Como quien conoce las manías de sus empleados, Graciel solo dejó la mansión tras asegurarse de que las criadas tuvieran sus tareas asignadas. Contaba con tiempo suficiente y caminó al pueblo estudiando la forma correcta de hablar con Rebeca. Algo como lo que tenía pensado explicarle, no podía solo soltarse cuál semilla al viento y él lo sabía. La muerte era una dama poderosa y aunque paciente, jugar con ella siempre era peligroso. Bianca estaba sentada junto a Rebeca, pero se levantó de inmediato al verlo.
—Buenos días —saludó con una amplia sonrisa—. Tienes mejor semblante que ayer, me parece.
—Es verdad —secundó Bianca con entusiasmo—. Ella es muy fuerte.
—No tengo la menor duda y quisiera conversar con esta dama.
—Magnífico —exclamó en un salto—. Debo llevar los platos a la cocina y no quería dejarla sola.
—En ese caso yo me quedaré a cargo.
—Muchísimas gracias.
Bianca salió mientras Graciel acercaba una silla a la cama para sentarse junto a Rebeca.
—Señora mía, necesitamos hablar —dijo con voz firme.
—Es verdad —aseguró ella con una sonrisa cansada—. Me alegra que hayas venido tan temprano. Necesito pedirte algo y es imperativo que me escuches.
—Estamos en la misma situación —comentó sorprendido.
—Sí, pero usted es un caballero, por lo que le corresponde esperar.
Graciel sonrió paciente y escuchó lo que ella tenía que contarle. Aunque su salud se deterioraba y sabía que no había nada que hacer acerca de su destino, una inquietud diferente ocupaba sus pensamientos. Le mortificaba lo que sucedería con su pequeña, pues Bianca se convirtió en una hija para ella y le aterraba dejarla sola. No le mencionó nada al respecto para no asustarla, pero sabía que ella no regresaría a la mansión de buena gana, por lo que le solicitó a Graciel que no la abandonara a su suerte, en esa ciudad que no conocía.
—¿Y si te dijera que hay una forma de que no la dejes? —interrogó cauteloso.
—¿Conoces acaso la cura de este mal?
—No —confesó con rapidez—. Exactamente a ese mal no. Sin embargo, conozco una forma de que burles a la muerte, un tiempo más.
—No soy una mujer ignorante, Graciel —desdeñó con molestia—. Yo no creo en cuentos para niños. Pero según recuerdo, me debes una explicación sobre lo sucedido en la mansión.
—Y la tendrás —aseguró sonriente—. Todo lo que yo sé, lo sabrás y podrás seguir cuidando de Bianca. Sin embargo, necesitas aceptar ciertas condiciones.
—¿De qué clase?
Tal como una importuna jugarreta de la vida, antes de que pudiese contestarle, Bianca entró haciéndolo cerrar la boca tan rápido que se mordió la lengua. Rebeca respiró profundo y tomando un bolso del velador, escribió una lista corta, se la extendió a la joven y le pidió que fuese por las cosas que necesitaban. Encantado con el plan y con la idea de que se tardara lo más posible, Graciel le entregó un puñado más de monedas indicándole que comprara un postre de merendar, a lo que Bianca asintió encantada y salió diciendo que volvería para el almuerzo.
Temiendo que regresara de pronto, Graciel permaneció en la ventana hasta que la vio alejarse. Tomó de la mesa un vaso con agua, lo colocó en el velador junto a Rebeca, volvió a sentarse y rogando que la vida se dejara de inoportunos, inició explicándole lo sucedido en la mansión. No se ofendió ante su incredulidad, en su lugar, se divertía con las muecas que ella hacía. Terminó la historia que a la mujer le pareció sacada de un libro fantástico y hablaron sobre las condiciones que debía cumplir si quería la ayuda de Rayden.
Tras discutir hasta la última palabra, Rebeca permaneció pensativa. La verdad era que lo que Graciel contaba le parecía una completa tontería, de principio a fin. Sin embargo, la idea de dejar a Bianca a su suerte le agradaba menos que la de morir y aún meditaba al respecto cuando Graciel rompió el silencio.
—Señora mía, no quisiera apresurarla en una decisión tan importante —musitó con dulzura—, pero Bianca no debe tardar en volver.
—¿Qué sucedería si decidiera aceptar? —interrogó con un pesado respiro.
—Regresaré por ti y te llevaré a la mansión.
—Bianca no quiere que vuelva a ese lugar.
—Lo sé —dijo con gracia—. Encontraré una manera de burlarla y sacarte de aquí. Suponiendo que decidas aceptar.
—Ella estará a salvo, ¿verdad?
—Claro que sí —respondió sin una pizca de duda—. Vendremos a buscarla cuando tú estés bien.
—Aún no creo nada de lo que dices y cómo te niegas a darme una prueba me lo dificultas —confesó disgustada—. Sin embargo, vale la pena correr un último riesgo, si de cualquier forma mi destino ya está escrito.
—¿Entonces aceptarás? —interrogó Graciel con tanto entusiasmo que casi la hizo dudar.
—Sí, pero debes prometerme que, si esto no funciona, cuidarás de Bianca.
—Tienes mi palabra.
—¿Y cómo pretendes burlarla para llevarme a la mansión?
Editado: 19.11.2024