El capricho del principe (libro 1)

Capitulo 1

Ryuhito frunció el ceño a su compañero de habitación, que coreaba emocionado en la fila para entrar a aquel concierto. No sabía cómo le había parecido buena idea salir con un desconocido a un sitio extraño en un país desconocido.

Pero en el momento que entro a su habitación compartida ese chico se había portado terriblemente amable con él. Le había mostrado el campus con tal alegría y había ignorado a los agentes de seguridad que siempre le acompañaban con mucha educación, siempre tratándolo como un ser humano normal, no como si fuera alguien superior o una especie de deidad.

A pesar de que se les fue quitado el estatus divino a los miembros de la familia imperial luego de la segunda guerra mundial, no entendía porque lo seguían tratando de esa manera. Cuando piso Corea del Sur, fue recibido con una comitiva especial, celebrando el hecho de que esta podía ser una buena forma de olvidar los errores cometidos en el pasado y dar un paso al futuro. Cuando llego a la universidad, el rector casi hace una fiesta solamente para llevarlo a su habitación. Se sentía incómodo con las miradas impresionadas y algunas rencorosas de sus compañeros de Master.

Era bastante agradable encontrar a una persona que no lo mirara como si fuera un bicho raro, aunque fuera mucho más agradable si no estuviera cantando a todo dar una canción de un grupo de chicas entre ese montón de gente que esperaba ansiosa entrar al teatro para el concierto.

—Oye… tengo una entrada de sobra para el Dream Concert ¿quieres venir? — le había preguntado en cuanto volvieron a la habitación. A pesar de que sus poster de anime y grupos de chicas pegados cuidadosamente en la pared encima de su cama no le habían dado buena espina, acepto. Ahora se encontraba casi aplastado entre un montón de personas. Camino rápidamente entre la multitud, dando bocanadas gigantes de aire. Casi pierde su entrada y por mera suerte logro dársela al tipo de la taquilla.

— ¡Eh! ¡Me había preocupado por ti! — Dae Hyun palmeo su hombro ¿Cómo había entrado primero que él? —. Seria de muy mala educación perder a mi Dongsaeng recién llegado.

— ¿Dongsaeng? — pregunto confundido. El muchacho asintió, caminando delante de él.

— ¿Tienes veinticuatro años, no? — Ryuhito asintió, esperando una explicación —. Yo tengo veinticinco, veintisiete aquí en Corea. Soy tu mayor, así que eres mí Dongsaeng. Yo soy tu Hyung… ¿algo así como un Senpai en japonés? Bueno, lo que sea, puedes llamarme Hyung si quieres.

Nunca había tenido que llamar Senpai a nadie, pero no quiso decir nada, ya habían llegado a sus asientos y el concierto estaba a punto de empezar. Dae Hyun le entrego una linterna azul celeste ¿para qué quería él una linterna azul? De cierta forma, le recordaba a las que ponía su abuela en la habitación para que no le tuviera miedo a la oscuridad.

— Es para apoyar a los grupos, cada grupo tiene su color oficial. — su amigo pareció leer su expresión. Asintió confundido ¿Por qué querría el apoyar grupos que no conocía? —. Lamento darte ese, pero era una condición de mi padre para darme las entradas.

Su expresión de confusión no cambiaba, motivando a Dae Hyun a seguir hablando —. Mi padre es dueño de una de las agencias que administra un grupo que se presentara hoy, acaban de debutar y necesitan mucho apoyo. — volvió a asentir mirando de nuevo la linterna en sus manos, no sabía mucho de ídolos, bueno, en realidad no sabía mucho de demasiadas cosas.

Salía nada más a sus deberes imperiales o para estudiar. Demás, siempre vivía enclaustrado. «Aprovecha esta oportunidad para vivir tu juventud » había dicho su abuela, la emperatriz, en un susurro la noche antes de partir a Corea, quizás se refería a hacer este tipo de cosas, salir con amigos e ir a conciertos de grupos que no conocía.

Siempre empujado a la excelencia, su adolescencia fue muy complicada, el odio de sus compañeros era palpable tras la máscara de respeto. Eso sí, las chicas caían a él como lluvia. «Ten todo el sexo que quieras ahora y después encontraremos una muchacha bonita y virgen para ti» le había dicho su tío, riendo.

Mentiría si dijera que no le había obedecido, repleto de frustraciones, era la única manera que había encontrado para descargarse, eso sí, la casa imperial se había cargado de proveer cuidadosamente a las mujeres para ese trabajo. ¿Y quién los culpaba? No iban a poner en riesgo al único heredero al trono.

En la casa imperial solo eran su abuelo el emperador, su tío y él. Su tío ya tenía sesenta años y la salud del emperador era óptima, así que dudaban mucho que algún día llegara a reinar. Prácticamente, el único apto para gobernar en un futuro era él, bueno, apto según la ley sálica.

Estaban su hermana y sus primas, todas más inteligentes, con más gracia y con más empatía que él pero que no podían aspirar al trono por el simple hecho de ser mujeres. Además, de que si se casaban con un hombre que no fuera parte de la familia imperial, cosa prácticamente imposible ya que casi todas las ramas existentes de la casa imperial fueron revocadas luego de la segunda guerra mundial, deben renunciar de inmediato a su estatus para convertirse en plebeyas.




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