«Vas a regresar arrepentida, vas a lamentar, no habernos escuchado», recordé a mi madre, no había podido dormir, sabiendo que estaban molestos.
Ella nunca conoció a Dietrich. No podía saber que él no era como ella pensaba. Los había desobedecido, pero tenía que hacerlo. Era su cumpleaños y mi regalo era confesarle que seríamos padres. Decidí que era mejor hacerlo cara a cara, gasté mis ahorros y hasta pedí prestado.
A pesar de los antojos, la culpa y el cansancio, el vuelo había sido emocionante.
—A papá le encantará vernos. Ya falta poco —murmuré, acariciando mi vientre—. Mis padres entenderán. Cuando estemos juntos, como una familia, verán que estaba en lo correcto.
Miré por la ventana, maravillada. Era la primera vez que salía del país. Aunque había viajado antes y visitado lugares turísticos en Colombia, lo que veía en ese instante, superaba cualquier cosa que hubiera imaginado.
Mi alemán no era bueno, pero me las arreglaba. Descendí del avión y busqué la dirección del hotel. Pregunté a algunos para asegurarme de que estaba en el camino correcto. Caminé hacia la salida, revisando mi celular para avisarle a Alejandra que había llegado. Tomé un taxi, intenté comunicarme en inglés, pero el conductor no entendió y decidí no insistir.
Cancelé el servicio y me sentí como en un sueño. Suspiré y acaricié mi vientre.
«Aquí estamos, hijo. Pronto papá sabrá de ti». Entré al hotel, donde la recepcionista, que hablaba inglés, me entregó la llave y un hombre me guio hasta la habitación con mi equipaje.
La vista desde la ventana era increíble. Aunque no era un hotel de lujo según la página, me sentía en uno.
Recorrí el lugar y pedí algo de comida. El embarazo me hacía tener hambre con más frecuencia. Usé mis ahorros para todo: la visa, los pasajes, el hospedaje, pero sabía que valdría la pena.
Decidí no llamar a Alejandra, debía estar ocupada. Le envié un mensaje a Dietrich, quien respondió al instante.
Leer que me extrañaba me llenó de emoción. Coloqué mi mano en mi vientre y hablé con mi bebé.
Ser madre a los 19 no era lo que había planeado, pero estaba sucediendo. No solo estaba embarazada de un atractivo austriaco, sino que estaba segura de que mi madre se equivocaba. Dietrich me trataba como a una reina, era romántico y comprensivo, a pesar de los 11 años que nos llevábamos, de su seriedad y poca expresividad, de los tatuajes que a mis padres no les gustarían. Estaba convencida de que podríamos formar una familia.
—Hermosa, no puedo llamarte, estoy en una reunión —respondió.
—Te amo, amor. Te extraño —escribí, sabiendo que estaba ocupado, era la razón por la que no podía viajar a Bogotá con frecuencia.
—Quisiera estar contigo en este cumpleaños, pero prometo compensártelo.
—Lo sé, amor. Te amo. Te dejo trabajar.
Sonreí para mí, él no solo era mi jefe y mi novio, era el padre de mi bebé. Me senté a disfrutar la comida y revisé la información de la sede de la empresa ahí en Viena. Tomé nota de la dirección de su residencia, pero decidí que lo más seguro era ir a la empresa.
Esa tarde, el cansancio y los malestares me hicieron no salir del hotel. Hablé con Alejandra, quien me informó que mis padres estaban tan molestos que le pidieron sacar mis cosas de la casa. Sabía que cambiarían de opinión cuando nos vieran juntos.
Dormí hasta el día siguiente. Revisé al levantarme mi móvil, no tenía mensajes de Dietrich, solo de mi amiga. Quise llamar a mi madre, pero decidí no hacerlo. Me duché, ordené más comida y me vestí con un abrigo y un vestido adecuado.
La emoción me invadió mientras esperaba el servicio. El conductor hablaba inglés, lo que facilitó una charla.
Llegué frente a la empresa: ProSkill Training Solutions. La fachada, elegante y profesional, no me impresionó, ya lo esperaba de mi amor.
Entré, después de que un hombre con un perfecto español me dejara pasar.
—Buenos días, señorita —saludé en alemán, con algo de torpeza—. ¿Podría decirle al señor Dietrich Blackfrost que Mariam Duarte lo está buscando?
La secretaria respondió algo en alemán que no entendí bien.
—Está en su boda —logré captar en un inglés poco claro.
—No, debe haber un error. Por favor, dígame dónde puedo encontrarlo.
La mujer comenzó a hablar en alemán. Sentí que me desmoronaba al ver que no nos entendíamos. Ella levantó la mano y un hombre se acercó.
Finalmente, entendí que se estaba casando. Logré obtener la dirección del lugar y me dirigí al evento.
Al entrar, me sentí abrumada por la cantidad de gente. Quise sentarme, pero me mareé cuando vi a Dietrich, sosteniendo las manos de una mujer hermosa vestida de blanco. La sonrisa en sus rostros era deslumbrante, luego se abrazaron y el amor entre ellos fue evidente.
No pude contener las lágrimas. Intenté mantenerme erguida, pero el mareo me venció. Salí, con las manos en mi vientre. Caminaba por la calle abatida. Mi mente estaba en caos. Me sentía traicionada y desorientada. La realidad se imponía dolorosamente.
Me recosté contra una pared, tratando de evitar el vómito. Elevé mi mirada, sintiendo el peso de mi error y el dolor de la cruda verdad. Había sido un juego, no era más que su simple amante.
¿Cómo iba a enfrentar a mis padres? ¿Cómo explicaría que habían tenido razón? ¿Cómo podría decirles que estaba embarazada y sola?
𝐸𝑠𝑡𝑎 ℎ𝑖𝑠𝑡𝑜𝑟𝑖𝑎 𝑒𝑠𝑡á 𝑑𝑒𝑑𝑖𝑐𝑎𝑑𝑎 𝑎 𝑐𝑎𝑑𝑎 𝑢𝑛𝑜 𝑑𝑒 𝑢𝑠𝑡𝑒𝑑𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑑𝑒𝑑𝑖𝑐𝑎𝑛 𝑠𝑢 𝑡𝑖𝑒𝑚𝑝𝑜 𝑎 𝑠𝑒𝑔𝑢𝑖𝑟 𝑚𝑖𝑠 𝑜𝑐𝑢𝑟𝑟𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎𝑠, 𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑒𝑠𝑝𝑒𝑐𝑖𝑎𝑙𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑎 𝑎𝑞𝑢𝑒𝑙𝑙𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑎𝑚𝑎𝑛 𝑒𝑙 𝑑𝑟𝑎𝑚𝑎...