El mundo está lleno de maestresalas y hombres. Algo en medio de eso era Graciel. Impecable de pies a cabeza, ni siquiera un cabello fuera de lugar, con sus guantes limpios, sus zapatos pulidos y su corbata de moño perfectamente colocada, daba la impresión de que había nacido con el traje pintado o que tal vez dormía con el puesto, de pie, para no arrugarlo. Por desgracia, su apariencia perdía valor ante su falta de compostura; convirtiéndolo en alguien que estaba entre un mayordomo y un hombre que tiraba la calma por la ventana cuando algo inesperado sucedía.
Correr por los pasillos mientras sus pasos resonaban en el silencio, era algo que lo tenía sin cuidado. Su prioridad, en ese momento, y único pensamiento, era, ¿cómo salió esa carta pasando por sobre él? Se deslizó como un pingüino en el hielo e irrumpió en el despacho sin siquiera tocar. Necesitaba una explicación y solo existía alguien capaz de dársela.
—Rayden —dijo acercándose al escritorio.
—¿Qué se te ofrece? —El joven no se molestó en levantar la vista.
—Una mujer ha venido con esta carta. Fue firmada por ti y tiene el sello Lonieski, pero no logro recordar que la hayamos enviado.
—No recuerdo haber mandado esta… —suspiró al leerla.
—¿Aunque…? —dijo invitándolo a continuar.
—Quizás estaba entre las que encontré en la mesa cuando regresamos.
—¿Las enviaste sin leerlas? —interrogó Graciel sorprendido.
—Solo un par, pensé que no importaría. ¿Necesitamos un ama de llaves?
—Pues la verdad… —Se rascó la cabeza mirando a su alrededor—, nos vendría de maravilla algo de ayuda.
—Hazla pasar.
—Viene con una asistente.
—Está bien, que entren ambas —suspiró cansado—. Yo conversaré con ellas y las enviaré contigo.
—Aquí tienes sus referencias, no tardaré.
Graciel regresó con una sonrisa. Recobrar el control era simplemente catártico. Recordó portarse cómo un mayordomo y les pidió seguirle, tocó una vez en el despacho, abrió dejándolas pasar y cerró tras ellas. Estaba aliviado, ya eran responsabilidad de alguien más. En el escritorio, Rayden leía las referencias y con un gesto de la mano las invitó a sentarse, mientras buscaba algo en los papeles que lo ayudara a imaginar que decir. Al final acabó pensando que, si llegó para ayudar a Graciel, un ama de llaves no podía ser muy distinta a un mayordomo.
Aunque Rebeca se había sentado, Bianca permaneció de pie para disimular su temblor. Intentaba ignorar el miedo abrumador, provocado por la sensación de estar repitiendo una vida extraña como si fuese la suya. No quería mirar el despacho, le aterraba encontrar algo que le confirmara un imposible y mantuvo la vista en el piso para distraerse buscando figuras en la madera. Esperar la ponía ansiosa y dio un respingo cuando Rayden empezó a conversar, ojeando lo que tenía en las manos.
—Tiene usted unas referencias magníficas —alabó de inmediato—. Incluso, ha trabajado para la familia de mi madre. Admito que su experiencia sería muy útil aquí, aunque hay algo que no alcanzo a comprender.
—¿De qué se trata?
—¿Por qué abandonar un trabajo como el que tenía con una familia prestigiosa, para venir a un pueblo en medio de ninguna parte? —interrogó desconcertado.
Cuando colocó los papeles en la mesa, la expresión de Rebeca dibujó una sonrisa. Confirmó en una mirada lo que sospechó al escucharlo. Rayden era apenas mayor que Bianca, sin embargo, aquellos ojos verdes de expresión serena, la hicieron sentir que hablaba con alguien mucho más maduro. Se llenó de orgullo, pero también de un maternal sentimiento de angustia, al pensar que la sensatez no siempre camina de la mano de un anciano, pues se moldea con las tormentas de la vida y ellas no se detienen a mirar edades.
—Ya estoy algo pasada de años —explicó paciente y con una amplia sonrisa—. La ciudad en la que me encontraba es muy ajetreada para mí. Este lugar, en cambio, me parece agradable y tranquilo.
—Comprendo. Pues bien, siendo sincero, esta carta se envió de forma accidental —admitió volviendo a leer la hoja—. Sin embargo, debo reconocer que nos vendría bien algo de ayuda.
—Para eso he venido, joven.
—En ese caso, necesitamos una persona capaz de mantener el lugar un poco más limpio. Estoy seguro de que con su experiencia podrá solucionar ese inconveniente. Lo que haga falta solo debe pedirlo.
—¿Existe alguna regla en la casa? —interrogó interesada.
—Habla muy bien de usted que haga esa pregunta —alabó Rayden con entusiasmo—. De momento, solo dos. Las puertas marcadas no deben abrirse y nadie entra a mi habitación sin antes preguntármelo.
—Son reglas sencillas. Será un placer comenzar de inmediato.
—Me complace escucharlo. ¿Su nombre es…? —interrogó en tono pausado.
—Rebeca Cordibus. Y ella es mi ayudante —dijo señalando a la joven—, Bianca.
Para la joven, el tiempo se volvió lento cuando las grises nubes de tormenta flotaron sobre el bosque. Aquel verde intenso erizó su piel y estremeció su cuerpo hasta la última fibra. ¿Cuántas preguntas nacen con un cruce de miradas? En ocasiones tantas como para llenar un libro y a veces ninguna; porque el miedo llega provocando escalofríos y no deja pensar. Una imagen fugaz cruzó la mente de Bianca, desvaneciéndose enseguida y durante aquel instante eterno, Rayden permaneció inmóvil hasta que ella desvió la mirada.
Editado: 19.11.2024