El capricho de Cupido

027 I Adiós Cupido

Domingo, 10 de febrero

El cuerpo de Keylin estaba lleno de energía que ya no le quedaban ganas de seguir acostada sobre la cama, por lo que estiró su cuerpo entumecido mientras parpadeaba para adaptarse a la luz que se filtraba por la ventana, ni siquiera se escuchaba el tráfico de la ciudad, un hecho que le parecía muy extraño, porque a esa hora Cupido siempre intentaba levantarla a la fuerza brincando sobre la cama e intentaba contentarla con alguna fruta.

¿Dónde estaba Cupido?

Fregó sus ojos, llevando sus piernas a un costado para levantarse del lugar, torpemente con ayuda de sus pies tanteo el piso para encontrar sus sandalias. Por lo que se impulsó hacia delante para arrastrar sus pies en dirección hacia al baño que sentía que en cualquier momento su vejiga iba a explotar, pero ¿a quién se le ocurre beber medio litro de agua? A ella, obvio.

Empujó la puerta con el pie para alzar su enorme playera y bajar sus bragas, finalmente se sentó en el inodoro donde dejó de contener la respiración. Una vez lista, se lavó las manos para continuar con su rostro. Extendió su mano para tomar una toalla y secar la parte superior de la frente a toquecitos.

Al retirar la toalla de su rostro, brincó hacia atrás por la sorpresa de Cupido en frente de ella, con sus manos unidas en la parte trasera. En defensa propia, ella arrojó la toalla hacia el rostro de la deidad.

—¡Que no hagas eso, carajo! —Llevó sus manos al corazón para sentir como su palpito iba en aumento—. Un día de estos, me voy a quedar tirada, no soy tan joven para seguir soportando estos sustos —bromeó, inflando sus mofletes.

Cupido dio un paso hacia delante para pellizcar con ternura las mejillas de la mortal, obligándola a mover la cabeza de un lado.

—Tienes un corazón tan fuerte que estoy seguro de que podrías vivir hasta más años que yo —afirmó él, acariciando la alborotada melena de la mujer que tenía un montón de volumen—. Te quiero pedir algo.

El rostro radiante y sonriente de la deidad cambio radicalmente para escudriñar a la mujer de arriba-abajo.

—Tú si eres muy bueno para pedir, y que yo cumpla con tus caprichos, pero yo no puedo pedirte que me digas de una vez quién es el amor de mi vida, porque hasta contrato me pones, casi con papeles para que yo firme —bufó con ironía, llevando las manos sobre su cadera formando un triángulo en cada lado.

El pelirrosa abrió sus ojos de par en par con sorpresa, por aquella rabieta de la mujer. Nunca se había esperado que le reprochase el haber hecho un trato para encontrar el amor verdadero de la morocha.

—Me porto como todo un dios contigo, y te portas grosera. Pero, ¡vaya que eres el colmo! —refutó, abriendo con exageración su boca—. Anda, quiero volver a vivir en el mundo humano y me hace falta algo.

Aquella frase le despertó la curiosidad de la morocha, así que relajó su postura y arqueó una de sus cejas.

—¿A qué te refieres con que quieres volver a vivir en este mundo? ¿Has vivido aquí antes? ¿Qué es lo que te falta?

Cupido carcajeó ante la velocidad de las palabras de Keylin corrían, sacudió un poco la cabeza para inflar sus pulmones de aire y responder un poco.

—Te puedo contestar todo lo que tú quieres, a excepción de preguntarme quién es el hombre para ti. —Indicó con el dedo como advertencia—. Si me enseñas a conducir.

La morocha tragó saliva, ¿a conducir? Sentía que el aire a su alrededor le empezaba a faltar que su respiración se tornó irregular, tuvo que sostenerse del lavamanos para recobrar la compostura.

—¿Conducir? —tartamudeó con lentitud, pretendiendo que estaba limpiándose un oído con el dedo para verificar que no escuchó mal.

Cupido asintió con la cabeza inocentemente, hizo un extraño mohín con los labios a manera de súplica.

—Sí, creo que ya es hora, usar mis alas me gusta, pero quiero enojarme con los conductores, porque no ponen las direcciones u otra razón, que hasta mueves tu bracito y haces señas obscenas —narró, recordando varias escenas donde Keylin parecía poseída por un demonio.

—Pues para maldecir y hacer señas obscenas no es necesario conducir, por ejemplo; Cupido imbécil, ya me tienes hastiada con que no me quieras aportar nada para mi amor verdadero. —Fingió apretar los puños mientras que alzaba una de sus manos para terminar extendiendo el brazo del medio.

—¡Oye!

—Nada más quería hacerte la demostración. —Se encogió de hombros para restarle importancia al asunto.

—Sí, ya vi, pero la adrenalina es completamente diferente. Por lo que yo quiero es que me enseñes a manejar.

—¿Y si me chocas o nos volteas o nos vuelcas o atropellas a alguien...? —preguntó inquieta, caminando dos pasos de lado a lado repetidas veces, imaginando diferentes panoramas donde todos terminaban en un final trágico y ella con alas.

—No, no va a suceder nada de eso, tienes que confiar en mí. —La detuvo, sujetándola de las manos—. Yo jamás te podría en peligro, prefiero que me corten las alas —admitió, acunando el rostro redondo de la mujer— ¿Confías en mí?

Ella posó sus ojos marrones en los de él violeta, sintió como poco a poco la estaba derribando su postura.

—Bien, pero deja me como una fruta —aceptó, encorvando su espalda.

Cupido se inclinó un poco para rodear su cintura con ambos brazos, él recargó la cabeza un poco más arriba de su pecho para atraerla hacia él, levantándola del suelo, sintiéndose victorioso por las pequeñas batallas que siempre le ganaba.

La dejó nuevamente en el piso para mover sus brazos de una extraña manera, dando la media vuelta para finalmente salir del baño.

La morocha regresó a su habitación para ponerse un pantalones deportivos holgados junto con unos tenis, se ató el cabello en un extraño moño, por el insuficiente largo que no le permitía sujetar todo el cabello.

Caminó hacia la cocina para tomar una manzana del frutero, y la botella de agua del refrigerador. Le dio un mordisco a la fruta, por otra parte, Cupido tomó ladeó la cabeza sin despegar sus ojos de ella.




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