Young Mi se removió entre sábanas cuando un delicioso olor invadió sus fosas nasales. Abrió los ojos, sintiendo su estómago rugir con fuerza, no recordaba la última vez que se había despertado con tanto apetito.
Se incorporó en la suave cama, estirándose con gusto. Tampoco recordaba la última vez que había hecho eso. Siempre se levantaba de golpe para luego correr por toda la casa preparando el desayuno y despertando a sus compañeras utilizando todo tipo de métodos poco delicados.
Se levantó de manera perezosa, saliendo de la habitación sin cambiarse. De todas formas, su pijama consistía en unos viejos pantalones de deporte con una camiseta vieja y con algunos agujeros que perteneció a su padre. Nada parecido ni de forma remota a los camisones caros de Haneul o a los shorts cortos y camisetas de tirantes de Sun Hee. Pero al menos, ella podía andar sin sujetador sin problema alguno. ¡Ventajas de tener las tetas pequeñas!
Bajo las escaleras de la enorme casa con lentitud, deseando no haberlo hecho al instante en el que se cruzó con el príncipe a medio camino. Abrió la boca, la cerró, la volvió a abrir de nuevo y así sucesivamente, intentando articular palabra. Mientras que Ryuhito enarcaba una ceja con una expresión sardónica plantada en su atractivo rostro sin afeitar.
Le perturbaba que no se moviera ni un centímetro. Parecía que estaba decidido a que ella recibiera el pleno impacto de su marcado pecho desnudo y de esos pantalones de pijama cayéndole de manera casi perfecta por las estrechas caderas. Insistía, estar tan bueno debería ser ilegal.
— Young Mi ¿sigues ahí? — Ryuhito hizo movió la mano de un lado al otro, sonriendo ladino. El muy imbécil sabía lo que estaba haciendo—. Iba a buscarte, he terminado de preparar el desayuno, me alegra verte tan… despierta.
Tenía que reaccionar o iba a burlarse de ella todo el día. El primer paso que dio fue mirarlo a la cara. Tenía ganas de acariciarle la barba, pero al menos ya estaba acostumbrada a esa imagen y no la cegaba tanto.
— Me alegro de verdad, tengo mucha hambre —respondió con una fingida inocencia, balanceándose sobre sus pies —. ¿Bajamos?
Ryuhito asintió sin dejar de sonreír, tomándola de la mano para terminar de bajar las interminables escaleras de madera. ¿Por qué tenía que tomarla de la mano para todo? O más importante ¿Por qué ella se dejaba?
— Bonita pijama — murmuró de repente y se maldijo a si misma por sentirse tan avergonzada. ¿Dónde estaba su orgullo anterior? No le gustaba ser tan superficial, había cosas más importantes que la ropa que usaba para dormir.
— No te burles — espetó enfurruñada y él se rio.
— No lo hago — contestó soltando su mano en cuanto se acercaron al comedor —. Es bonito que te guste conservar las cosas, en la casa imperial se desperdicia demasiado. Cuando era niño, tenía un pijama de dinosaurios que adoraba con toda mi alma. Un día estaba correteando por los jardines con ella y se me quedo enganchado el pantalón en una rama, abriéndole un pequeño orificio, en su momento no le tome importancia, así que me cambie y me fui al colegio con normalidad. Cuando regrese ya no estaba en mi armario. Te imaginaras mi reacción.
— ¿Qué paso?— inquirió curiosa, sentándose en la mesa en cuanto Ryuhito le ofreció la silla. Él sonrió.
— Llore como por dos horas. Chiasa me dijo que era un exagerado y eso solo me hizo llorar más. Las sirvientas no sabían que hacer y mi abuela tampoco, hasta que al final decidieron comprarme otra pijama idéntica.
— ¿Funcionó?
Ryuhito negó.
— Como con casi todas las cosas de los niños, por más que sea igual, jamás iba a ser mi pijama. Así que termine tomando fijación por una de osos que tiraron solo cuando ya no me quedaba. Tenía siete años.
Mientras Ryuhito iba a la cocina por el desayuno, intento recordar como era su vida cuando tenía siete años. La poca ropa que tenía era donada por vecinos y su único juguete era una muñeca de trapo que había cosido su madre a mano. Hizo una mueca, no tuvo sirvientas que corrieran a tratar de complacerla cuando lloraba ni nada parecido.
Salió de sus pensamientos lúgubres cuando una bandeja con un cuenco de arroz, un plato con pescado asado y un cuenco de sopa aparecieron frente a ella, al lado de todos los platos, había unos palillos con una taza de té puestos de manera casi ceremonial. Vale, aquello era muy japonés e innecesario, con unas galletas se conformaba.
— Lamento preparar todo esto — murmuró el muchacho mirando los platos, como si estuviera arrepentido —. Pero no sé qué te gusta comer y quería hacer algo bonito. No se me ocurrió otra cosa, mi abuela me enseñó a cocinar. Es una mujer muy tradicional.
No pudo evitar sonreír con ternura.
—Está muy bien — dijo, queriendo tranquilizarlo — Aunque jamás he desayunado de esta forma, es muy tierno que te esforzaras tanto por mí.
Los ojos de Ryuhito brillaron y sonrió con evidente satisfacción. Tomando asiento cerca de ella, vio con curiosidad como agarraba los palillos entre las palmas de sus manos, hacia una inclinación murmurando algo inentendible y empezaba a comer con ganas. Se preguntaba que significaba eso y si tendría que hacerlo también, pero como Ryuhito no dijo nada, decidió empezar a comer con normalidad.