El capricho de Cupido

021 I Cupido debería de unir parejas

Lunes, 04 de febrero

Keylin revisaba unos papeles del contrato renovado para futuras publicaciones de los autores, contratando el servicio de un abogado que conoció en su etapa universitaria. No era que fuesen amigos tan cercanos, pero eran conocidos profesionalmente y estaba satisfecha con sus trabajos anteriores.

Alguien golpeó la puerta con sus nudillos antes de abrirla, una cabellera rubia se asomó unos segundos, sintiéndose acalorada cuando sus ojos se posaron sobre los gruesos labios de él que siempre parecían tener una sonrisa por más mínima que fuese. Así que agachó la mirada sobre los papeles que tenía encima, desde la mañana Weslay también se estaba comportando extraño, no le había preguntado sobre si gustaba un café, aunque para evitarlo, ella ya llevaba uno en la mano.

Tonterías que estaba pensando, ¿Weslay se preguntaría la razón por la que llevaba su café en lugar de esperar a que le preparase el suyo como en los últimos tres años?

Seguro estaría pensando que algo no estaba yendo como debería de estar pensando. Todo sería mucho más sencillo si ella pudiese leer los pensamientos de las personas, justo como lo hacía habitualmente una inapropiada deidad.

—Aquí está el abogado Stone —anunció su asistente con una sonrisa que padeciese que no estaba dirigida a ella.

La morocha rápidamente se levantó de su asiento, su pequeño tacón empezó a resonar por todo el lugar hasta llegar a la entrada para terminar de abrir la puerta. Del otro lado se encontraba su abogado con un corto cabello oscuro y un peinado hacia atrás, que podía apreciar su amplia frente.

El pelinegro sonrió de oreja a oreja para entrar a la oficina, agradeciendo al asistente por traerlo hasta su jefa. Keylin agitó su mano como despedida para cerrar la puerta justo en la cara del rubio. Se giró sobre sus propios talones para posar sus pequeños ojos sobre el hombre que se le notaba una pequeña barriga abultada, porque su cinturón parecía que le apretaba un poco.

—¿Cómo estás, Tyler? —preguntó ella, curvando sus labios en una sonrisa, señalando el asiento como una invitación para que descansase ahí.

Ella detalló cada uno de sus movimientos, parecía una inercia cuando sus ojos descendieron por su brazo hasta llegar a su meñique, donde de él salía un hilo rojo, y una pregunta apareció en su cabeza.

—¿Cómo está su esposa? —inquirió ella con curiosidad, ordenando los papeles que tenía encima.

—Anna está muy bien, desde que me casé no he parado de subir libras —mofó, golpeando su barriga para negar con la cabeza—. Veo que has estado prestando atención al contrato para los nuevos autores que vas a publicar, ¿leíste las cláusulas?

Keylin asintió con la cabeza, buscando los papeles que tenían unas cuantas dudas. No sabía mucho sobre la ley, ella podía catalogarse como una inculta sobre ese tema, hasta ha deseado hacer cursos con las leyes, pero sencillamente le da mucha pereza. Todo el mundo poseía debilidades, y la de ella, eran las leyes.

—Solo que en estos puntos no entiendo muy bien la información. —Tomó uno de los papeles que tenía rayados, esperando tomar la primera hoja de quince.

Arrugó su nariz cuando no lo obtuvo a la primera buscada, por lo que continuó rascando los papeles hasta que dio con la página correcta para dárselo al abogado que tenía en frente. El hombre de ojos saltones acomodó sus grandes gafas para leer las anotaciones de la mujer, señalando con un marcador amarillo donde estaba situado exactamente.

Tyler admiraba el compromiso que algunos de sus clientes tenían con la elaboración de esos documentos, algunos nada más era por ser parte de un proceso que necesitaba ser cubierto. Así que cada reunión que tenía con una vieja compañera era muy interesante.

Se encargó de leer para resolver las dudas de la jefa en editorial, generando un pequeño debate que él ganaba por la falta del conocimiento de Keylin, aunque gracias a eso, encontró dos errores de su parte.

—Siempre es un gusto venir a trabajar contigo, Keylin —rió, enderezando su espalda curva.

—Sí, porque siempre me dejas como una idiota ¿Gustas agua? —Arrastró sus pies hacia atrás para abrir uno de sus cajones en busca de sus vasos de silicona, extendiendo el brazo para llenarlo de agua con su pequeño dispensador de agua.

—Gracias —mencionó él para llevarse el vaso pagable hacia la boca—. Este vaso es muy interesante, la idea es muy original.

—Y amigable con el medio ambiente —prosiguió la morocha con orgullo, inflando su pecho de aire—. Si quieres, puedes conservarla, no me molestaría en lo absoluto. —Se encogió de hombros para restarle importancia.

—¿En serio? —Abrió sus ojos tanto que la mujer sintió que iban a salir disparados como un cohete.

—Sí, sí evitas comprar botellas de agua, y es fácil de llevar. Todos aquí tenemos uno.

—¿Pues están muy baratos? —preguntó con asombro, apostaría que estarían más caros para estar regalando al menos veinticinco.

—Pues sí, si sabes dónde comprar. Además, los adquirí en una tienda en línea de China por mayoreo, entonces no estuvo tan caro como crees —explicó con voz cantarina.

—Muy buen regalo de su parte, señorita. —Alzó el vaso al aire en forma de brindis.

Keylin carcajeó, alzando su propio vaso para chocarlos y beber hasta el fondo. Ella se limpió la comisura de sus labios con el dorso de su mano para acomodar el contrato que Tyler guardó en su maletín oscuro con imitación de cuero. Lo acariciaba como si fuese el objeto más valioso y caro del planeta. Cerró los ojos con fuerza al escuchar el sonido de abrirlo, guardó todos los papeles junto con el vaso ya doblado.

—Muchas gracias por venir, Tyler.

La morocha se levantó de su asiento para acompañar a el hombre hasta la salida. Caminaron a la par, ella se sintió inquieta por unos segundos, como si alguien la estuviesen observando. Así que mueve un poco la cabeza para mirar hacia atrás, de este modo podía comprobar que su asistente arrugaba el entrecejo, empero, se escurrió entre la computadora.




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