Ryuhito dio una exhalación cansada al recostarse en el sofá del hotel donde se estaba hospedando en Gwangju. Pensaba que había dejado atrás aquella aflicción que solía sentir cuando se enfrentaba con los vestigios de lo que había hecho su familia, sin embargo, otra vez estaba equivocado a mas no poder.
Tener esa reunión con las mujeres de solaz sobrevivientes había sido duro, pero había sido mucho más duro todavía encontrarse de frente con una amabilidad que sentía en lo más profundo de sus entrañas que no merecía en absoluto. Mucho menos, cuando había visitado los museos y escuchado con atención sus historias.
Sus disculpas no solo fueron rechazadas por las ancianas sobrevivientes, también lo habían sido por los hijos y familiares de las mismas. Según las palabras que habían proferido, necesitaban las disculpas del gobierno japonés, disculpas de los adultos que intentaban tapar el sol con un dedo al negar lo evidente. No querían las disculpas de un niño, y se sentían realmente indignados por el hecho de que el gobierno japonés lo había enviado a dar la cara por sus errores.
No lo creyeron cuando dijo que había ido por voluntad propia.
Estaba muy ansioso por volver a Seúl, regresar a su rutina de joven adulto común y corriente a la que se había acostumbrado los últimos meses. Sin ceremonias, sin compromisos, sin tener que lidiar con porquerías del pasado. Preocuparse por la universidad, sus necesidades diarias, su vida social… su pareja. Por una vez, deseo haber crecido en una familia normal. Quizás su abuelo no sufriera del corazón debido al estrés, su abuela no hubiera sufrido mutismo, Chiasa hubiese sido el médico que siempre quiso ser, su tío no fuera alcohólico, su tía no sufriera depresión, sus primas no la pasarían mal solo por el hecho de ser mujeres… y quizás, solo quizás, sus padres seguirían con vida.
Quizás, no tuviera esa sensación de desasosiego en el pecho en ese momento.
Gruño, tomando un cojín y lanzándolo con todas sus fuerzas contra la pared. A la mierda el maldito protocolo. Toda su vida se había escondido en un cascaron impenetrable por el supuesto bien de las tradiciones que presidian el trono más antiguo del mundo y estaba cansado.
Muy cansado.
Miró el reloj atado a su muñeca, faltaba todavía media hora al menos para regresar a casa. Sus hombres de seguridad deberían estar revisando el perímetro y los autos para asegurarse que el viaje a casa fuera sin problemas. Era otra de las cosas que detestaba de la vida que había sido obligado a llevar; debía estar siempre alerta a cualquier amenaza por más tonta que fuera.
Esta vez, el problema radicaba en que no tenían idea a qué tipo de amenaza se enfrentaban y si era una amenaza real. Por un momento, incluso llego a pensar que se trataba de paranoia por su parte. Sin embargo, cuando su escolta se dio cuenta de un movimiento extraño mientras se encontraban en Mokpo, estaban en máxima alerta, cosa que detestaba con toda su alma. ¿Qué había hecho él para tener que estar en peligro? Nada de lo que fuera en verdad consciente.
Y eso era una gran mierda.
Si pudiera congelar el tiempo, sin duda lo hubiera hecho el día del paseo en barco. No solo porque la compañía de Young Mi fuera una de las cosas más maravillosas que le han pasado en toda su vida, también se debía a que había hablado. Por primera vez, alguien se había interesado de forma genuina por lo que él sentía y pensaba. Se sentía ligero, feliz… enamorado. Y podría acostumbrarse a ello sin problemas.
Iba a estar jodido cuando se viera obligado a regresar.
— ¿Señor? — Jong Suk abrió la puerta con cautela, y viendo el humor que había llevado desde que se fueron de Mokpo, era compresible que fuera así —. Todo está listo para su regreso, solo esperamos sus órdenes.
Cuando el hombre asintió y cerró la puerta, se levantó de un salto del sofá para recoger las cosas que habían desperdigadas por la habitación. Desde que vivía en Corea vivía preso de un desorden constante y por alguna extraña razón, se sentía cómodo con ello, podía ser que era otra parte de romper con todo lo establecido, ser… libre.
— Su hermana y el señor Yoshio han llamado — aviso Jong Suk con voz trémula en cuanto salió de su habitación con maleta en mano —. Querían que le diera aviso de que se han sentido muy orgullosos por la forma que se comportó en la televisión y de sus adecuadas palabras.
Rodó los ojos exasperado, claro. Sus palabras habían sido tan adecuadas como falsas y era obvio que a la casa imperial le encantaría, todo lo que reflejara hipocresía les encantaba… pero no podía decirle eso a un empleado.
— Bien… eso está muy bien.
Varios hombres los esperaban afuera en silencio total, como siempre. Sin mediar palabra con ninguno, abrió el maletero del auto sin esfuerzo y tiro su maleta en el mismo sin ganas, para luego abrir la puerta, embutiéndose dentro del vehículo. Haciendo alarde del mismo silencio ceremonial, solo el ronroneo del motor del auto le indico que por fin estaban de camino a casa.