por ser tan desorganizada —refunfuñó, descendiendo una mano hasta llegar a la cabeza del perro que todavía estaba acostada sobre sus pies, pegando su pecho sobre los muslos.
—¿Y cómo lo vas a resolver?
—Pues tenemos que ir al centro comercial, ver algunas de las tiendas. Ya se me ocurrirá algo en el trayecto.
—Con esa devoción deberías de buscar a la persona que te corresponda antes de que se te acabe el tiempo, porque este no se detiene —murmuró lo suficientemente alto para que ella escuchase aquella frase.