El capricho de Cupido

019 I Cupido es mi roommate

Sábado, 02 de febrero

Por estar en frente de su computador, perdida entre los pendientes de contabilidad, se olvidó del tiempo. Cuando terminó, soltó un profundo suspiro con pesadez, siseando mientras dejaba una mano sobre otra en el escritorio para recargar su frente. Apretó los ojos para descansar unos segundos, porque sentía entumida toda la espalda, necesitaba unos minutos de tranquilidad antes de devolverse a su departamento.

Escuchó que golpeaban la puerta constantemente, pronunciando su nombre. Desde hace rato se supone que debía de estar vacío el edificio, eran alrededor de las nueve, así ¿por qué había una persona ahí?

No, ¿por qué Weslay todavía seguía en el edificio?

Keylin autorizó el acceso a su oficina y ve una figura alta, con su característico cabello revuelto, sus grandes lentes estaban colgando de su camisa, y parecía que traía un par de sándwiches de la tienda en la mano con unas botellas de agua.

—Nos traje sándwiches.

Weslay dio dos zancadas para sentarse en la silla que estaba en frente del escritorio de la morocha, dejando el botín de las manos sobre el escritorio.

—¿Qué se supone que haces?

Involuntariamente, Keylin curvó sus labios en una amplia sonrisa de oreja a oreja, extendiendo el brazo para tomar una botella de agua y abrirla para beber. Entretanto, Weslay sacó el producto del empaque para darle de comer a su jefa. Ella ni siquiera se había percatado que su estómago estaba exigiendo con desesperación por comida, aunque fuese un bocado.

—¿Cómo que qué hago? —inquirió él, mordiendo su comida—. No puedes no estar comiendo, debes de ser constante en tu alimentación, por favor. —Cubrió su boca con la palma de su mano cada vez que abría la boca.

—Sí, gracias, pero, ¿y tú? ¿Por qué no te has ido a tu casa? —cuestionó, ladeando la cabeza para tener una mejor visión del hombre.

—No sé qué le pasa a mi hermana, anoche llegó de allá, la tarde me vino a dejar. Ya le mandé a llamar un par de veces, pero la sinvergüenza no me responde, no sé dónde está. —Abrió sus ojos de par en par, tocándose la sien con desesperación.

—Así son los hermanos —respondió ella sin darle importancia al asunto.

—¿Eva te ha robado el coche a ti, Keylin?

¿Por qué estaba preguntando por Eva? ¿Qué le importa él de ella? No debía de estar pregunto eso, así que se esquivó con la comida, pero él seguía atento, esperando por la respuesta, por lo que no le quedó otra opción más que responder.

—No, nunca. Por otra parte, yo sí le robé la camioneta a mis padres, porque fui vendedora por catálogo, y había una mujer que cuando me compraba, me compraba como un lote, pero eso sí, era muy estricta en todos los aspectos; empaques, precios, y, sobre todo, la puntualidad. Un día me quedé dormida, y no iba a alcanzar a llegar a tiempo si me movía en autobús, así que me llevé el carro, pero no tenía licencia de conducir y de regreso me detuvo una patrulla.

Weslay abrió sus ojos de par en par, pues siempre la había visto como una mujer recta y prolija en todo lo que ella hacía, así que esas cuestiones de su vida, habían sido inimaginables desde su percepción. Sin duda, jamás se terminaba de conocer a una persona.

—¿Por qué pones esa cara? —preguntó con confusión, pues parecía que se había perdido por completo con la mirada puesta en un punto fijo e inexpresivo.

—¿Cómo? Si con esta cara nací, no es como si me la pudiera cambiar —bofó el rubio con un tono lleno de diversión, dando otro mordisco—. No me imagine que te fueran a detener por conducir, pero dime, ¿al menos conseguiste venderle a la mujer?

Keylin asintió con la cabeza un par de veces para que todo quedase en claro.

—Sí, valió la pena, aunque tuve que darle un poco de dinero a mis padres para que me ayudarán, me recogieran en la estación, porque como no llevaba licencia, no podía seguir manejando —explicó ella, tomando un sorbo de la botella de agua.

En el preciso momento en que él iba a responder algo, su celular empezó a vibrar, así que observó por la pantalla para verificar que su hermana ya estaba en el edificio.

—Mi hermana ya vino por mí, está abajo. Tú ya te vas a ir, ¿verdad? —inquirió con un tono de preocupación en su voz.

—Sí, nada más termino de arreglar algunas cosas y todo queda preparado. Ya te puedes ir, no creo que a tu hermana le agrade la idea de hacerla esperar. —Hizo un ademán para señalar la puerta de la entrada.

—Deja le aviso que se aguarde unos momentos, para bajar juntos —declaró, llevando sus manos a su celular para escribir en la pantalla de su celular.

—No, no te preocupes, puedo ir yo.

Weslay negó con la cabeza para comunicarle que no iba a obedecer su petición, su celular volvió a vibrar unos segundos después, así que se levantó con la envoltura de lo que acaban de comer y desapareció de la oficina. Keylin que estaba guardando todos los archivos de la computadora para posteriormente apagarlo. Estaba extrañada, porque su asistente desapareció sin decir ni una palabra, lo cual le pareció una falta de respeto muy grande, pero lo iba a dejar pasar.

Cuando tomó su gran bolso enorme, se sobresaltó cuando apareció nuevamente Weslay, acompañado de su hermana Esther, quien chilló llena de emoción, dando pequeños brincos como un conejo hasta acercarse a la jefa de su hermano para estrecharla con fuerza entre los brazos, como si fuesen las más íntimas amigas.

—Estoy feliz de verte, te quiero invitar a pasar la noche divertida, bailando, disfrutando de la vida —exclamó con devoción, sacudiendo unas bolsas que tenía en las manos para que la morocha las notase.

—Gracias por la invitación, Esther. Lo que sucede es que yo estoy cansada, desarreglada y sin ánimos, que lo único que deseo es llegar a mi casa a dormir. —Movió sus hombros de un lado al otro para demostrar lo tensada y hastiada que se encontraba—. Será otro día, que si este preparada para la ocasión. —Señaló con ambas manos su ropa formal que estaba usando.




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