No quiero levantarme. El cobertor se siente tibio y cómodo, mi almohada es tan suave y mi colchón parecer haber sido hecho especialmente para mí. Esto es placer, esto es...
—¡Dani, mamá ya quiere que te levantes! —un ogro gigante se sube encima de mí y me empieza a zarandear, logrando despertarme por completo y haciendo que salga de mi confortable posición.
—¡Isa, voy a matarte! —la regaño enfurecido, pero ella es una chica veloz y ya se marchó a su habitación antes de que pudiera despotricar en su contra.
Vuelvo a recostarme en la cama, pero la sensación que tuve hace segundos ya pasó a ser un dulce recuerdo.
Como odio a mi hermana, le encanta molestarme y siempre tengo que soportarla. Con Javier nunca es así, se porta de lo más linda y tierna, pero conmigo saca esos cuernitos bien pulidos que esconde debajo de su cabellera castaña.
Salgo de mi habitación aún con mi pijama de Batman porque no he crecido mucho y mi ropa no cambia de talla con frecuencia, por eso aún conservo algunas prendas que usé años atrás. Me miro al espejo y mis ojos color avellana me devuelven la mirada. Me estiro las mejillas pensando en que si fuera un poco más lindo de lo que ya soy, tal vez la tuviera más fácil con Rowen, pero lastimosamente se tendrá que conformar con mi casi belleza actual.
Estuve toda la noche pensando en mi próximo movimiento y la respuesta ya la tenía desde ayer, ¡qué tonto fui! Cuando visité a Rowen en aquel lugar asqueroso, él estaba acostado y dormitando en vez de almorzar. Mi primer pensamiento fue que a lo mejor no tenía dinero, aunque lo dudo ya que solo debió robarlo por ahí como siempre lo hace, por lo tanto, descarté aquella idea. La única respuesta que me sobra es que no le gusta la comida del instituto.
Mi próximo plan es realmente sencillo. Lo que haré será decirle a mamá que prepare comida para mí y se lo daré a él. ¡Después de esto va a amarme!
—Mamá, ¿me podrías preparar el almuerzo para hoy?
—¿Y me lo dices ahora? Dani, corazón, falta media hora para que salgas, te tendrás que conformar con el que sirven en el comedor.
—Pero mamá, esa comida es asquerosa, la tuya es mejor y me gustaría probarla hoy —junto las manos y le ruego poniendo mi mejor cara de gatito sin hogar.
—Dani, me pones entre la espada y la pared —mi madre niega con la cabeza y después suspira. Sé que no se resistirá a consentirme—. Está bien, pero la próxima me avisas más temprano, ¡ahora tendré que improvisar algo!
Justo como pensé. Salto de alegría y le doy un beso en la mejilla para después terminar de desayunar, estoy solo en la mesa porque siempre acostumbro ir en bicicleta, me encanta pasear en ella y no la cambiaría por nada del mundo, por eso necesito salir más temprano que el resto.
Media hora después, ya cuando Isabella baja a desayunar, mi madre me pasa el almuerzo bien tapado y envuelto en una tela color azul.
—Esto es lo que me salió, la próxima me avisas más temprano.
—Sí mamá, eres la mejor, ¡ya me voy!
—Ten cuidado —grita mi madre, pero ya estaba sacando la bicicleta a la acera.
Coloco la comida de mamá en la mochila, los auriculares con Katy Perry cantando de fondo, y me pongo a pedalear y disfrutar del viaje.
Unas cuadras más tarde las cadenas de mi bicicleta salen de lugar. Suele pasar a veces, pero mi padre siempre las arregla por mí y rogué que nunca me pasara en mis viajes al instituto, pero como mi mala suerte, que hasta le quiero poner Lucrecia porque para mí, ya es un ente físico que me acompañará el resto de mis días; es tan mala, tuvo que pasarme justo este día.
Llevo a pie el biciclo hasta una de las veredas y me agacho para ver cuál es el problema. A primera vista, solo parece que con poner las cadenas ya estará como siempre, pero me equivoco, solo pedaleo una vez y vuelven a salir. Frustrado, la recuesto contra una pared de cemento de alguna frutería y me pongo a buscar un mecánico. Volteo por una cuadra y tal como la anterior, está completamente vacía. Me llevo las manos al pelo para poder desatar un poco la frustración que llevo encima y luego voy de nuevo por donde vine, pero me quedo paralizado en la esquina al mirar el lugar donde dejé la bicicleta y que ahora está vacía.
—¡Me han robado! —grito en medio del pánico. Ni siquiera podía decirle a alguien porque no hay ni una sola alma en las calles— ¡Lucrecia, te odio! —maldigo mi mala suerte.
—Jovencito, ¿le pasa algo? —me habla una anciana que del desespero no la vi venir.
—¡Abuela, me han robado la bicicleta! —le digo con un chillido.
—¿Qué te has tomado tres cervezas? —le preguntó—, ¡eso está muy mal! ¡A tu edad deberías de estudiar! No te pareces a mi querido nieto que se sacrifica todos los días...
—Abuela, por favor dime que has visto algo —le ruego—, así podré saber quién fue.
—¿Quién fue qué cosa?
—¡El que se ha robado mi bicicleta!