El capricho del principe (libro 1)

Capitulo 47

Young Mi estaba segura de que extrañaría la sensación de tranquilidad que tuvo cuando abrió los ojos aquella mañana. Más, cuando sintió los brazos del príncipe apretarla con delicadeza, cubriéndola con su irresistible calor.

La noche anterior, no supo que la había impulsado a pedirle que durmiera con ella. Menos, considerando que él se había detenido cuando ambos estaban tan calientes que se podía freír un huevo encima de ellos sin problema. Quizás, lo había hecho con la mera esperanza de que continuara lo que empezó en ese momento.

Que va. A pesar de que acepto, desde que se metió en ese colchón con ella la había tratado como si fuera un objeto valioso que mereciera toda la admiración del mundo. La cubrió con las mantas, le beso la frente y le tarareó una suave melodía desconocida hasta que cayo rendida en las garras del sueño. Cualquiera diría que aquello era asquerosamente cursi… y lo era, pero ella estaba por completo encantada. Tanto, que la voz que tenía en su cabeza repitiéndole con constancia que todo eso estaba mal ahora era un murmullo lejano que estaba ignorando con facilidad asombrosa.

Los sentimientos de Ryuhito no eran muy distintos. Se sentía tan eufórico y feliz, que si le pedían que se levantara a correr una maratón lo haría feliz, todo causado por la mujer que en ese momento dormía entre sus brazos.

Sin embargo, aún tenía una sensación extraña plantada en el pecho. Como si en realidad, aquella felicidad que sentía pendiera de un pequeño hilo que estaba a punto de romperse sin que él pudiera hacer nada para evitarlo. Algo tonto, o al menos, quería pensar que lo era… él todavía tenía tiempo y lo de ellos apenas empezaba ¿Por qué algo debía salir mal?

«Nada podía salir mal» pensó en ese momento.

Lo que Ryuhito no pensó que mientras los humanos más intentan decirse a sí mismos que todo anda bien es cuando las cosas se ponen peor y considerando su mala suerte habitual. ¿Cómo no iba a acabar todo en el más absoluto desastre?

Todo empezó luego de la última visita de los padres de Young Mi. Se encontraban dando un paseo por el muelle, tomados de la mano y sin decir ninguna palabra. Las personas apenas y reparaban en la presencia de ambos, como si ellos no existieran. A pesar de eso, se sentía intranquilo, observado, pero no por los hombres de seguridad que lo seguían a todos lados…era algo más.

Algo peligroso.

— Principito ¿estás bien? Te noto un poco pálido— miro a Young Mi, sintiendo una extraña e efímera familiaridad al escuchar el apodo que solía usar para dirigirse a él desde que se conocieron. Pero ni siquiera eso funciono para tranquilizarlo.

— No ocurre nada, creo que no me ha sentado bien el desayuno.

Le dedico una sonrisa torcida, rogándoles a todos los dioses existentes en el mundo que la mujer no le viera el alma como solía hacerlo –por alguna extraña razón- y no descubriera que mentía solo para no preocuparla sin verdadera necesidad.

Ella se detuvo de repente, entrecerrando los ojos, evaluando su expresión a detalle. Se esforzó al máximo por no desviar la mirada. Al parecer, por una vez, sus esfuerzos rindieron frutos, ya que Young Mi nada más se puso de puntillas, le beso la mejilla y reanudó el paseo como si nada.

Tuvo que contenerse de emitir un suspiro de alivio.

Siguió sus pasos cuando ella se acercó al agua, sacándose los zapatos y sentándose en uno de los bordes del muelle para meter los pies dentro. La imito, haciendo lo propio para sentarse a su lado en silencio, a observar… la nada.

— Cuando era pequeña, solía hacer esto con mi padre — comenzó a explicar, viendo fijamente el agua —. Veníamos al muelle a dar un paseo y nos sentábamos en silencio a remojar nuestros pies. Era un buen remedio para controlar mis arranques de ira.

— ¿Arranques de Ira? — inquirió un poco sorprendido y ella rodó los ojos.

— Oh por favor, no me digas que no te has dado cuenta — Young Mi frunció el ceño y movió los pies, removiendo el agua con suavidad —. No es tiempo para que hagas tu papel de tonto.

Decidió permanecer en silencio ya que parecía que quería contar algo, pero le costaba mucho hacerlo. Suponía que aquello era normal, admitir que tenías problemas, muchas veces, era más difícil que el problema en sí.

Él vivía eso en carne propia.

— En mi infancia solía tener muchas frustraciones impropias de los niños — continuó, luego de unos minutos de interminable silencio —. Solía ver como los demás no tenían problemas para comer, estaban bien vestidos y compraban los mejores juguetes mientras que yo me preocupaba por ayudar a mi madre a recoger botellas de la basura. Creía que el mundo era injusto o mejor dicho, una total mierda.

Young Mi apoyo las manos en la madera y apretó con fuerza.

— Empecé a desquitarme de mala forma, teniendo reacciones violentas en exceso e incluso llegué a golpear a alguna de las niñas que se reía de mí en la escuela por ser pobre. ¿Recuerdas el método que use para que te calmaras? Eran lo que hacían mis padres para calmarme a mí, pero ellos no podían estar conmigo todo el tiempo y os profesores ya no sabían que hacer conmigo, así que le dieron un ultimátum a mi padre, o me llevaban a un psicólogo o quedaba fuera.




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